Eduardo Misch: La vigencia constante de «Potestad».

Vuelve “Potestad”, un clásico del gran Eduardo “Tato” Pavlovsky, de la mano de Eduardo Misch, actor que lo acompañó durante más de quince años. En un contexto especial, que se vincula tanto con el pasado como con el presente (¿y el futuro?), Misch analiza la puesta, la coyuntura actual y recuerda el legado de Pavlovsky

– Eduardo, ¿Cuándo surge la posibilidad de hacer “Potestad”?

– Me acerqué al Teatro Calibán para reunirme con Norman Briski. Nos juntábamos una vez por mes más o menos. Ya venía con la idea de hacer “Potestad” y “El barro se subleva”. Ésta es una obra escrita y dirigida por Norman en la que me dirigió. Es para varios personajes, pero lo redujo a uno, que es el mío. Ahí le dije que quería hacer ambas puestas. Más en esta nueva forma de hacer teatro, de alguna manera pospandémica donde uno no está tanto tiempo en un mismo teatro. La proyección es girar con la obra y cumplir el sueño de ir a las provincias y salir de la capital. Norman me dice “¡Qué buena idea lo de ‘Potestad’ y el ‘Barro’!” y agrega “Mirá, la idea es sencilla. Es un jugador de golf con el caddy a quien le va relatando el texto”. Obviamente hay que ver cómo hacemos la puesta. A partir de esa primera reunión, proyecto hacer “Potestad” y después, tal vez el año que viene, el “Barro”. Aparte “Potestad” y el “Barro” es exactamente la antítesis una de la otra. En una, tenés a un raptor de niños, con una lógica totalmente distinta a la del “Barro se subleva” que es una célula que intenta cambiar el mundo de alguna manera. Entonces, arrancamos con “Potestad” con Norman, con la idea ya formada de los roles que íbamos a abordar.

– ¿Por qué se eligió como protagonista a un jugador de golf?

– En la obra original, era jugador de rugby. Un jugador de golf ya significa una clase alta. Entonces ya teníamos ahí, la primera configuración de lo que sería después esta “Potestad”. Se ha cambiado muy poco la obra. Igual, es cierto que el deporte está en casi todas las obras de Tato. Si no es boxeo, es fútbol, o rugby. En este caso, el imaginario de Norman como director iba hacia este jugador de golf que nos acercaba incluso a un social histórico actual con un rol más característico digamos de alguna manera con esta época.

– Norman Briski es, nuevamente, el director de la obra y lo conoces bien….

– Norman, como director, es una maravilla. No puedo decir más. Para mí, es un honor que le haya gustado la idea de poder hacer esta puesta y de sumarse a la aventura. Había hecho la primera puesta de “Potestad”, estrenada en el 85, con Tato incluido y después, la de María Onetto, en el 2019, con una estética de teatro Noh. Una puesta maravillosa, muy bien interpretada por María que hoy ya no la tenemos con nosotros. Creo que a él le gustaba la idea de poder volver a cambiar de estética de “Potestad” y presentar de nuevo esta obra. La gente está viniendo y nos está acompañando a sala llena.

-Sigue siendo atrapante “Potestad”…

– Si. Es poder ver esta nueva puesta… Si uno conoce el teatro de Tato o vio su “Potestad”, sabe de qué se trata. Entonces, uno quiere ver es cuál es el invento actual. Por los comentarios, veo que está siendo muy bien recibida. Norman, como director, suma constantemente, ya sea energía y alegría. Es una persona que es un motor impresionante. No solo para “Potestad” sino para su Calibán y sus grupos. Es una persona muy productiva, con una imaginaria fabulosa. Hasta te diría “mágica” por las cosas que se le van ocurriendo. Así que, desde ese punto de vista, Norman, como director, para mí es un honor tenerlo al lado. Incluso como amigo ya que hace mucho que nos conocemos. He participado en sus obras y en las de Tato. O sea, tenemos mucha alquimia juntos. Nos cuidamos mutuamente, así que, como director, no va a haber otro como él.

– ¿Cómo fue meterte en el personaje?

– Cuando me sumerjo a una aventura, me hago muchas preguntas, pero con pocas respuestas. Te diría que, hoy en día, con la obra estrenada, empieza el periodo en que empieza a encontrarse con uno mismo. Hasta entonces, faltaba el público, que es lo que compone el hecho teatral. Ahora, se descubren muchos devenires del personaje que no teníamos en cuenta. Incluso ahora, me estoy redescubriendo. Con la función de estreno, quedamos muy contentos con Norman, con la búsqueda de nuestras propias contradicciones desde el rol mismo. Es importante. Ahí me estoy sumergiendo.

