El lado visceral de un clásico
Autor: August Strindberg. Adaptación: Alberto Ure y José Tcherkaski Con Belén Blanco, Susana Brussa y Diego Echegoyen. Vestuario y escenografía: Magda Banach. Iluminación: Verónica Alcoba. Realización de vestuario: Camila Orsi. Música original: Carmen Baliero. Fotografía: Francisco Castro Pizzo y Luz Soria. Diseño gráfico: Sofía Stead. Asesoramiento coreográfico: Virginia Leanza. Asistente de producción y de dirección: Matías Macri. Dirección: Cristina Banegas.
El Excentrico De La 18º. Lerma 42. Sábado, 20 hs.
Hay clásicos que no pasan de moda. Siempre tienen algo nuevo para contar o resignificar. En el caso de esta versión de “Señorita Julia”, cuenta con el plus de ser la adaptación que hicieron Alberto Ure y José Tcherkaski en 1978 y apreciar la vigencia con que se mantiene.
El universo de Strindberg da cuenta de variados conflictos que, al día de hoy, se mantienen con diferentes características. Julia, es esa joven desprejuiciada y valiente frente a la mirada inquisidora de quienes no entienden el porqué de su conducta al ser la hija de un conde, se relaciona con Juan, un criado ambicioso. El tercer componente de este triángulo isósceles es Cristina, la cocinera de la casa y prometida de Juan.
Será esa delgada línea que separa el coqueteo de la manipulación en la relación entre dos seres que se atraen y repelen como imanes de diferentes polos, uno de los puntos centrales de la puesta. Los límites que imponen la diferencia de clases sociales y la forma en que la curiosidad por el otro pondrá en tela de juicio los valores de cada uno. Ese “Ser o no ser” que va derivando en un “pertenecer tiene sus privilegios” a medida que pasa el tiempo.
Pero además de la lucha de clases, abre el juego a los cortocircuitos que acontecen entre los sexos. Una fiesta donde la anfitriona no responde a los cánones que le exige la sociedad de entonces –¿tanto como la actual?-. Ella, que siempre fue afecta a hacer lo que quería, se ubica en un lugar donde no solía estar (¿o si?). Porque también hay un fuerte replanteo del lugar que le corresponde a la mujer, el cual se va a revisitar al día de la fecha, #NiUnaMenos y luchas por los derechos de las mujeres de por medio. Al respecto, surge como fuerte contraparte Cristina de Julia, algo que, con la coyuntura actual, da para una importante reflexión, amén de la mirada masculina de Juan.
La puesta se juega al “menos es más” en su concepción y desarrollo. Una escenografía tan ascética como precisa es el marco para que los seres eclosionen en sus más íntimos deseos. La iluminación crea diversos ambientes y climas acordes a lo requerido, con las sombras y luces por las que transitan los personajes. Definen los espacios de la fiesta y la cocina asi como el paso del tiempo con prestancia. El vestuario es exacto mientras la textura de los géneros se complementa muy bien con la luz.
Otro punto a tomar en cuenta es el diseño sonoro. El mismo se hace presente prácticamente todo el tiempo, constituyendo un punto a considerar de la puesa, ya sea para crear climas o para causar cierta molestia respecto de ese lugar que penetra en otros espacios sin pedir ningún tipo de permiso.
La austeridad mencionada se contrapone sabiamente a la vorágine de un texto que será llevado hasta un ida y vuelta constante y vertiginoso, como si fuera un peloteo de tenis entre Roger Federer y Novak Djokovic de pura transpiración y verborragia, dejando todo en el escenario, con el correspondiente talento. Al respecto, será la visceral actuación de Belén Blanco la que se lleva las palmas. Nuevamente, le da vida a una mujer de fuertes convicciones que decide romper con los modelos imperantes (ya había sido la protagonista de “Querido Ibsen, soy Nora”) poniendo el cuerpo y el alma a la situación. Sus movimientos coreográficos dan cuenta de la plasticidad de su cuerpo para encarar los diversos desafíos que le requieren las puestas que encara. Tanto Diego Etchegoyen como Susana Brussa componen muy bien a sus personajes.
El aplauso final corona unos setenta y cinco minutos de un “tour de forcé” en forma de puesta teatral llamado “Señorita Julia”. Un tren que arrasa al tiempo que dividirá aguas en algunos casos, por quienes pedirán un momento de sosiego. No obstante, esta versión de Ure-Tcherkaski, bajo la sabia dirección de Cristina Banegas, va por otros carriles. Aplaudir y también reflexionar sobre lo visto sobre tablas para comentar lo presenciado apenas se deja el recinto. Lo que se dice, teatro en estado puro.