La isla desierta (Teatro)

Mente e imaginación abiertas

De Roberto Arlt. Con Laura Cuffini, Mirna Gamarra, Marcelo Gianmmarco, Eduardo Maceda, Francisco Menchaca, Juan Carlos Mendoza, Mateo Terrile y Verónica Trinidad. Sonido: Cruz Aquino. Dirección: José Menchaca.
Ciudad Cultural Konex. Sarmiento 3131. Viernes y Sábado, 20 y 22 hs

Antes que nada, digamos que “La Isla Desierta” es una experiencia completa. Desde el primer momento en que uno ingresa a la sala, debe abrir su mente a un cambio absoluto: el percibir sin ver. No se evaluará si la escenografía es así o si la iluminación es asá. Para nada. 

Hay que sentarse, en un todo de ausencia de luz (que no es lo mismo que oscuridad) y dejarse llevar por la imaginación y los sentidos. Estos construirán la historia con los relatos de Cipriano, el ordenanza de una oficina en la que los trabajadores se encuentran presos de la rutina y la “seguridad laboral”. Cipriano relata historias de viajes y destinos exóticos con gracia y naturalidad, logrando que las aventuras sean palpables en todo sentido. De esta manera, se pasa de una sórdida oficina con ruido de máquinas de escribir a ser el protagonista de una novela de aventuras de Salgari o de Stevenson. Son las palabras de Cipriano las que van calando hondo en el aletargado corazón de sus compañeros quienes lo ven como un loco, un revolucionario o simplemente, una persona que quiere que las cosas mejoren. 

El ritmo del relato y del devenir de los acontecimientos es ágil, dinámico y uno siente como cada uno de los sentidos a los que uno no le presta la más mínima atención diariamente, son fundamentales para seguir la puesta. El oído, el olfato y el tacto son puestos a prueba por esta excelente puesta a cargo del grupo Ojcuro. Asi como Cipriano nos llevó a un mundo de fantasía en el cual uno volvió a ser niño, en el más tierno y hermoso sentido de la palabra, el desenlace nos posiciona en la ominosa realidad cotidiana en la cual, reflexionando en voz alta, nos haría falta volver a ese universo. Aquél donde la justicia y la bondad se imponen por sobre todas las cosas y la máxima de Antoine de Saint Exupery se hace palpable: lo esencial es invisible a los ojos.  

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