Patricio Aramburu: “Disfruto mucho actuar y hacer proyectos diferentes”.

Es de esos actores que cuenta con una gran trayectoria, siempre con proyectos ricos y cautivantes, junto con un perfil bajo. Hoy, brilla en dupla con Diego Velázquez en “Una sombra voraz”, la última creación de Mariano Pensotti. Café de por medio y con una lluvia copiosa detrás, Patricio Aramburu analiza la actualidad teatral, los “clásicos” revisitados, los aciertos de “El reino” y más.

Fotos: Cecilia Inés Villarreal.

– Patricio, ¿cómo surge la posibilidad de participar en “Una sombra voraz”?

– Fue una convocatoria de Maríano Pensotti. Había trabajado con él en “Arde brillante en los bosques de la noche” que se estrenó afuera, primero en Alemania y en Portugal. Giramos bastante y después hicimos el Sarmiento y el Cultural San Martín. La última gira se cortó antes de la pandemia. Fue la primera vez que trabajé con Mariano. Después, participé de su película “El público”. Y bueno, me llamó para este proyecto que se estrenó en el festival de Avignon y después se hizo en Viena.

– ¿Qué sentiste cuando leíste el texto por primera vez?

– Cuando me convocan para algo, leo todo enseguida y veo que me pasa. Si me entusiasma o no. Acá dije “Está buenísimo”. Siento que tiene muchas capas en lo que cuenta. A veces, abre temas que se van conectando y también, cerrando. Otra cosa que me parecía interesante es que está enfocado en dos personajes y se los puede ir siguiendo. Esto, a diferencia, por ejemplo, de lo que había hecho en “Arde brillante…” que hacíamos muchos personajes, inclusive con unas marionetas. Acá, en “Una sombra voraz” son dos personajes concentrados y se podía ver el recorrido. Eso ya me resultaba muy interesante.

– ¿Quién es Julián Vidal, tu personaje?

– Es un escalador. Al principio, dije “¡Uy! Un escalador”. Ahí lo sentía un poco lejano y después, trabajándolo, vi que es alguien atrapado en un mandato familiar. Lo empecé a enganchar por ahí, en el camino del padre. Alguien muy enroscado en eso que, por otra parte, se va encontrando con otras cosas, que van respondiendo a ese mandato.

– Decías de las múltiples capas. Es una obra, tipo mamushka, creación de sentido constante. Te habrán dicho que, cada uno lo agarra por diferentes lugares…

– Sí, sí. Tiene algo también, entre otras cosas, como va poniendo en juego, todo el tiempo que es una ficción. Hay un disparador, que es este libro de Petrarca. Es realmente así. El libro existe y después se investigó. ¿Qué pasa con eso? Hay preguntas que se van disparando, como si fuera es una ficción, como se cuenta. Puede estar muy de moda el teatro documental, pero a medida que se empieza a recortar o a darle forma para contar, ya automáticamente empieza a ser una ficción.

– En un momento pensaba, con respecto a lo que decís del teatro documental y el libro de Petrarca, en que es una fake news.

– Y si… una fake news viejísima, porque el libro es del 1300. Hay un montón de temas al respecto. Incluso pasó hace unos años de, por ejemplo, el caso de la viuda del country en que salió el documental y la ficción. Después hay una serie “La escalera” en Netflix que también es así. Es el relato de lo que ocurrió y después la ficcionalización de eso. El documental mismo también es una ficción. Está el del caso Nisman. Como está puesta la cámara, cómo está hecho el recorte o la aparición de Stiuso como un personaje que ya es “malo”, por cómo es retratado ficcionalmente.

– ¿Hiciste preparación física especial para esta puesta?

– Si, un poco al investigar al respecto. Ellos ya habían desculado un poco el procedimiento haciéndolo allá. Nosotros estuvimos ensayando en un espacio donde se trabaja con arneses Pudimos colgarnos y todo. Las primeras escenas empezamos a trabajarlas sobre una pared real, no la de la escenografía. En el escalador, hay movimientos que los hace automáticos, por su experiencia de engancharse y colgarse. Eso lo practicamos bastante. El ponerse el arnés…Al principio nos quedaba todo enredado…. Costó un poco que fluya y salga “natural”. Al principio, era sacar todo de la mochila y que se enrede todo. ¿Viste que la escena como que es un continuado? De golpe, estamos ahí subidos. Entonces, que corra y fluya fueron varios ensayos.

– Me pareció fantástico que, a nivel de elementos no hay tanto, llenan todo el escenario, con el dispositivo.  

– Es cierto. La luz también aporta mucho en los momentos que está más “cerrado” o lo que pasa con los espejos. Es una síntesis muy fuerte lo que se encontró de dispositivos escenográficos porque también está contando todo el tiempo.

