La Rascada, un teatrito de las orillas (Teatro)

La esencia del hacer teatro


Dramaturgia y dirección: Andrés Binetti. Con Verónica Alegre, Fabio Camino, Esteban Ciulla, Laura Domínguez Lase, Mercedes Ferrería, Juan Ignacio Flores, Ana Carolina García, Santiago Garcia Ibañez, Camilo Leiva, Vivian Luz, Juan Francisco Reato, Roco Saenz, Joaquin Saldaña, Annabelly Sánchez García, Selene Scarpiello, Victoria Zaccari y Fernanda Zappulla. Vestuario: Lara Sol Gaudini. Iluminación: Moshe Maya Duarte y Francisco Varela. Asistencia de dirección: Mercedes Ferrería.


UNA – Universidad Nacional de las Artes – Sede French-. French 3614. Domingo, 17 hs. 


Antes que nada, cuando se habla de dos momentos, situaciones o ideas contrapuestas, lo primero que surge es aquella letra de Litto Nebbia en la que sostenía que “Si la historia la escriben los que ganan/eso quiere decir que hay otra historia/la verdadera historia/quien quiera oír que oiga”.

En el caso que nos compete Andrés Binetti visibiliza ese submundo de artistas de varieté que desarrollaban su arte en lugares inhóspitos. En esta ocasión, se ubican en la zona de Costanera Sur planteando ya la división entre quienes iban al balneario y del otro lado, los que vivían de lo que le permitía su propio arte -en el mejor de los casos-, rascando de donde no hay aquello que permita la supervivencia. 
Igualmente, el punto está puesto en la vida de estos músicos, actores, bailarines que formaban parte de esta compañía artística. Su relación con su entorno y su vida que se debate entre sus deseos y la realidad. Es el sueño de estos “desangelados” los cuales viven y sufren con las emociones a flor de piel. La reivindicación identitaria es parte fundamental al respecto como último refugio de dignidad amén de quien daría lo que no tuviese por ser parte de ese “jet set” que siempre lo miraría de costado. No olvidemos que José “Pepitito” Marrone salió de estos lugares con la repercusión que tuvo.


La dramaturgia es sensible y elocuente. Estos seres que son atravesados por la vida en forma de lagrimas o de risa, saltan del escenario a pura pasión para dejar en el público esa sensación agridulce de ver algo que pasó (esa distancia…..) y también sigue ocurriendo (….que se acerca). El desastre que bordea la orilla de la Costanera pero que, por azar o destino, todavía no le ha salido el número deseado en los dados de la vida.  

La construcción del espacio permiten ver el detrás de escena de una compañía modesta que no se resigna a perder sus ilusiones y navegar en sus vidas. Paredes de ladrillos, donde apenas hay un espejo o una luz, cobijan a los hermanos Poliquico y la Enanarquista que cuentan chistes siendo ella la que hace honor a su nombre para bajar ideología, el muñeco Cleto, la Mujer Perro, Justa y Celina o el dúo musical de Mimí y Ricardito. Ellos son algunos de estos entrañables seres que actúan en este ámbito. El número vivo de una época que ya no volverá.

Las relaciones entre los personajes son tan disparatadas como reales. Los códigos de la vida, lealtades y traiciones, amores prohibidos y de los otros asi como su propia identidad juegan en un marco de ausencia completa de un soporte emocional que no sea la propia actuación. Hete aquí otro punto en el que Binetti pone en otro plano que son esos cuerpos actuando y los niveles que esto implica.


Es menester tomar en consideración el contexto de la obra (año 1956) tanto a nivel social como político. La lucha de clases, pobres contra pobres algunos se quieren salvar y otros reivindican la identidad como un bien no negociable bajo ningún aspecto. Estos “sin jeta” que son el lado B de una sociedad que los usa solo para divertirse –en el caso que esto ocurra-, para después abandonarlos. Al respecto, el grito “hay público” o “se fue el público” es elocuente. Ser bufones de los cogotudos pero ¿acaso queda otra? Mientras Pepitito Marrone estrenaba en el Maipo, la Rascada de Recoleta golpea las puertas del paraíso para entrar en esa lógica que los “salve”. Después vendrá la pregunta de si es la salvación u otro lastre de mayor dificultad para soportarlo. Por eso, más de una vez se escucha la frase de “un día comemos faisán y al día siguiente, comemos las plumas” como si fuera un mantra que perdona todo al tiempo que abre las puertas de un futuro que llegó hace rato pero que les hizo una gambeta corta.


La escenografía es relevante y reveladora. Exacta en sus detalles y fundamental para contar la historia. Párrafo aparte para el mini-escenario que sirve para que los actores que desarrollen como talentos. Un escenario que sería una especie de ojo de la cerradura por la cual contemplar el mundo. El vestuario también tiene su rol de importancia. Las actuaciones son frescas y de calidad, teniendo cada uno de ellos el momento de lucimiento. El ritmo es dinámico, con personajes tan queribles como entrañables, que guardan secretos de los más íntimos dentro de esa mini-sociedad que es la Rascada. Los códigos de la vida, esos que se aprenden para vivir y equivocarse, se reflejan de una manera tal que no ocurre en otras partes.


“La rascada, un teatrito de las orillas” divierte e interpela desde una puesta imperdible que es un proyecto de graduación de la UNA. La experiencia y prolífica pluma de Andrés Binetti y el deseo/hambre de actuación de estos jóvenes actores son algunos de los factores que hacen que la puesta sea, no solo de calidad, sino que den ganas de verla más de una vez. En este último caso, no se prive. No hay nada peor que quedarse con ganas de hacer algo que uno desea.   

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Translate »
Scroll al inicio