“Potestad” (Teatro)

La maldad con buenos modales

Texto: Eduardo “Tato” Pavlovsky. Con Eduardo Misch y Damián Bolado. Dirección: Norman Briski. Música original: Martín Pavlovsky. Diseño y Realización escenográfica: Guillermo Brethold. Diseño de Iluminación: Briski-Misch. Asistencia de dirección: Iván Domnanovich. Gráfica y diseño audiovisual: Antonio Fernández

Teatro Payró, San Martín 766 – CABA. Viernes, 22 h (hasta el 14 de junio)

Teatro Calibán. México 1428, PB «5». Domingos 23 y 30 de junio. A las 18 h.

Los clásicos nunca pasan de moda. Es más, se resignifican y dialogan con la coyuntura actual, de la misma manera en que lo hizo al momento de su surgimiento. Tal es el caso de “Potestad”, la alabada puesta de Eduardo “Tato” Pavlovsky, que retorna en la piel de Eduardo Misch en su rol protagónico.

Las luces se encienden y se escuchan voces de fondo. Un hombre, que es médico, aparece con Tito, su caddy, para jugar al golf. De a poco, comienza a contar una situación que lo atormenta. Es el dolor y la impotencia vivida de cuando vio que se llevaban a Adriana, su hija, de su casa. Los ojos del público no se despegan de la figura del doctor, fácilmente reconocible en sus deseos y aspiraciones. Lo podemos conocer e inclusive, sea nuestro amigo. La referencia a la “gente bien” que utiliza para autodefinirse y relacionarse con aquellos que lo son, se condice con su admiración por la “clase alta”, a la que busca parecerse o inclusive, pertenecer.

El protagonista logra la empatía automática con una mayoría silenciosa con la que comparte imaginarios culturales y sociales pero siempre, haciendo hincapié en la palabra “imaginario”. Es lo que se cree, lo cual es bastante probable sea lejano a la realidad. Ni hablar de cuando el galeno recuerda las circunstancias en que Adriana llegó a su vida y a la de Ana María, su esposa.

Las palabras sortean el escenario para poner delante de nuestras narices aquellas ideas que –sabemos- se establecieron a través del tiempo sin ningún tipo de evaluación. Es la instauración de un sentido común y un imaginario tan “obvio” y “lógico” –digamos-, que no merece mayor discusión. El texto señala la necesidad de su propia deconstrucción para captar las sutilezas de su planteo y la fuerte creación de sentido que hay. Ahí es cuando la verba del facultativo empieza a carcomer el alma de los espectadores. «¿Cuántas personas conozco como él?» Una pregunta que podrá traer una respuesta no deseada. Ni hablar si la identificación es rápida y tiene un destinatario. ¡Marche una “banalización del mal” de Hannah Arendt para la platea!

La presencia casi invisible de Tito, el caddy que lo acompaña, es relevante. Más aún cuando habla por celular. Tito es otra persona “de bien”, que está ahí, en su caso, para escuchar y cumplir su deber. Demasiadas “personas de bien” para un 2024 que retoma este término para dotarlo de un significado absoluta –y paradójicamente- negativo. Ni hablar de la forma en que vuelve a echar raíces el negacionismo frente a lo acontecido durante la Dictadura y un conservadurismo extremo en debates que se consideraban cerrados y definidos, leyes de por medio.

La creativa dirección de Norman Briski -que lo fue en su primera versión en 1985, la temporada en el CCC y la que llevó adelante María Onetto en clave de Teatro Noh-, vuelve a poner en otra dimensión una puesta que conoce desde el inicio. Más allá de su texto excelente, «Potestad» se sostiene en la acción dramática. Los movimientos y la corporalidad del protagonista adquieren una relevancia simbólica poderosa. El “phisique du rol” de Eduardo Misch se linkea con la actualidad de cuerpos que buscan la armonía de su figura con un cuidado acorde. Su actuación no solo se encuentra a la altura de las circunstancias sino que, ubica a la obra en un lugar más cercano –y tenebroso- por la proximidad de ese hombre a nosotros. Si le sumamos la importancia de los medios y la señalada “posverdad”, se encienden todas las alarmas.

“Potestad” viaja a través del tiempo con la vigencia de lo que no puede olvidarse bajo ningún punto de vista. El arte linkeado con el pasado y el presente, la historia y la coyuntura actual. Siempre con el sano deseo de modificar a todo aquél que se sumerge en las hermosas profundidades del teatro.

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