– En un punto me hizo acordar a “Prueba y error”, en tanto tenían la puerta que iba de un lado para el otro.

– Sí. Nosotros, en “Prueba y error”, pensábamos cómo poder contar distintos espacios en uno. Era medio cinematográfico. A partir de eso, surgieron esos movimientos. Lo de las luces, un poco concentradas, en los dos casos, tiene el poder contar con desplazamientos espaciales. Acá, se relaciona con si está en la montaña o en un estudio de filmación. El poder imaginar y recrear eso. “Prueba y error”, también tenía eso.

– ¿Qué te dice la gente cuando termina la función?

– Estamos recibiendo muy buenas devoluciones. Nos sorprenden con lo que dicen. Muchas en relación a la relación de Julián con su padre. Ahí pega mucho todo.

– ¡Ah! ¡Mirá!

– Sí. Nosotros pensábamos los lugares de las zonas de humor, cómo iban a entrar -que entran muy bien- pero estamos recibiendo también muchos comentarios en relación a la parte más sensible de Julián con el encuentro con el padre.

– Me quedé reflexionando mientras veía la soledad del individuo. En un punto, Julián se queda solo y el único que lo puedo acompañar es Manuel.

– Exacto. Entra en la soledad ahí. De alguna manera, la obra hace ese recorrido de los dos personajes que los termina juntando a partir de lo que cada uno hace con esa experiencia. El volver a la montaña como el filmar la película que les hace plantearse cosas, los termina juntando y uniendo.

La otra joya.

– Si te pregunto por “Los bienes visibles” …

– Ahora nos mudamos de sala. Vamos al Cultural San Martín.

– Va a estar interesante verlo ahí.

– Sí, por el espacio. O sea, vamos a mantener la misma distribución en la sala. Iremos todos los jueves desde el 11 septiembre hasta fin de año.

– ¿Cómo viste la evolución de “Los bienes visibles” a través del tiempo?

– Es muy interesante cuando las obras se encuentran con el público. “Los bienes visibles” la ensayamos durante mucho tiempo. Empezamos a pensarla en pandemia y ensayábamos al aire libre. Lo que pasa con el público es muy fuerte en tanto como se emociona. Ahí también se relaciona con lo que habíamos hablado antes con “Un hueco” respecto a la cercanía que tiene la experiencia. La gente sale muy emocionada, muy conmovida. Además, se une al vínculo con el padre.

– Vi gente llorando…

– Sí, sí. Lo he visto pero también hay muchas reacciones. De todo. Hay algo de la cercanía, pero también está lo del humor, y ver ahí cómo entra. Está bueno cuando hay mezclas de públicos. Nos ha pasado que hay público mayor o gente más joven. Hubo unos momentos que hubo una camada de alumnos de la UNA. Nos preguntábamos por dónde podía pegar y nos decían que era “por un abuelo”. Hubo, un montón de reacciones interesantes. En general con el humor y con lo emocional.

– Hubo cierta unanimidad, en colocar “Los bienes visibles” como lo mejor del año…

– Por suerte tuvimos una gran cantidad de por ir por más.  Fue un año de mucho trabajo con reconocimiento.

El lado B de los clásicos

– El año pasado hiciste en “El trágico reinado de Eduardo II…”. ¿Cómo ves que el Teatro San Martín -que ahora está con “La verdadera historia de Ricardo III”- , tengan puestas no tradicionales? El revisitar los clásicos desde otro lugar.

– Es necesario, cuando se plantean y toman textos así, hacer una lectura nueva y tratar de conectar con el público desde otro lugar. “Eduardo” es tremenda por la actualidad que tiene y a su vez estaba buenísima la traducción que se hizo. Lo atractiva que era escénicamente. Más que nada, pasaba con gente más joven, que cree que, cuando se estrena en el San Martín un clásico, imagina algo aburrido, “duro”, con vestuarios de época. Entonces, iban a ver la puesta de Alejandro Tantanián y Oria Pupo, y salían detonados. Además, se podía seguir la historia sin que sea un bodrio.

