La nocturna oscuridad es cortada por la luz unas linternas que llevan Hugo, Luis y Helena, dos amigos escritores y la novia del primero que flirtea con el segundo, al tiempo que deciden pasar la noche al costado de la ruta. Con una gran carpa como testigo de los hechos, cada uno de ellos mostrará sus personalidades y flaquezas, egoísmos y miserias, al tiempo que el dibujo de los personajes marcarán la pauta de una certera e irónica cercanía. Los contratos establecidos en las relaciones de amistad y de pareja, una “pax armada” donde se mide hasta donde se puede llegar –aunque sea de manera lúdica y cómplice-, sobrevuelan por encima de egos, deseos y amores no correspondidos. Aunque siempre hay un hecho que sacuda la modorra de esta situación, en este caso, la aparición de dos jóvenes en el medio de la noche, solicitando ayuda para trasladar a una actriz reconocida por el público. Es en ese preciso instante que la omisión hace su entrada en escena porque, como dice un axioma de los call center de venta de productos por teléfono, “omitir no es mentir”. Entonces, se establece una construcción de sentido a partir de estas pautas en las que la puesta gana en tensión dramática e intensidad. Y es frente a una situación inesperada donde cada uno saca a flote su naturaleza como individuo. El que espera, el que no hace nada, el ventajero, el que sostiene que “el fin justifica los medios”. Incluso, se entremezclaran varias dentro de cada uno de ellos.
