Alacrán o la ceremonia (Teatro)

La balada de los desangelados


Idea, texto y actuación: Jose Antonio Lucia. Fotografía: Felix Méndez. Iluminación: Lucía Feijoo. Producción: Murática Teatro, Sandra Commisso. Dramaturgia y dirección: Román Podolsky.


Timbre 4. México 3554. Domingo, 21.30 hs


Parece que el 2016 ha traído algunos cambios. Podríamos decir que estamos a full con los unipersonales masculinos. Y lo decimos con beneplácito. Era hora que los hombres empiecen a salir a la cancha con propuestas que vayan más allá de contar chistes, con dos “tachos” y la buena voluntad de un público por demás generoso.


En el caso de “Alacrán o la ceremonia”, lo tenemos al actor español José Antonio Lucia llevando adelante una puesta de esas que no te van a resultar indiferente. Alacrán baja las escaleras y se vitorea, con un recitado “…y olé”. Vestido con traje blanco y algunos detalles que le brindan ese charme con un toque de maldad y estilo, se presenta ante la audiencia a contar su vida. Desde ese mismo momento, comenzará un relato en forma de paseo por su propia existencia y la de aquellos/as que la han modificado. Como buen personaje salido de esos lugares donde la valentía y la cobardía (así como el exceso y la falta de ambas) te pueden salvar la vida, Alacrán desnuda su fortaleza y vulnerabilidad, cicatrices y traiciones incluidas para constituir una narración atrapante. ¿Será cierto lo que dice? ¿Acaso importa? Joaquín Sabina diría “solo te conté media verdad al revés, (que no es igual que media mentira)”.

La puesta gira alrededor de un Alacrán que combina orgullo y pasión, vulnerabilidad con descaro, petulancia con corazón. Habla y se exhibe, como quien necesita dar cuenta de lo ocurrido, buscando algún tipo de ¿redención? frente a los hechos. La descripción que hace de su amor, La Cangrejo, es deliciosa. Ni hablar de Paquito el Santo, mago de honradez extrema al punto de ser nociva para su propia existencia. Asi, de a poco, sin prisa pero sin pausa, la vida de Alacrán tomará por asalto la platea para instalarse dentro de cada par de ojos y corazón atento que encuentre en su camino. La creación de imágenes que realiza es fantástica, junto con una iluminación aceitada y un diseño sonoro mínimo y preciso. Los objetos utilizados brillan con luz propia, tal como un par de zapatos o una valija. El vestuario es fundamental para el horizonte de expectativas que plantea la puesta.

José Antonio le dará vida a una serie de personajes tan extremos como entrañables. Alacrán, la Cangrejo, Paquito el Santo serán algunos de estos seres “desangelados” que transitan por la vida pidiéndole a esta que les guiñe un ojo. ¡Hasta un gato de taberna podrá forma parte de este pedido!


La puesta cuenta con una poesía que abarca distintas aristas a partir de la sutileza de su texto. Puede ser elocuentemente sutil para abordar tanto la muerte como situaciones que tienen un guiño a la situación de los refugiados. Aquellos que van con sus petates para todos lados en busca de una vida mejor. O, al menos, no tan mala como la que tienen. Alacrán dice “La situación se hizo insostenible. Las calles se llenaron de cadáveres y basura. A la gente la echaron de sus casas”. Y es ahí donde la creación de imágenes logra uno de sus momentos de mayor contundencia. “Como último recurso, los tejados se poblaron de miles de personas. Allí vivían los desheredados, en la cima”.

Esa valija llena de ilusiones, se encarna en aquella que tiene Alacrán en situaciones más relacionadas con el corazón. La resignificación de dicho objeto –la valija- permite que la obra trascienda y llegue a lugares donde el corazón se linkea con el cerebro y un contexto determinado.

Para tal fin, es menester contar con una actuación que responda a lo requerido por las palabras, los silencios y los climas -¡gran manejo de los mismos!-. La sabia dirección de Roman Podolsky es quirúrgicamente exacta para poner a José Antonio Lucía en ese lugar tan preciado que es del lucimiento en pos de una puesta y no, con el fin de superarla. Y José Antonio se luce de principio a fín. Con precisión y sensibilidad en dosis exactas, maneja los tiempos de la puesta con la magia de un Riquelme –o un Iniesta- del escenario.


Con un texto tan poético como contundente y una actuación subyugante, “Alacrán o la ceremonia” es un unipersonal de esos que no pueden pasar desapercibidos bajo ningún concepto.

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