Allá, en el rancho grande…
No obstante, la puesta es mucho más profunda. Se entremezcla la identidad y los valores que representa esta. Porque el que viene, establece la defensa de “su” tierra frente a ellos, los otros invasores, que ponen en duda sus valores. El texto mantiene la coherencia en las palabras de un Cody Right que viene de una familia digna (como todos), que hacen lo que pueden con su vida (como todos) y que también creen en Dios y los designios y pruebas a las que nos somete el Todopoderoso. Entonces, el momento de quiebre en la puesta coincide con el que hace en el interior de cada espectador, al ver como ese discurso se transpola a una furiosa vigencia y actualidad.
El texto es riquísimo y logra su exacto correlato en un Germán Rodríguez (alma mater de la excelente “Rodando”) especialista en este tipo de unipersonales en los que se hace carne de las palabras que salen de una dramaturgia excelente pergeñada por Agustina Gatto (la sublime“Ifigenia en”). La identidad del cowboy y el gaucho se entremezclan en un contexto donde la segunda palabra de esta oración es fundamental en su concepto. Porque en esa palabra se resignifica toda la puesta, a través de las palabras de Cody, en el como y el por qué las dice asi como en relación a los destinatarios de las mismas.
El ejercicio de relacionar lo escuchado con los diversos contextos de nuestra historia da en el centro de nuestra existencia, a través de una toma de judo teatral que deja al espectador en una puesta de espaldas conceptual. Porque lo que piensa (y dice) este texano –no en vano se eligió Texas como lugar de origen de este hombre, con las particularidades de esta ciudad- está tan arraigado como cierta conciencia de clase media bien pensante, poseedora de un discurso poco felíz aunque aceptado –y votado- socialmente. La escenografía y la iluminación dan el marco adecuado para que la sutileza se haga presente en una obra que, a través de palabras y guiños implicantes, logra esa complicidad acusatoria que hace ruido. La puesta es atrapante en su ritmo y capta la atención de tal manera que, cuando termina, la sorpresa es tal que no hay reacción. Y más aún con la última frase con la que cierra el espectáculo.