Una poesía campestre
Dramaturgia y dirección: Horacio Nin Uría. Con Alfredo Staffolani,Mariana Estensoro, Román Tanoni y Juan Manuel Zuluaga. Pelucas: Daniel Medrano. Diseño de vestuario: Mercedes Uria. Diseño de escenografía y de luces: Magali Acha. Realización de vestuario: Jaime Nin Uría. Fotografía: Pia Leavy. Asistencia de dirección: Bárbara Lier. Producción: Maria Luz Gonzalez y Fabio Petrucci.
Teatro del Abasto. Humahuaca 3549. Viernes, 21 hs.
Un hombre detrás de su propio camino y pone manos (y pies) a la obra. Una exposición de fotos fue la causa de emprender un viaje hacia retratos que se resignificarán a medida que transcurra la puesta. El joven avanza en su búsqueda hasta que se topa con una joven pareja y su peón. La búsqueda del destino o la huida hacia adelante del protagonista sacudirá los mundos interiores de estos tres seres absorbidos por un contexto en el que su propia individualidad va desapareciendo en favor de la “seguridad” de pertenecer a un lugar, independientemente de su propia esencia. Ya nada volverá a ser igual ante la presencia y el aura del desconocido. Las historias de los cuatro protagonistas tendrán sus variadas intersecciones en diversos aspectos pero siempre marcado todo por la sutileza, por aquello que se insinúa y en algunos casos, apenas se esgrime.
De esta manera, la puesta navegará a través de un precioso texto, de múltiples matices, donde la iluminación jugará un papel fundamental en la creación de un ambiente de tensión ante las posibles salidas del statu quo. El estancamiento como la cárcel de los seres que se hará palpable en, por ejemplo, una silla de ruedas.
Historia de situaciones fragmentadas, el texto sostiene una puesta austera y sencilla que pone en la sutileza, el acento de la puesta.La obra es disfrutable tanto mirando con atención lo que acontece en el escenario o cerrando los ojos, para dejarse llevar por un texto bellísimo.
Con actuaciones correctas a lo requerido por el texto, la puesta tiene una cadencia particular en el desarrollo de la acción. En algunos momentos, bordea con peligrosidad la delgada línea que separa lo sutil de lo cansino. El final abrupto, deja con sensaciones encontradas al espectador que había mantenido la tensión a lo largo de la obra.
El campo, como lugar de los acontecimientos, aparece como inmenso al mismo tiempo que aprehensible para su destrucción en nombre del tan mentado “progreso”.
“Llanto de sauce” lleva al campo argentino hacia un lugar donde la poesía reina con sensaciones ligadas a la búsqueda y al encuentro (o no) del propio individuo.