Correr el velo de la marginalidad
Autoría y dirección: Alberto Ajaka. Con Fernando Contigiani García, Luciana Mastromauro, Georgina Hirsch, Leonel Elizondo, Sol Fernández López, Luciano Kaczer, Camila Peralta, Gabriela Saidón, Karina Frau, Andrés Rossi y Darío Levy. Escenografía Rodrigo González Garillo. Música: José Ajaka y Alberto Ajaka. Vestuario: Betiana Temkin. Iluminación Adrián Grimozzi. Fotografía Gaspar Kunis. Asistencia de dirección: Hernán Ghioni. Producción: Silvina Silbergleit. Asistencia de producción: María Villar. Realización: Colectivo Escalada.
El Cultural San Martín. Sarmiento 1551. Jueves, 20 hs; viernes y Sábados, 21:30 hs.
Hay lugares que aparecen como contexto de una obra de teatro el cual puede ser una absoluta invención o aluda a una realidad fácilmente contrastable. ¿Puede haber un punto intermedio? Si, el que se crea en el imaginario personal de los individuos, conformado por sus propios «capitales» (sean culturales, sociales, simbólicos, etc) y la influencia de los medios de comunicación. El gran problema es el carácter verosímil de la misma. Pero esto será tema de debate más adelante.
Algo de esto hay en “Los rotos”, la última creación del mágico y audaz Colectivo Escalada, encabezado por Alberto Ajaka. Para comenzar, partimos desde un lugar llamado Punta Esquina que traza el límite entre el Barrio Obrero y la villa.
A partir de ese momento, comienza a desarrollarse una puesta intrincada e intrigante, con una creación constante de sentido. Cada una de las veredas que conforman dicho punto, separa y conforma mundos enteros. Una lucha de clases en donde “el que no llora no mama y el que no afana es un gil”, aunque los códigos de antaño hayan quedado para la memoria de los nostálgicos que ven como sus creencias se oxidan sin remedio. La necesidad tiene cara de hereje y buscará algo de reivindicación en los pequeños gestos que se pueden apreciar. El que tiene el capital para algo más y quien viene de afuera para satisfacer sus propios demonios. La convivencia por necesidad entre ambos para vivir aunque las condiciones sean diferentes. Gente que (sobre) vive y hace lo que puede. Un bajista de reconocida trayectoria cantaba acerca de “vivir y dejar morir”, algo que se ajusta bien al contexto que nos atraviesa.
El texto pergeñado por Alberto Ajaka se nombra a si mismo como un “grotesco fantástico”. Buena definición. La densidad en el comienzo es para que el público pueda percibir lo lento que puede pasar el tiempo en aquellos lugares donde no todo pasa como debería pasar. Ese malestar que ocurre a diario en aquellos barrios más castigados por no poder seguir el tren de la evolución capitalista Donde viven las ilusiones de aquellos que apenas pueden con su alma pero se aferran a migajas de esperanza para subsistir y resisten desde la reivindicación de sus propias limitaciones.
Ese orgullo de los sin jeta es un “in your face” que exige mucho al público presente. Una jactancia identitaria que es marca registrada pero resulta ser la carne de cañón para mucha clase media (ni hablar de la alta) supuestamente educada que mira con desprecio y superioridad. Ahí es donde se mete la deconstrucción por parte de los espectadores, como si apareciese el Micky Vainilla bienpensante que habita y nos atraviesa pero se busca ocultar de cualquier forma. De esta manera, la resignificación no siempre se condice con lo planteado sobre las tablas.Una puesta bien concebida por un libro que denota conocimiento de lo que habla (algo que no abunda en el teatro de hoy en día), impactará de diversas maneras. Inclusive podrá ser la confirmación de los propios prejuicios de algún espectador. Que esta decodificación lineal pueda tener algún viso de certeza es lo que menos importa. Hoy, en tiempos de posverdad macrista, no interesa la capacidad de probar lo que se dice. Es solo el cacareo y la exigencia a respetar cualquier barbaridad que se diga. Más aún con la «romantización de la pobreza» que es una política de Estado.
El desarrollo de la puesta es sinuoso y asimétrico en tanto los tiempos de la misma provocando esa incomodidad mencionada (“provocada”) en el público. La iluminación y la escenografía son precisas a los requerimientos de visceralidad y calma que se mixturan a lo largo de los minutos. Todos estos aspectos bien definidos en tanto creación de sentido. En un elenco de probada calidad, hay actuaciones que brillan con potencia. Tal es el caso de la versatilidad exhibida por Leonel Elizondo, Luciana Mastromauro y Gabriela Saidón, cuyos personajes cuentan con su propia personalidad y fantasmas a cuesta.
De más está decir que recomendamos fervientemente ir a ver “Los rotos”. En tiempos de pasteurización constante, es bienvenido el ejercicio de salir del teatro con el deseo de debatir con respecto a lo que se ha visto. Teatro que provoca la reflexión y el intercambio de pareceres así como una mirada atenta a varios aspectos, inclusive las propias construcciones sociales de los espectadores.