– ¿Tuviste miedo a la comparación con la obra original de Tato?

– No le doy mucha bolilla…pero lo hago igual. Tuve miedo en el estreno obviamente por cómo iba a salir esto, qué va a pasar. Había ahí una bisagra que cruzar. “Potestad” es una obra que, como dice un amigo mío Javier Medina que es actor, “como tuya”. Algo de razón tiene, porque lo asistí a Tato en sus últimos 15 años, cuando la hacía. He armado toda la parte estética de puesta de luces. En cada lugar me encontraba con una situación distinta y todo eso lo iba armando con Tato y Susy Evans. Es una obra, que casi no he estudiado. La sigo releyendo, pero los bloques ya los tengo internalizados. En ese sentido es una obra muy mía. La tengo “muy en el cuerpo” como diría Tato. Inclusive, lo recuerdo cuando la decía. Es la obra con la que descubro a Tato.

– ¿Si?

– Si. Fue la primera vez que lo vi actuar. Dije “quiero hacer esto. Es fantástico lo que hace este tipo”. Me maravilló la corporalidad, sus movimientos, su ida y vuelta con el público. “¡No hay pared acá!”. Redescubría muchas cosas cada vez que la veía. En aquellos momentos, cuando conozco a Tato, cursaba en el conservatorio de arte dramático donde después me recibí. Es una obra que tengo muy dentro mío pero no existe comparación. La mejor “Potestad” es la de Tato. De eso no hay duda alguna. Hay nuevas versiones y ésta es una de ellas. Está muy bien planteada desde Norman que era un gran amigo de Tato.

– ¿Qué te dice la gente cuando termina la función?

– Cuando sale del teatro, está shockeada. Está entre el saludo formal de agradecimiento y casi en el roce con una puteada. Es lo que siento. No sabe si saludar al actor o descargar su rabia contra el personaje. En general salen agradecidos. Voy a saludar al hall aunque estoy todo manchado. A la gente le gusta mucho la obra. Quiere abrazarme, saludarme o felicitarme. Me dice que “hay que hacerla”; que es “un documento para seguir mostrando y mantener viva la memoria” en relación a la gente desaparecida, los niños raptados y al genocidio que fue. El público se encuentra con una adaptación que tiende al naturalismo no tan fuerte como lo hacía Tato, pero ese ida y vuelta se va dando poco a poco. Así que se agradece tanto la sinceridad de la puesta como desde la actuación. Estoy contento con las devoluciones que me han dado.

El otro lado de «Potestad»

– Recuerdo que una de las polémicas de la obra, en su momento, fue la “humanización del represor”. ¿Pasa lo mismo ahora?

– Si bien era una polémica -puede serlo ahora-, algo que reivindica a esta puesta es que es muy actual. ¿Por qué? Porque antes se hablaba de “Potestad” –tanto de la que hizo Tato con Norman como de la de María Onetto- como de la época de la dictadura. Era “de aquella época”. En cambio, hoy se resignifica tanto que estamos hablando también de ésta época. Un tiempo de absoluta violencia que parte desde el presidente, por ejemplo, que está proyectando que la gente pueda estar armada por la calle y que cada uno se arregle con cada otro su problema. Es una bajada de línea brutal, que hace que te maten por nada. Esto, más allá de los decires de la vicepresidenta a favor de los militares y de los genocidas tratando de alguna manera, de cubrirles la espalda. Volvemos a hablar de dictadura y como decía Tato en el prólogo de “Potestad”, “las nuevas dictaduras no van a ser con un tipo con una picana, sino que va a ser más inteligente, que va a ir por otro lugar”. Irá por otra estética, buscando siempre la forma de someterte de alguna manera. Acá estamos todos sometidos a un plan económico devastador. No sabemos dónde va a terminar todo esto.