A veces me da la sensación que el riesgo es, después de convocar a la gente -no porque tenga que ser un mero entretenimiento- pase todo lo contrario. El público se espanta porque la pasó como el culo o porque hay obras excesivamente crípticas. Ahí estás echando a la gente. Personalmente, me gusta que tengan un equilibrio. Pasa ahora con “Una sombra voraz” que tiene una parte muy craneada, pensada e intelectual, pero en ningún momento dejas de entender lo que está sucediendo. Ese equilibrio está bueno, porque si no siento que ya hay problemas para llegar a nuevos públicos. Encima, si las primeras experiencias son así, te espantan,

– También en el San Martín hiciste “Querido Ibsen, soy Nora” que era algo completamente diferente. Quizás, no tan estridente como “Eduardo”, pero tenía su particularidad en la dirección de Silvio Lang y la actuación de Belén Blanco

– Por eso te digo que me parece muy necesaria esas relecturas. Es lo que hace que te den ganas de volver porque son clásicos que se hacen con otra creatividad. De hecho, “Eduardo” no se había hecho nunca acá pero hay muchas obras que se hicieron millones de veces, miles de versiones. Siempre me pregunto…agarrás una obra, ponele de Chejov, que también se hace muchísimo. ¿Cuál es la mirada que le vas dar? ¿Cuál es la necesidad de hacerla? ¿Qué querés contar? Pero lo fundamental es qué mirada le vas a dar. Esto es muy necesario porque vimos esas obras un montón de veces. Las conocemos de memoria…

Pero también te encontrás con la versión de Guillermo Cacace de “La Gaviota” y la forma en que los textos están mezclados entre personajes. Está buenísimo.

– Justo hablas de los nuevos públicos. ¿Pensas que, después de la pandemia, hay un público que no se banca quedarse sentado en un butaca mucho tiempo? Como si la duración de la obra debiese tener la del capítulo de una serie de Netflix.

– Es cierto. También creo que depende, a veces, de la puesta, de la sala, el tipo de “consumo” que se hace sobre ella. Por ejemplo, en “Eduardo” pensé que iba a haber mucho más celular  y no hubo tanto. Te das cuenta cuando la situación genera algo de intimidad, si la gente está enganchada. En cambio, hice alguna obra más comercial y ahí sí, sonaba el teléfono una vez, mínimo, por función.

– Al respecto, ¿qué sentís cuando suena el celu? ¿Querés matar a alguien?

– Si aunque depende también el momento. Sobre todo, en los finales de las obras que son importantes o un clima. Me acuerdo cuando hice “Perros” con Claudio Risi, en el Picadero. Hacía un monólogo, casi al final de la obra que era el climax de la obra y siempre le caía un ruido. No sé porque pasaba, si la gente ya estaba reservando el Uber, o qué, pero siempre coincidía con su monólogo. Claudio no se lo tomaba tan bien ni con tanta calma.  Era muy picante y nos hemos divertido con las respuestas que ha tenido.

Teatro puertas adentro.

– ¿Cómo ves al teatro independiente en relación con el contexto que estamos viviendo?

– Lo veo difícil, en un momento especial. Siento que hay -o las preguntas que yo me hago-, en general muy poco tiempo para ensayar o probar en relación a las obras. No es porque te asegure buenos resultados, pero pareciera que enseguida se busca un resultado concreto y positivo. Con “Viejo solo y puto”, lo ensayamos durante mucho tiempo, no porque sea el camino, pero había tiempo para pensar. Además, ahora hay una imposibilidad de encontrar espacios. Son muchas cosas las que atentan contra eso como el cambio de época y la situación económica. Hay una idea de generar resultados rápidos, pero también tenes obras que duran un poquito.

– En su momento, era “dos meses-ocho funciones”. Había un tiempo en que la obra podía desarrollarse. Ahora, no. Es tremendo eso.

– Sí, sí. El teatro se pudo haber puesto “solemne” en algún aspecto, pero también hay un problema previo. Hay poca profundidad en la búsqueda de lenguaje, de poder pensar la obra desde otro lugar, de cómo querés contarla. Sobre todo, en las primeras experiencias. Tiene que haber un tiempo de búsqueda y no lo hay.

– ¿Cuántos años tenía cuando hiciste “Un hueco”?.

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– Cuando la estrenaron, había una parva de actores y actrices que siguen estando ahora, con prestigio. Ahora se ve poco de las nuevas generaciones…

– No sé si es tan así.

– No se ve una generación sub 30 como había en ese tiempo….

– También antes había más espacios y estaba más diseminado en las producciones de los talleres donde se tomaban clases. Ahora hay un poco menos al respecto. No quiero arriesgarme a decir que no hay nuevas generaciones que estén produciendo. Un caso al respecto es el de Caro Saade. En general, muchos actores y actrices con gran potencial, son convocados por directores de trayectoria. La mayor crisis, hoy en día, es la posibilidad de juntarse. Que haya tiempo, y que no te corran ya que la situación económica atenta contra eso. Hay mucha gente detrás del resultado y de tener un trabajo para poder subsistir.

Veamos. Muchas obras de esa época se hicieron de otra manera. Cuando hicimos “Viejo, solo y puto”, estuvimos un montón de tiempo haciéndola, girando por Europa y todo. Pero cuando empezamos a ensayarla, no sabíamos dónde la íbamos a hacer, cuando la íbamos a estrenar ni nada. Era medio como una banda que se juntaba a tocar unos temas y ver qué onda. Eso se iba acumulando, estrenamos y después vino todo lo otro.

