Corría el año 1986 y quien estas líneas escribe ya jugaba bastante al ajedrez. El mundo de los trebejos me había atrapado por lo que me compraba libros para intentar seguir en mi tablero, las enseñanzas de los grandes maestros. Ya jugaba torneos con cierto éxito deportivo por lo que deseaba mejorar mi juego. Un día, estaba en el negocio de mi padre cuando vino mi tio Salvador –hermano de mi viejo-, que tenía su negocio al lado del de papá. Salvador era un charlatán con ínfulas de filósofo aunque nunca había leído un libro. Vio que estaba concentrado en una posición del medio juego cuando empezó a darme mil y un consejos sobre estrategias a realizar. Después de escuchar sus pavadas durante ocho minutos, lo miré –previa interrupción a su verborragia- y le pregunté “¿Pero vos sabés jugar al ajedrez?”. Como dijo que «No», le volví a preguntar/reprochar, “Entonces ¿cómo me das consejo sobre algo que no sabés?”. Ante mi respuesta, Salvador se ofendió por “la falta de respeto” y se marchó. Siempre fue un turro por lo que tampoco me interesó volver entablar algún tipo de vínculo con él.
Hoy en día, “la gran Salvador” está muy en boga. Prácticamente, no se puede decir nada porque cualquier tipo de intercambio de opiniones estaría fomentando la confrontación y la provocación, con la consabida falta de respeto. Porque, si bien la forma es necesaria por un motivo obvio de convivencia en una sociedad civilizada, se le presta toda la atención a ésta, más allá de lo que se esté enunciando.
Si en una discusión se esgrimen argumentaciones vacías, sin contenido para sostener una idea y se refuta a la misma, lo primero que te espetan en la cara es “es lo que yo pienso y lo tenés que respetar”. Mi pregunta es ¿tengo que “respetar” que se diga cualquier cosa en nombre del….respeto?
Lo que se logra con este tipo de políticas es nivelar hacia abajo porque no se podría decir nada en nombre… del respeto. Ergo, no habría ni debates ni intercambio de ideas con lo cual cada uno viviría en su propio micro mundo en el cual imperaría su visión de la vida, sea esta cual fuera. Sería válido equiparar la influencia artística de Justin Bieber con la de los Beatles, las bondades artísticas de Amigacho con las de Chaplin o la literatura de Belén Francese con la de Simone de Beauvoir. Porque hay que “respetar” lo que dice el otro, no ser “confrontativo” ni nada que se le parezca, ¿no? Hay que “buscar la paz” y esto implica que sea de cualquier forma. Sin justicia si es necesario porque “se reabriría las heridas y eso implica confrontación” (¡Vagame Dios por favor!).
De esta manera, el respeto termina siendo un “decir que si” a todo que te deja a un paso de ser un falso en todo el sentido de la palabra. Y si osás (porque ponerse en la esa otra vereda es una osadía) decir que no a todo esto, negarte a la conformidad de estas reglas, sos un “desubicado”, otra palabra que ha aparecido en el vocabulario cotidiano. La “ubicación” la da el respeto –decir que si- a las jerarquías y a las “buenas costumbres”. Estas incluyen tolerar turradas varias (si son de la familia, serán absolutamente indultables. ¿Cómo se va a criticar a la familia, institución santa y patrona de nuestra sociedad?), argumentaciones idiotas y el “si porque si o porque yo lo digo”.
En esta sociedad actual, donde los medios quieren imponer el fantasma de la “intolerancia”, “el atropello” o “la confrontación”, humildemente digo que no les creo y que voy a seguir siendo un “irrespetuoso” y un “desubicado”. Los medios tienen su responsabilidad por impulsar esta especie de “discurso único de cómo ser un argentino digno y respetable” en una sociedad muy manipulable a la que se compra con viajes, estabilidad, seguridad (se hace hincapié en que no haya “negros y villeros” revolviendo la basura o que me asalten pero no en que haya una mejora educativa y de salud para la gente más pobre –“pobres hubo siempre y si son pobres es porque les gusta serlo” dicen los brillantes iluminados de nuestra clase media-) y demás espejitos de colores que satisfacen sus “caprichos de clase” y los demás, que se jodan.
El respeto no se gana por un título, una característica o una jerarquía sino por lo que uno va construyendo a lo largo de su vida a través de las buenas acciones, el estudio, la dignidad para levantarse día a día para hacerle frente a la vida y la cultura. Un/a jefe/a podrá ser jefe/a pero nunca será respetado/a en tanto su única argumentación en una discusión es “sos un irrespetuoso”. Hago hincapié en los medios porque el periodista es quien tiene que abrir el debate general a través de las investigaciones que realiza a través de su trabajo y no cerrarlas, amparándose en la no confrontación o incluso –tal como pasa con los artistas-, “soy sensible y me pongo mal por estas situaciones de conflicto”.
A todo esto, tampoco olvido preguntarme a quién favorece que no haya debate, que se tenga una sociedad sumisa, narcotizada, que lo único que piense en “Bailando por una chotada” y en cosas “mínimas” como el laburito, la minita (o el flaquito), la bandita y el equipito de fútbol. Porque hay tipos y minas que, por más que tengan cuarenta años, tienen estas únicas metas y placeres en la vida. A lo sumo cambiara una banda de rock por una de cumbia pero la osadía y el deseo de cambio y mejora no abunda por estos lados.
Por eso, seguiré siendo “irrespetuoso”, “desubicado” en una sociedad en la cual los Salvadores son tan brillantes….que no se bancan algo tan simple, como debatir ideas.
¡Bienvenidos al Caleidoscopio!
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Chester Bloom es un viaje violento y sarcástico a la mente de un joven de veintiún años que coquetea con las drogas.