Allá lejos y hace tiempo, Delia Bacon era la voz cantante acerca de que un grupo de escritores encabezados por Sir Francis Bacon (de apellido similar pero sin parentesco alguno con Delia), eran los hacedores de la obra que se le adjudica a Shakespeare. Delia va a hasta la iglesia de Stratford-upon-Avon donde descansan los restos mortales del gran escritor británico al que despierta de su letargo para entablar un diálogo rico e ilustrativo. Argumentación y refutación se entremezclan en un duelo de espadas afiladas por el conocimiento literario y el deseo de “desenmascarar” lo establecido o mantener el buen nombre y honra, según sea el caso de los rivales de turno.
Con una puesta austera y sencilla, en la que la iluminación es sutil para la creación exacta de los climas, Enrique Cragnolino y Mariana Hansen recrean con exactitud a los contendientes en una lucha literaria de dudas varias. Ellos llevan con eficacia y un ritmo adecuado el excelente texto pergeñado por Alejo Beccar. Al respecto, respeta un estilo propio del autor pero logra que sea dinámico en su desenvolvimiento permitiendo que el público sea atrapado por su prosa, sin que se caiga en ningún momento en la solemnidad de las palabras vertidas. Por el contrario, toma por asalto al espectador que percibe como, de a poco, presta cada vez más atención a lo que se expresa.