Un judío común y corriente (Teatro)

Ser, no ser…y como ser

De Charles Lewinsky. Versión en español: Lázaro Droznes. Con Gerardo Romano. Música: Martín Bianchedi. Escenografía: Marcelo Valiente. Asistente de dirección: Rubén Cuello. Dirección: Manuel González Gil.


Maipo Kabaret. Esmeralda 444. Miércoles a viernes, 20 hs; sábados, 21 hs y domingos a las 19.30 hs.


Emanuel Goldfarb es periodista y sociólogo alemán. Hijo único de familia judía donde la tradición y el aggiornamiento a los nuevos tiempos juegan una partida eterna. Pero el detonador de la reflexión de Goldfarb acerca de sus orígenes es una invitación a participar de una charla en una universidad. ¿El motivo? Hablar de judaísmo, con un “ciudadano judío” a decir del profesor a cargo que dice “no conocer un judío” y que lo convocaba porque es una persona por demás respetado dentro de su “comunidad religiosa”.


Una buena cantidad de periodistas y críticos afirmaron que la puesta gira en torno a la problemática de los judíos que viven fuera de Israel asi como la vida en un país que vive bajo el peso psicológico de las consecuencias del nazismo. Si bien esto es cierto, hay otras aristas a desarrollar.

La identidad es lo primero que será puesta en cuestión a través de la tan mentada “corrección política” que estalla por los aires cuando más correcto se intenta ser. Decir “ciudadano judío” es una aberración en tanto es alemán por su nacionalidad y recién “judío” por la religión que profesa. Tampoco es una “comunidad religiosa” en tanto hay judíos que no son religiosos. Pero es ese deseo de “corrección” el que también afecta al propio damnificado que no sabe como ubicarse frente al mismo por su situación en tanto minoría religiosa. Como diría Sartre “el carácter judío no provoca el antisemitismo sino que, a la inversa, es el antisemita quien crea al judío”. 
Pero lo que hace con mucha sabiduría Lewinsky en su texto, es ubicar a Goldfarb con grabador en mano, en el marco de su casa, encerrado como un león enjaulado, reflexionando sobre su propia condición de judío. Será allí que no solo desarmará uno por uno los argumentos llenos de corrección política de quienes “detentan el saber”, que educan a las futuras generaciones. Al respecto, se puede establecer líneas con el polémico libro de Daniel Goldhagen, “Los verdugos voluntarios de Hitler” en relación a la postura de cierto recelo oculto tras la fachada de “no ser racista” porque está mal serlo, aunque lo sea.


El texto es tan rico que también indaga dentro de las propias raíces del judaísmo. Ubicado como laico pero con fuerte identidad judía (lo cual no es para nada contradictorio), Goldfarb también mira dentro de sus propias contradicciones. Desde la relación con su ex esposa Anita –no judía- y la circuncisión de su hijo hasta lo que implica ser judío y su relación para con las políticas del Estado de Israel, con crítica incluída. En este sentido, con fino humor e ironía, correrá el velo hacia otra visión, alejada de cierto estereotipo judío para aquellos que no lo son como una crítica a quienes si lo son y se apegan a todas las “verdades no escritas” que la religión te endilga, transmitiéndose de generación en generación sin que nadie ose preguntar sobre la veracidad de las mismas. Inclusive, la ironía atravesará a cierta banalización del Holocausto o industria del mismo en tanto puede exacerbar el papel de los victimarios e inclusive de los propios sobrevivientes. En ese momento, pareciera que Norman Finkelstein mete la cola en eso de la manipulación de la Shoá.


El juego de palabras entre la afirmación que el judío es el “pueblo elegido” y su propia definición de “judío común y corriente” está cargada de ironía y contenido que puede derivar en las más diversas reflexiones. Más aún si aparecen Einstein, Marx, Freud y Cristo en la discusión.

Igualmente, no se queda solo en la cuestión judía sino que se extiende también a lo que sería la esencia del ser humano. La discusión que gira en torno a palabras como “tolerancia” (no en vano no se habla de “respeto”), “judío” o “reconciliación” es fuerte y profunda en tanto pone en jaque todo lo que supuestamente implica una buena convivencia con las minorías religiosas. Retomando nuevamente a Sartre, el judío no puede renunciar a su condición, a la condición que el mismo antisemita le ha impuesto: todo lo que hace o dice tiene su impronta judía.


La claridad del lenguaje es fundamental para la comprensión de una dramaturgia rica en matices, con dosis justas de pasión enmarcadas en una voz media y medida. Que se quiebra ante el dolor de lo inexplicable pero que es enérgica en los valores y argumentaciones que sostiene a través del tiempo.


Para que el texto pergeñado con inteligencia por Lewinsky llegue a su punto exacto, necesita de un actor de gran reconocimiento como Gerardo Romano. Con la solvencia que le es reconocida, Romano es un Goldfarb exacto en sus pensamientos, miedos y certezas. Su actuación es atrapante, con un ritmo aceitado que hace que la puesta mantenga un desarrollo tan dinámico como natural.

El tándem texto-actuación es de precisión quirúrgica, a través del muy buen trabajo de Manuel González Gil en la dirección. Igualmente, el que terminará de aprehender y disfrutar de lo visto sobre tablas será el propio espectador que, en su individualidad, de abrir su mente y corazón, podrá disfrutar y debatir sus propias creencias –lo cual no está para nada mal-.


“Un judío común y corriente” es disfrutable de principio a fín en tanto indaga en esas cuestiones que muchos no se animan a preguntar, con humor e ironía. Para ver, pensar, debatir y también divertirse.

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