Minimalismo y pasión
Una mujer sola ocupa el centro del escenario. Labios rojos y vestido blanco, enmarcan, junto con las luces, lo que será la pasión de la gran actríz Trinidad Guevara encarnada en la exactamente visceral Cecilia Cósero. Y es pasión porque no se limita a la descripción lisa y llana de su biografía –que no lo hace del todo- sino a sus vivencias y sentimientos. Estos iban desde el amor, el odio, la soledad, la desdicha y la lucha por los derechos de la mujer allá por el siglo XVIII. De más está decir que esto era casi imposible pero ella vivió como quiso y fue revolucionaria a su manera. Guste a quien guste y al que no, que mire para otro lado. El texto es potente y logra, a través del minimalismo de su puesta, la contundencia propia de lo realizado artesanalmente, con mínimos medios. La vida de Trinidad Guevara es tomada como una montaña rusa de pasión y deseo en los que la velocidad y los vaivenes de su legado atrapan pero no abruman en una obra exacta como un metrónomo.
Cecilia Cósero apela a una actuación física y de apariencia fría –pero que no lo es en lo más mínimo-, debido a que el tono de voz sube y baja al tiempo que hará percusión con su propio cuerpo. Con la luz haciendo un plano americano, el cuerpo de Cósero se divide en lo visto y lo que se mueve, creando una actuación fuerte y sensible al mismo tiempo que una sensación dicotómica con los matices adecuados de lo que se está presenciando. Todo este combo hará absolutamente disfrutables los casi cuarenta y cinco minutos que dura la obra.

Yo la vi en Montevideo en Sala Verdi, excelente actuación de la actriz, excelente
texto, insuperable monólogo y una iluminación sorprendente.