– ¿Pensaste en algún momento, cuando habías laburado en “El reino”, la ficción iba a ser realidad?

– Tan rápido, no. Creo que nadie lo pensó que iba a suceder tan rápido. Pasó un año y medio desde que se estrenó la segunda temporada, cuando el personaje de Diego Peretti ya es presidente hasta que ganó Milei. La serie se había filmado antes pero nadie se lo imaginaba. Había alguna referencia a lo que pasaba con los evangelistas en Brasil o lo que había ocurrido en Estados Unidos con Trump. Pero no que iba a ser tan rápido. Algunas cosas que son increíblemente premonitorias en “El reino”. Lo gracioso es que cuando leíamos algunas de las escenas, decíamos “esto es un montón. Es un exceso”.

– Pero no fue así.

– No…Incluso el rol del presidente como personaje. Un montón de cosas que ocurrieron en la segunda temporada que es todo muy premonitorio. Lo seguimos comentando inclusive con Claudia Piñeyro, post haber hecho todo. Es tremendo.

Aramburu personal.

– ¿Habrá un Patricio Aramburu director próximamente?

– No lo sé. Por un lado, siempre me dan ganas o me gusta mucho mirar la actuación. Como mirar sobre el poder maniobrar sobre otro actor o actriz. Pero me gusta mucho actuar por mí. Tal vez en algún momento sí, pero me gusta actuar. Disfruto mucho actuar y hacer proyectos diferentes. El año pasado, hice Eduardo que era un personaje…bueno, era “el malo” (risas) y ahora “Una sombra voraz”, son dos registros de actuación completamente distintos. Eso me gusta mucho.

– Con Juan Pablo Gómez, hicieron de todo. Desde “Prueba y error”, “Un hueco” y siguen las firmas, con proyectos diferentes.

– En el caso de Juan se armó un equipo de trabajo. Nos fuimos escuchando en las ganas que teníamos de hacer, de actuar. Había unos puntos en común que son esos registros de actuación. Algo más cercano, como una especie de realismo que siempre nos gustó y de una cosa media desarmada. Lo que fuimos cambiando fue la manera de contar. Pero sí, nos fuimos escuchando en las cosas que nos interesaban. Siempre nos preguntamos mucho cómo contar, más allá de qué contar y la historia en sí. En “Los bienes visibles”, Juan Pablo tenía ganas de hacer algo musical. Con Anabella –Basigalupo- empezamos a intercambiar opiniones. Estábamos en algo en relación a la vejez y, de esas charlas iniciales, salió esto.

No queríamos que sea un espacio teatral a “la italiana”, que no sea negro. Juan Pablo quería que sea una reunión de gente, un poco pensado después de la pandemia. Nos fuimos en las ganas que teníamos y los deseos. Siempre trabajamos así.

– Te dan un formulario y te preguntan “profesión”. ¿Qué pones?

– Actor. Nada más. (risas)

– Si no eras actor, ¿que habría sido de tu vida?

–  En la adolescencia, ya había empezado a estudiar actuación. Iba a talleres de teatro. Cuando terminé la secundaria, seguí estudiando, pero también Publicidad y Comunicación.

– ¿Dónde estudiaste?

– En la Universidad Nacional de Rosario. Supongo que capaz hubiera seguido algo en relación a eso, porque siempre me interesó la comunicación. Pero como la actuación fue tan fuerte y siempre previo, de antes. Pero fue algo como decir que “terminé la secundaria y estudio comunicación”.  Incluso, de chico, trabajé un toque en Publicidad y aquí, en una productora. Cuando vi que me iba a impedir ensayar, se complicó todo. Ahí dije “hasta ahí llegamos”.

–  Si por la puerta entrase el Patricio Anamburu que estaba ensayando “Un hueco”, ¿qué le dirías?

– Me pondría contento.

– ¿Le dirías algún consejo, alguna recomendación?

– No, que está bueno seguir los deseos de uno. Soy bastante en creyente en la perseverancia, en la constancia, en darle tiempo a las cosas. Todo tiene un proceso de ensayo. Ser metódico tampoco te asegura el resultado, pero me sale así, darles tiempo a las cosas. Siento que, si no es más fácil que te lleven puesto. También lo pienso en crear algo, una obra, en darle su tiempo.

“Una sombra voraz”. Dumont 4040. Sábado, 20 h y domingos, 18 h.

“Los bienes visibles”. Centro Cultural San Martín. Sarmiento 1551. Jueves, 20 h.

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