– Hasta cuándo uno puede aguantar…

– Bueno, ellos van a estirar hasta que explote. Es lo que vinieron a hacer. Ésta “Potestad” es actual desde el punto de vista que, lo que uno está viendo, puede estar sucediendo afuera. La humanización del represor, del raptor es humano. Siempre lo fue. Lo que pasa es que siempre se lo planteó como si fuese un monstruo que está escondido en las tinieblas y va nada más que a trabajar, a picanear y a intentar sacar la información al otro. ¡No! El represor, tanto el de antes como el de ahora, están al lado tuyo. Ni siquiera, a metros. Te subís a un colectivo y el 60% de los pasajeros pudo haber votado a Milei.  Vos decís “ahora nadie lo votó” pero todos están mal y, aun así, 6 de cada 10 que están a favor de lo que está pasando. Ahí es cuando comprendo la complicidad civil de aquella época. Creía que era un grupo chico, pero con esa votación, me doy cuenta de la magnitud de esa complicidad civil. Cuando antes raptaban a una persona, mataban a alguien, hacían desaparecer y se quedaban con los hijos, el vecino de al lado, no decía nada. Estuvimos ensayando en el Centro para la Memoria, de Virrey Ceballos entre Venezuela y México, que es una casa antigua. No puede ser que nadie de las casas de al lado no supiese lo que estaba pasando. Eso es una complicidad civil.

– Es cierto.

– En el 2018, tuve la suerte de ir a Polonia. Dí algunos talleres y pude hacer la “Potestad” de Tato, en una improvisación. Estuve en Auschwitz. ¡Impresionante! El campo, con todos los galpones de madera y un paredón; del otro lado, casas civiles que veían perfectamente hacia adentro.  Eso era en Polonia y acá, en pleno centro, las camionetas entraban y salían de ahí. Ahí tomó la conciencia sobre la complicidad civil. Por eso, esta obra es cada vez es más actual. En su prólogo, se habla de “libertades”, algo que van a venir proponiendo los nuevos genocidas. La resignificación es constante. También es una bandera palestina. Esto es algo que Norman quiso poner y el grupo estuvo de acuerdo. Como están matando gente en otros países. Como la guerra, en pos de una libertad (siempre está la “libertad” presente), matan tantos civiles.

–Ahí sería donde se resignifica.

– Claro. Hay que ir a verla con lo que nos está pasando y no con la idea de a ver una obra que tiene que ver con los años 70. El jugador del golf la hace más actual y te identificas con él. Así que este es el social histórico que nos está atravesando y que hace potenciar a la obra en estos tiempos.

El que siempre está presente

– ¿Cómo ves la figura de Pavlovsky hoy en día?

– La verdad es que, con Norman, lo hemos hablado. Es una pena que no esté, hablando y escribiendo de lo que está sucediendo. Con Norman, de alguna manera, traemos una reescritura de Tato en estos tiempos. Se lo extraña al “grandote”, como le decíamos. Una persona con un caudal de producción importantísimo. Más de 20 obras de teatro y los más de 50 libros que incluyen los de psicoanálisis, psicodrama, los escritos, los ensayos. O sea, una producción literaria impresionante. Es reconocido en todo el mundo. La figura de Tato, hoy es nuestro prócer teatral argentino. Nuestro San Martín del teatro.  Ese es Tato. Creo que siempre fue grande, hasta de chiquito fue grande. Era así. Abarcaba corporalmente sus espacios. La verdad es que se lo extraña.

– En tu relación con Tato, ¿guardas algún recuerdo en particular?

– Jugaba mucho dentro de la escena. Era un viaje para todo el equipo en su momento. Ahora, cuando salgo al escenario, le digo a los compañeros, a Melina (la asistente técnica), Iván (el asistente de dirección) y a Damián Bolado que es el otro actor de la obra. “Nos metemos en un viaje. Nos vemos a la salida. Que pase lo que tenga que pasar, pero a disfrutarlo con mucha energía”. Eso es lo que tenía Tato.  Se metía inmediatamente en la escena. No hacía mucho ejercicio ni nada. Íbamos antes y nos tomamos algún vermut, una copa de vino, el salame y queso que nos gustaba tanto o alguna empanadita. Así nos preparábamos. Antes de salir a escena, releía la obra. Marcaba, releía, estudiaba y después, le pasaba a algunos ejercicios vocales. Tras las bambalinas, me preguntaba “Che, ¿tenés algo para hacer con la voz”. Le pasaba algunos ejercicios y ahí hacíamos juntos. ¿Hay gente?, “Si. Se está llenando”. Había veces que no se llenaba, pero yo le decía que si, para que no se ponga impaciente. Al final se terminaba llenando.

– Recuerdo que formaste parte de “Asuntos pendientes”. ¿Cómo recordas esa obra?

