Bendita tú eres….?
A partir de la nouvelle “Le viste la cara a dios” de Gabriela Cabezón Cámara. Actriz: Carla Crespo. Coach musical y colaboración artística: Bárbara Togander. Dirección de arte y diseño de escenografía: Julieta Potenze. Realización de escenografía: Ariel Vaccaro. Diseño de iluminación: José A. Binetti. Diseño de vestuario: Gerónimo Lagos Agüero. Realización de vestuario: Leonardo Colonna y Jessica Vanina Bellomo. Fotografía: Nora Lezano. Asistente de dirección: Sofía Costantino. Dirección: Victoria Roland.
Teatro Margarita Xirgu. Chacabuco 875. Domingos, 18 hs.
Una rave o fiesta electrónica conduce a un viaje alucinógeno, de trance y de hipnosis sonora. Este ambiente glamoroso de discoteca, diversión, evasión y noche eterna se desdibuja cuando una mujer, víctima de trata, es capturada y llevada a un antro del sur bonaerense.
En este unipersonal, la princesa educada entre algodones, no sabe si puede despertar de esta pesadilla en la que está inmersa. Aquí no existe el príncipe azul que viene en un caballo a rescatar a la damisela en apuros. Tampoco es lo que pide. Simplemente es un cuerpo roto y quebrado, hecho un ovillo sobre un camastro.
Desde otro lugar, hay una visibilización de las víctimas del poder como los niños y las mujeres, quienes han sido y son vulnerados en sus derechos, los torturados de las distintas épocas históricas.
El escenario es una plataforma que se erige por encima del público, que podrá transformarse en un púlpito-cabina de dj-habitación cuya parte inferior remite a un cáliz sagrado, a lo femenino. Ese espacio mínimo que alberga a la presa. Las luces que coronan ese estrado donde se desarrollan los hechos, le otorga a la predicadora un halo de santidad trash. La iluminación desempeña un rol fundamental para una vigorosa creación de sentido, tales como sus soliloquios o los momentos de vértigo sexual con los clientes que desfilan por su cuerpo.
La procacidad del lenguaje resalta la ferocidad del ambiente. La muñeca que es usada y descartada al momento del orgasmo, donde los fluidos corporales aterrizan sin piedad y sistemáticamente.
El diseño sonoro y la música construyen una narrativa potente: las voces grabadas se repiten y superponen en distintos planos al tiempo que la disonancia musical aturde y se desvanece. El impacto es poderoso, más aún con el fuerte contrasentido –que no es tal- que ocurre entre la música y el escenario. Suena un vals de Strauss, que remite a una elegancia de cisne mientras que el relato es sombrío, doloroso y sórdido. Este recurso –utilizado tanto en teatro como en cine (“La Naranja Mecánica» de Stanley Kubrick es un buen ejemplo en relación a la música clásica) potencia la imagen. El trap, la cumbia y los cantos gregorianos aparecen en momentos exactos mientras realiza un paralelismo entre su pasado (familia, calor de hogar) y el presente aterrador.
El talento y plasticidad corporal de Carla Crespo sumerge al espectador en el espacio mínimo donde se halla secuestrada. La asfixia es evidente. Esta Beatrix Kiddo de plateado catsuit será una santa piadosa que se ampara en la religión o una María Magdalena que lucha. Inclusive un Cristo crucificado con su corona de espinas que habla con su Padre pidiéndole la salvación al tiempo que desciende a los infiernos de la droga y de la prostitución. Ella se transforma, paradójicamente, en un mesías que ofrece su cuerpo y sangre y que comulga imaginariamente con los fieles todos los domingos en la iglesia de la congregación. Será ese desdoblamiento el que la haga caer estrepitosamente en raptos de lucidez y locura. Siempre en la incertidumbre que la llegada de la noche pueden ser la última cena dependiendo del capricho de su cafishio.
Basado en el texto de Gabriela Cabezón Cámara, «Le viste la cara a Dios», Carla Crespo interpreta un monólogo interior donde no existen tabúes ni censuras, es el libre discurrir de la conciencia. Este fluir constante cobra una velocidad vertiginosa y allí la protagonista sabe utilizar los tempos precisos para moldear una frase, encarnarla y detenerse en palabras con la ayuda del sampler.
Poéticamente desgarradora, «Beya Durmiente (DJ Beya)» es una bofetada de realidad que martilla conciencias, sacude y visibiliza un flagelo vivido por muchas mujeres, explotadas sexualmente, con la complicidad del Estado y la indiferencia de gran parte de la población.
Texto: Cecilia Villarreal (FSoc -UBA-)