Tras el éxito de “Argentina 1985«, de Santiago Mitre, se abrió nuevamente el debate acerca del juicio realizado a las juntas militares y el papel desarrollado por diversos actores en la misma. La película elevó el rol del fiscal Julio César Strassera (encarnado por Ricardo Darín) al de un cruzado en pos de la justicia. Esto despertó varias críticas por el ninguneó a los organismos de Derechos Humanos, al peronismo, la izquierda, entre otros. Tampoco se escuchó la palabra de los genocidas.
Para quienes deseen adentrarse –con seriedad- en lo que fueron esas jornadas históricas, en las que se sentó en el banquillo de los acusados, a las juntas militares que formaron parte del Proceso de Reorganización Nacional que se extendió entre 1976 y 1983, llega “El juicio” para llenar ese vacío.
Ulises de la Orden concibió un documental atrapante en tanto se basa pura y exclusivamente en los testimonios de los implicados. Ahí radica la riqueza de su creación, que va más allá del tan mentado “dinamismo” y “ritmo cinematográfico”, amén que cuenta con ambos. Todo se sostiene en el juicio propiamente dicho.
Las 90 jornadas que duró el proceso fueron filmadas y registradas en cintas U-matic. Todo quedó plasmado en 177 minutos en los que se escucharon las voces de las víctimas con sus historias de tortura y dolor en contraposición a los militares, sus abogados defensores y los posicionamientos políticos e ideológicos de quienes formaron parte de la dictadura. Al respecto, cada una de las partes tiene su momento para desarrollar sus ideas.
El documental está dividido en 19 capítulos con títulos que ilustran lo que se iba a ver a continuación. Cada uno de ellos capta la atención inmediata por los planteos y sus temáticas bien específicas. Como si fuera una historia que se va desarrollando de a poco, paso a paso, se presentan los hechos y los protagonistas a través de sus propias palabras y sus testimonios.
Tal es el que lleva adelante el reconocido periodista Jacobo Timerman con el detalle de su secuestro y tortura por parte de Ramón Camps, el ex jefe de la policía bonaerense. Lo mismo ocurre con el conmovedor alegato de Pablo Diaz en torno a la “Noche de los lápices” y la relación que tuvo con su compañera Claudia mientras estuvieron en cautiverio. Diaz fue el único sobreviviente de la tristemente célebre noche. Dos referentes de la cultura como Héctor Oesterheld y Haroldo Conti estuvieron en el Vesubio. Al día de hoy, siguen desaparecidos.
El comportamiento alevoso de las autodenominadas fuerzas del orden queda plasmado en los “botines de guerra” que era, ni más ni menos que, el saqueo de las casas de los secuestrados. Los policías eran los que robaban y pedían plata para brindar información sobre aquellos que habían sido “arrestados”.
Párrafo aparte son los perfiles de los genocidas y su comportamiento frente al tribunal. Tal es el caso de la arrogancia de Massera (“no he venido a defenderme por ganar una guerra justa”), la “bíblica” calma de Videla a través de sus lecturas, la magnanimidad de Lami Dozo (“el juicio debería ser a la sociedad argentina. Mandan a la guerra a las fuerzas y se enojan por unos ‘excesos’) configuran un discurso cínico. Un complejo de “conciencia limpia”, del cual no hay arrepentimiento alguno.
La complicidad de la Iglesia con la Dictadura queda expuesta en la palabra del monseñor De Hesayne. Afirmó que “los militares reemplazaron la Doctrina cristiana por la de Seguridad Nacional”. En contrapartida, y en uno de los testimonios que más conmueven negativamente en el documental, se ve al ex capellán de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, Christian Von Wernich, dueño de una verba sádica y despreciable.
Por otra parte, se destacaba la premisa, dentro de las fuerzas armadas, de “chupar sacerdotes” que tuviesen la osadía de juntarse con los más necesitados ya que, según ellos, el “unir a los pobres es subversión”. Otros momentos al respecto son las desapariciones de las monjas francesas Alice Domont y Leonie Duquet atribuidas al pérfido Alfredo Astiz. Éste cuenta en su haber su infiltración en el seno de las Madres de la Plaza de Mayo y posterior desaparición de algunas de sus integrantes.
La tarea de los Centros clandestinos de detención y tortura dan cuenta de un plan sistemático que se llevó a cabo de exterminio. Magdalena Ruíz Guiñazú recordó que “todos pasábamos por la ESMA y nadie sabía lo que pasaba”. El detalle de las torturas a las mujeres es espeluznante tanto como la participación de nefastos como el doctor Bergés en los partos de las detenidas y la futura reasignación de bebes a “familias acordes”. Pablo Miguez, niño secuestrado, presenció sesiones de torturas.
