Actuación y catarsis.
Dramaturgia y Dirección: Gabriel Gavila. Con Leandro Sturla, Bautista Barreiro y Gonzalo Bourren. Coach físico: Catalina Jure. Iluminación: Gustavo Lista. Producción y asistencia: Agustina Cisneros. Diseño: Leandro Sturla. Vestuario: Compañía Infelices. Duración: 45 mins.
El Excéntrico de la 18º. Lerma 420. Sábados, 19 hs.
A partir del tronco común de los problemas de los actores para ejercer su actividad -potenciados por la pandemia-, hay diversas ramas que tocan temas escabrosos. El público, la vocación actoral, las salas de teatro y el reproche constante -que se materializa al criticar al compañero con un “no seas tibio” cuando se mueren de ganas por decir algo-, es moneda de todos los días. Aluden a los críticos (¿por qué no los mencionan directamente? ¿Estaría mal decir que “cuando no escribe Daniel Gaguine es porque no le gustan las obras que va a ver y el forro está escribiendo poco”? ¿Qué tan intocables son los críticos y periodistas si se han convertido mayoritariamente en “megusteadores seriales” y “fans que cuentan lo que ven” https://www.elcaleidoscopiodelucy.com.ar/2018/02/la-visibilidad-y-la-miopia-del-teatro.html) y a otros seres que forman parte de la fauna del teatro independiente pero ¿hasta qué punto no se los puede nombrar?
Leando Sturla, Bautista Barreiro y Gonzalo Bourren ponen todo en escena. Se ríen y lloran, siempre con una pistola en mano para apuntar a quienes corresponde pero, ¿no sería mejor una escopeta y que los perdigones alcancen a más gente?
Por el carácter de la propuesta, no importa si hay desprolijidad en la forma en que se la lleva a cabo. Va por otro lado la cuestión. Es más, uno terminaría desconfiando de la pulcritud de este tipo de propuestas que, en ese caso, terminan siendo un teatro tan complacientemente snob como poco creíble. Desde estas líneas, apoyamos la irreverencia y la «suciedad», algo que al teatro independiente (al igual que buena parte de la sociedad) le está faltando para caer en una exasperante “corrección política” y una «todología» que avala cualquier cosa.
Termina la función en la misma línea en que se desarrolló toda la obra y comienza el diálogo posterior tras la salida de la sala. Lo primero que uno reflexiona es como hay gente perteneciente al teatro independiente, tan ombliguista con su arte, termina apoyando a los verdugos que, cortesía de su política, los terminó destrozando. Es increíble que hay mucho teatrero apoyando medidas que no lo favorecen, creyendo que van a obtener cierto rédito por esa conciencia de «Tio Tom» sensiblero y acomodaticio (https://www.elcaleidoscopiodelucy.com.ar/2021/06/vuelveelteatro-otra-vez-sopa-en-un.html) También pregunto por qué el teatro independiente –salvo excepciones- no hace obras que tomen en consideración a la clase baja o temas relacionados a la pobreza y la marginalidad.
Un viejo dicho futbolero dice que «solo erran los penales aquellos que los tiran» en tanto el riesgo y la responsabilidad que esto implica. Algo de eso hay en «Los actores infelices». Con virtudes y fallas, es necesario ver este tipo obras en tanto síntoma de época. Es menester poner corazón y sangre -además de «materia grís»- en tiempos en que la cultura vive situaciones acuciantes tanto para su presente como para el futuro.