– Fue nuestra última obra juntos. También participaba Susy Evans. La dirección era de Elvira Onetto. Una obra maravillosa. La relación entre esos tres personajes… Mi rol como hijo era precioso. Todo terminó abruptamente por la operación y recomposición de Susy. Después, estuvo la recaída de Tato y ya no se pudo seguir. “Asuntos pendientes” nos dio mucha alegría. La pasábamos muy bien los tres. Era la ficción de nuestra propia familia porque con Tato y Susy éramos muy unidos. Era casi un hijo adoptivo. De hecho, me lo dice Susy varias veces, con quien nos seguimos viendo.

– ¡Qué bien!

–Si. Además, había quedado una obra inconclusa que veníamos trabajando con Tato. Queríamos hacer todos sus textos “olorosos” a decir de Norman. Los más escatológicos, aquellos que uno no quisiera, o le da pudor escuchar. Empezamos a hablar de Artaud. Le dije “Te armo los textos ‘olorosos’ y los empezamos a laburar”. Así fue. Armé como dieciséis textos que fueron editados hace poco por Milena Caserola. con el nombre de “En fín. Textos inconclusos de Tato Pavlovsky”. También editó “Teatro no dependiente” que es un libro mío.

–Contame de esos textos.

–Fui haciendo la dramaturgia y Tato me iba diciendo “No. Mejor, ponelo acá. Armemos esto…. ¿Quién la va a dirigir?”. Le respondía “Hagamosla entre nosotros”. La idea era armar un dispositivo que era una calesita como las de antes. Arriba de la calesita, ponemos una mesa de bar y nos armamos una picada para que vengan dos amigos actores invitados. Seguro iba a estar Norman, Pipi Onetto, Bartís. Teníamos varios amigos proyectados que iban a colaborar en la función. Lamentablemente, no llegamos. Al fallecer Tato, postduelo, agarré nuevamente ese libro y empecé a confeccionarlo. Se resolvió todo así. ¿Sabías que “En fín” iba a ser el título de “Asuntos pendientes”?

–No, para nada.

– Finalmente, a Tato le gustó más “Asuntos pendientes” y quedó. Ahí retomo “En fín” para esta última obra. Todo se resignifica. Tenía que ser este nombre…El año pasado hicimos con Susy unas lecturas de la primera parte de esos textos en el Payró. Al final, hicimos ocho textos. Lo habíamos empezado a hacer en el 2019 en la casa de Tato. Invitábamos amigos para que la escucharan. Esto fue la génesis de todo. Llegamos al Payró y después fuimos al Caliban.

Roles y coyunturas

– ¿El artista puede estar al margen de la cultura para crear?

– Los actores se paran dónde quieren, pero desde mi punto de vista, no concibo un actor que no esté atravesado, de alguna manera, por el social histórico en que vive. Ese es su rol o por lo menos, desde ahí, lo tomo en el marco de la sociedad. Decir algo de lo que está pasando. Cualquier artista trazo su línea de lo que le va ocurriendo en su social histórico desde cualquier lado. Está el artista que vende su obra al gobierno de turno y le pagan por eso, el que lo hace porque no tiene plata, el que no vendería ni haría su obra al gobierno de turno. Después está el intermedio. Hay distintos universos en esta sociedad en que vivimos. No hay una sola forma de ser. La que concibo yo es la que está ligada a mi social histórico, tratando de que el desposeído esté en mejor posición, que la riqueza esté redistribuida mejor, que no sean en unos pocos los que ganan a costillas de todos los demás obviamente. Tengo una mirada socialista, básicamente.

– ¿Como ves la situación del teatro en estos tiempos libertarios?

– Hoy en día, este gobierno no está haciendo nada para estimular ninguna cultura. Por el contrario, saca cualquier tipo de impulso, pero eso lo hace para desmoralizarte. Es ahí cuando la cultura toma su mayor vuelo, su mejor potencia. Es lo que, tal vez ellos, no entienden. La cultura nos va a pasar por arriba. La que resiste, que avanza hacia un mundo mejor y que sigue avanzando “a pesar de”. Estamos haciendo “Potestad” con el grupo, de forma independiente. No hay un solo peso de ningún organismo, ni privado ni estatal ni nada. Obviamente que he pedido subsidios, pero se han cancelado casi todos. Por otro lado, esos subsidios, desde que tengo memoria, nunca han llegado cuando se los necesitaba. Llega cuando la obra casi terminó. Eso pasó siempre pero la gente no lo sabe. Cree que “¡Ah! ¡Le dan plata!” y no es así. La plata que a uno le dan, cae 34 meses después de que uno estrena. Apenas te alcanza para devolver algo, si es que todavía seguís debiendo o estás haciendo la obra. Te puede ayudar en algo, pero no es plata que produce la obra. Ésta es producida por la cooperativa que es la unión de personas en la que cada uno pone todo lo que puede todo. Desde el trabajo hasta guita. Ese es el teatro independiente y así fue siempre.

