Turba (Teatro)

Vivir para contar

Texto: Laura Sbdar. Idea y actuación: Iride Mockert. Música original: Javier Estrin e Iride Mockert. Diseño de movimiento y colaboración artística: Celia Argüello Rena. Diseño de luces: David Seldes. Escenografía: Laura Coppertino. Vestuario: Magda Banach (ADEA). Diseño de sonido: Obo Mendez. Diseño de dirección: Victoria Béhèran. Realización de escenografía: Victor Salvatore y Guillermo Manente. Asistente de escenografía: Melanie Waingarten. Realizador de set electric: Paul Damian Pregliasco. Asistente de iluminación: Facundo David. Asistente de vestuario: Luciana Hernández. Coaching de boleadoras: Adrián Bernal. Fotos: Nacho Miyashiro. Maquillaje y peinado en fotos: Daniela Deglise. Peluca: Mónica Gutierrez. Diseño gráfico: Fermín Vissio. Asistencia de dirección: Victoria Béhéran. Producción ejecutiva: Valeria Casielles. Dirección: Alejandra Flechner. Duración: 55 minutos.

En los últimos años, los unipersonales femeninos han sido un mix de calidad, talento y lucha. Un oasis de creación de sentido y sensibilidad frente a ese teatro porteño sensiblero y endogámico, para dar cuenta de la coyuntura que nos atraviesa como sociedad, sin perder la esencia que le es propia. Tal es el caso de “Turba”, una vorágine de la que ningún espectador sale indemne.

Ganadora del Premio Germán Rozenmacher a la Nueva Dramaturgia, Laura Sbdar puso su pluma en contacto con Iride Mockert para llevar adelante un texto poderoso en una puesta que abre múltiples reflexiones, a partir de historias de mujeres que han sido secuestradas e ingresadas a una red de trata.

La mujer ocupa el centro del escenario, con relatos fuertes y conmovedores, que van más allá de lo que se cuenta sino a la forma que se llevan adelante. Es la trata en primerísimo primer plano. Salta desde el escenario y grita con fiereza para visibilizar, a través del arte, un flagelo del cual es imposible hacerse el otario. La vulnerabilidad de los cuerpos como mercancía para su comercialización. El laberinto de violencia y vejación constante llegan a la despersonalización de las sometidas. Romper su espíritu para que terminen siendo oferta sexual para el mejor postor.

En este punto, el contacto con el “afuera” abre una nueva reflexión. Hombres poseedores de la fuerza opresora en pos del comercio y el sometimiento. Inclusive, aun yendo en contra de los designios que le encomendó la sociedad. Bien sabida es la connivencia de estos antros de prostitución con policías, jueces, políticos y demás miembros de los diversos aparatos represivos del Estado, a decir de un tal Louis. Más aún con esos carteles pegados en las paradas de colectivos, postes de luz, etc.

Desde un espacio dividido en tres, la puesta invita al público a un tour de forcé donde diversas sensaciones se mezclan. Los climas creados a partir de la sordidez de los ambientes y la verbalización de la violencia son impactantes. Como no podía ser de otra manera, la muerte mira de reojo para posarse ante quien ose romper los grilletes carceleros. Siempre tomando al cuerpo como posesión y dominación al que llenan de drogas y golpes.

Desde el escenario, se inquiere al público sobre esta problemática. El soberano, desde la butaca, podrá quedarse al borde de su asiento viendo cómo se desarrollan los acontecimientos. Apelará a la risa nerviosa para salir del brete en que se lo ubica, ya sea por uso de esos “servicios” u omisión. Por ende, el impacto en los hombres es mayor. Ni hablar si debutó sexualmente en esos prostíbulos de mala muerte que pululaban en los años 80 y 90 (y siguen existiendo). Es imposible no reflexionar al respecto. El diálogo con la platea en tanto guiños y códigos del habla cotidiana y su resignificación se linkea a como decanta en los presentes. Lo realmente interesante debería ser la reflexión seria y sin anestesia, sobre lo hecho en su momento y como seguir a futuro. Ni hablar si son padres y la forma de crianza de sus hijos.

La iluminación crea un juego de opuestos al tiempo que el atuendo nude que inicia la puesta mutará en los diversos personajes que se interpreten. La visceralidad atraviesa el cuerpo de una Iride Mockert que arrasa con una presencia física imponente. En su boca y su cuerpo, la palabra suena tan poderosa como la espada. Una amazona telúrica y autóctona, en plena danza de guerra al ritmo de boleadoras justicieras, usadas con tanta gracia y naturalidad. Párrafo aparte para la dirección de Alejandra Flechner, que tiene un debut por demás auspicioso en un rol que le calza a la perfección. Armonía y dinamismo en una puesta que avanza con contundencia pero que no abruma. Brinda el tiempo exacto para la decantación completa de lo vivido en poco menos de una hora.

Ganadora del Premio Luisa Vehíl 2019 a Mejor Actríz, “Turba” busca la reivindicación personal después del ultraje, renacer tras la deshumanización. Es la cabal muestra de como se puede hacer teatro “a martillazos” (como diría un tal Friedrich), con un “in yer face” de valentía artística y social. Es la magia transformadora e irrepetible del teatro.

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