Con palabras e imágenes fuertes, que piden una constante atención, la puesta cuenta con una escenografía basada únicamente en un cilindro en el cual se podrán ver desde las estrellas de la noche hasta la letra de alguna canción. Aquí, un hombre camina bajo la lluvia y llama a un transeúnte (invisible) con el que dialoga.
Con una plasticidad y una dicción envidiable, Amigorena le pone el cuerpo y la voz a la fuerza poética de un texto que alude a la soledad, la discriminación y a la falta de comprensión entre los seres humanos. Plantea interrogantes que se van desarrollan en la puesta y que cada espectador, de acuerdo a sus vivencias y su propio sentir, podrá completar. La iluminación y el sonido se cuadran perfectamente con la noche de desolación que enmarca el contexto de la obra en el cual la imaginación tendrá rienda suelta. Habrá quienes en ese marco nocturno, escucharán la voz de un Tom Waits o un Leonard Cohen contando sus historias en un bar. El único lunar de la puesta es la sala. Al ser tan grande, Amigorena debe utilizar un micrófono con el cual se pierde la intimidad que genera la puesta. Los espectadores de las butacas ubicadas en la parte superior de la sala pueden que no terminen de aprehender un texto interesantísimo por una cuestión «geográfica». Además, hay un intento de lograr esa intimidad con asientos dentro en el escenario pero aún así, una puesta, con el carácter intimista que propone, se puede evaporar en un escenario tan grande.