– ¿Te sorprende que haya gente de la cultura que apoye a este gobierno que la ataca constantemente?

– Que este gobierno, el anterior o el anterior. Tuvimos un mal gobierno de Macri que nos refundido y Fernández que no supo afrontar el momento. O sea, cuatro años de uno más cuatro años de otro, son ocho y éste, que pareciera que viene por cuatro años más, son doce años de calamidades. Por eso estamos tan enojados y les sirve a ellos acudir a la violencia porque hoy la gente salta. Hay mucha bronca y rabia de tanto aguante. Fueron cuatro años, otros cuatro años que se intentó hacer algo que no se pudo más estos cuatro años…Hay una falta de educación enorme, donde los chicos han dejado ir a la escuela. Veo familias enteras que salen a laburar todos juntos o para pedir a la calle. La educación es fundamental en nuestro país y lamentablemente, se ha dejado de lado. Entonces, cada uno cree una cosa distinta. No hay una buena información. Si ves televisión, te queman la cabeza. Preguntas “¿Dónde leo?” y tenés que preguntarle a otro. Las redes sociales, a veces, hay alguna que otra información veraz. Creo, que cuando el arte está en crisis, es cuando mejor produce.

Particularidades varias

– ¿Qué sentís cuando suena un celular en medio de la función?

-El celular en la sala…hoy por hoy los teléfonos suenan. No hay con qué darle. Los teléfonos están. Puede ser Galíndez (N de R: “El Señor Galindez” es el protagonista de una obra de Pavlovsky. Se recomienda fervientemente su lectura) quien esté llamando…

– ¿Crees que la atención del público cambió y tiene la duración promedio de un capítulo de una serie de Netflix?

– Lo post pandémico, me parece que fue importado de España, ¿no? El teatro de 10 minutos, algo más corto, pero creo que la gente que viene a “Potestad” sabe que verá una obra de una hora; quienes van a ver teatro de 10 minutos, también. Que va a ir a tomar algo y de paso, ve un teatro corto. Hay público que se va adaptando a las nuevas épocas más allá de que a uno le guste o no. Cada uno va eligiendo cada público, de los que asisten. Es eso. Después, podrá no gustarle la obra. Ahora está más acostumbrada a elegir más lo que quisiera ver.

– Si no eras actor, ¿qué hubiera sido de tu vida?

– Creo que, si no era actor, hubiera sido psicoanalista. De chico tuve muy buena oreja. Mucha gente grande, me pedía consejos. Siempre tuve eso. Cuando me puse a estudiar psicoanálisis de grande, sentí que me quemaba la cabeza. Que dejaba de pensar como actor, de tener esa libertad. Lo dejé de hacer, pero podría haber sido psicoanalista.

– Te dan un formulario y te preguntan “profesión”, ¿qué pones?

– Pongo “Actor”. Siempre lo hice y se me quedan mirando como diciendo “¿bueno, y qué más? A veces -no siempre-, pero lo ponen lo ponen. Bueno, cuando tuve que sacar el monotributo en su momento, al actor lo pusieron dentro de “servicios”. Así que, ahí estamos, brindando un servicio a la comunidad. Qué analogía con la policía, ¿no? Pero bueno, nosotros, desde el lado contrario.

– Si por la puerta de tu casa, pasa el Eduardo que tenía 18 años, ¿qué le dirías? ¿Le darías algún consejo o recomendación?

-Al Eduardo 18 años que me toca el timbre, primero le diría, “no te dejes atrapar por ninguna cara”. Eso le diría y que intente adelantarse a los acontecimientos; un poco para que, en esa proyección, pueda tener un poco más de éxito de alguna manera. Que no se deje “intoxicar” por ninguna persona. Alejarse y no quedarse muy cerca para no intoxicarse. Eso le aconsejaría que son algunos textos y palabras sueltas de Tato. Poder, de alguna manera, vislumbrar un mundo mejor. Que el mundo de ese Eduardo de los 18, pueda encauzarse en los sueños y que no los abandone nunca. Es un poco romántico todo, pero bueno, soy así.

“Potestad”. Teatro Payró. San Martín 760. Viernes, 22 h.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Translate »
Scroll al inicio