Dramaturgia: Ivor Martinić. Traducción: Nikolina Zidek. Con Con Aldo Alessandrini, Antonio Bax, Luis Blanco, Elsa Bloise, Paula Fernández Mbarak, Pilar Boyle, Clarisa Korovsky, Romina Padoan, Juan Andrés Romanazzi, Gonzalo San Millan y Juan Tupac Soler. Vestuario y escenografía: Alberto Albelda. Diseño de luces: David Seldes. Arreglos musicales: Francisco Casares. Fotografía: Viviana Porras. Asistencia de dirección: Juan Andrés Romanazzi. Directora asistente: Julieta Abriola. Producción: China Ross. Dirección: Guillermo Cacace.
Apacheta Sala Estudio. Pasco 623. Domingos a las 11.30 de la mañana.
Tal es el caso de “Mi hijo solo camina un poco más lento” donde la pluma excelsa del joven dramaturgo croata Ivor Martinic encuentra su par exacto, de este lado del Atlántico, en Guillermo Cacace. Porque la acción podría desarrollarse tanto en Split, Zagreb, Buenos Aires o Rosario.
El punto de partida –si es que es tal- será la situación del joven Branko que padece una enfermedad cuya consecuencia es la pérdida progresiva de la movilidad. Pero, ¿cómo se inscribe esta situación en lo familiar?¿Qué puede hacer él?¿Qué pueden hacer los que lo rodean?
Será esta relación en la que la realidad golpea con fuerza y dialoga permanentemente con el público donde radica una de las tantas virtudes de la puesta. Plantea una situación donde lo que fue en su momento, dejó de serlo y nadie sabe porqué ocurrió. Menos aún como seguir al respecto. El paso del tiempo es uno de los tantos puntos que toca un texto sensible, donde cada personaje tiene su razón de ser, con su propia particularidad. El pasado –supuestamente- mejor mete la cola como un diablo omnipresente en un presente en el que no salieron las cosa debían. Y es ahí donde la responsabilidad siempre recaerá en otro –que no es uno- al cual depositarle todo el fardo de los errores y malos entendidos de diversa índole. Serán esos deseos incumplidos los que atravesaran la puesta donde el egoísmo y la búsqueda del amor que reivindique la propia existencia hagan atrapante el texto.
Hay muchas generaciones diferentes que se van construyendo y entrelazando. Cada quien toma su personaje y esa atención va variando. Se linkea con algo personal o momento de la vida pero no de manera preestablecida por la puesta. En la misma, casi que no hay protagónicos más allá que la situación de Branko llame más la atención por la silla de ruedas. No está puesto ahí el foco sino en un todo que es mucho más rico que la suma de las partes.
La (in) capacidad de amar y expresarse. Será esa ausencia de relaciones “reales” –de corazón y no tanto de “sangre”- las que generen una tensión entre las personas. Por eso, plantea esa vuelta de tuerca de una madre que no acepta lo ocurrido a su hijo al tiempo que es atravesada por el amor.
La pluma de Martinic tocó un tema sensible como es la incapacidad de aceptar. Es palpable lo que ocurre pero se busca una vuelta de tuerca para ver como se hace… Una manipulación de la esperanza que pone fichas en lugares donde no se sabe lo que está pasando lo cual permite que el cinismo también se cuele.
Igualmente, en medio de esta realidad aparecen grietas por donde respirar otro aire. Tal como la pareja de Branko y Sara es de una ternura excelsa en la que dos “freaks” tan queribles y particulares, buscan el amor como salida o paliativo a sus sentires de vidas rotas.
La actuación del elenco es sublime y permitirá que cada espectador se aproxime a lo que plantea cada uno de ellos. A diferencia de cierto teatro “bien pensante”, no hay intención de moraleja que cierre sino que la puesta pide abrir la cabeza a nuevas ideas y sensaciones. Que se el primer paso hacia otras esferas. Por eso, no será extraño que más de un@ la vuelva a ver. Seguramente habrá algo nuevo para descubrir y, por sobre todas las cosas, sentir.
«Mi hijo solo camina un poco más lento” es, sin lugar a dudas, una de las mejores puestas del año, con un todo de excelencia, comandado por la sabia batuta de Guillermo Cacace.