Los pormenores del juicio son deliciosos en tanto los intercambios de las partes enfrentadas. La defensa quiere que se cambie de horario y sean diurnas. Los cruces entre ambas partes, son ásperos y cargados de tensión.
Es necesario recordar que la Junta militar dejó sin efecto al estado de derecho. Bajo su perspectiva, eran “todos culpables” y no inocentes hasta que se pruebe lo contrario. La Ley había pasado a ser el presidente Videla. El fiscal Strassera afirmó que “no hubo guerra” y calificó de “deleznable” al término de “guerra sucia” mientras que Lami Dozo calificó a la guerra como una “consecuencia política”. Massera agregó que “ganamos la guerra de las armas pero perdimos la psicológica. Si fueron excesos, fueron excepcionales”. El mismo Massera que usó a varios detenidos para su proyecto político (quería ser el “nuevo Perón”) mediante a su “reconversión” que consistía en la redacción de gacetillas, entre otras tareas.
En el punto relacionado con el vínculo con el exterior, se recuerda que “la tortura es exportada de afuera, de Francia y Estados Unidos”. Paradójicamente, dos países que se vanaglorian de defender la democracia y los derechos humanos. A partir de la condición y definición del término “desaparecido”, surge de los testimonios que “Los cuerpos no se entregan”, lo cual es un crimen. Los militares deben firmar que fueron “muertes en enfrentamiento”. Salen a la luz los fusilamientos realizados por el general Domingo Bussi en Tucumán. Los detenidos se arrodillaban, recibiendo un tiro en la cabeza para caer en un pozo. Se los prendía fuego por lo que la exhumación de los cadáveres fue el paso siguiente. Se visibilizan los “traslados” y los “vuelos de la muerte”. Al poco tiempo, los cuerpos aparecen en costas argentina y uruguaya.
La cronología del documental incluye obviamente la lectura de sentencias y los créditos que incluyen el detalle de quienes formaron parte de las exposiciones. Los nombres son elocuentes, más aún con su devenir a través de la historia.
La defensa apela al cristianismo y acusa al marxismo. Se cumple con un “deber”. Señala que el juicio tiene “más odio que justicia” y al tiempo que le imputa “falta de legitimidad”. Videla lee sobre el Apocalipsis y uno de sus abogados, Clarín. Llega el turno del fiscal Strassera y concluye con su inolvidable “Nunca Más”. Se ve el estallido de los presentes en ese momento. También en la platea.
Contundente y sin ambigüedades, “El juicio” es fundamental para mantener la vigencia de la búsqueda de “memoria, verdad y justicia”. Lo mismo ocurre con el linkeo con la coyuntura actual, donde no faltan los negacionistas ni los otarios que “destacan” aquellos –desastrosos- planes económicos, la “seguridad” y la “lucha contra el comunismo”, entre tantos axiomas insostenibles. De visión necesaria y casi obligatoria, tras el mencionado revuelo de “Argentina 1985”. Lamentablemente, el documental certifica con crudeza y dolor que “la realidad supera a la ficción”.
Ficha técnica.
Título original: El Juicio. Origen: Argentina, Italia, Francia y Noruega. Año: 2023. Duración: 177 minutos. Género: Documental. Calificación SAM13. Distribución Independiente. Dirección y Guion: Ulises de la Orden. Montajista: Alberto Ponce. Director de fotografía: Pablo Parra. Director de sonido: Gerardo Kalmar. Directora de Producción: Gisela Peláez. Productor: Ulises de la Orden – Polo Sur Cine. Co-productor es: Alessandro Borrelli – La Sarraz Pictures (Italia), Richard Copans – Les films d’ici (Francia) y Dag Hoel – Dag Hoel Filmproduksjon (Noruega). Productora Asociada: Memoria Abierta ONG. Con Julio César Strassera, Luis Moreno Ocampo, León Carlos Arslanián, Ricardo Gil Lavedra, Andrés José D’Alessio, Jorge Valerga Aráoz, Guillermo Ledesma, Jorge Edwin Torlasco, José María Orgeira, Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera, Orlando Ramon Agosti, Roberto Eduardo Viola, Armando Lambruschini, Basilio Arturo Lami Dozo, Leopoldo Fortunato Galtieri, Omar Rubens Graffigna, Jorge Isaac Anaya, Jorge Watts y Adriana Calvo.
MALBA. Av. Figueroa Alcorta 3415. Viernes, 20 h.