El sol brilla
Por Cecilia Villarreal
En la película La vida secreta de Walter Mitty, dirigida por Ben Stiller (sí, no sólo actúa en papeles cómicos) el lema de la revista Life es «ver mundo, afrontar peligros, traspasar muros, acercarse a los demás, encontrarse y sentir». Esto es lo que yo sentí en este viaje, tras varios años sin salir del país. Ahora, el destino estaba a miles de kilómetros de casa.
El aturdimiento visual y el shock cultural se suscitaron desde la escala en el aeropuerto de Barajas, en Madrid. Si bien vivimos en Floresta, barrio multicultural donde conviven, coexisten y circulan personas de todo el mundo literalmente hablando, observar rostros distintos, facciones de latitudes remotas impacta sobremanera. El cruce de las variables nacionalidad, religión y etnia harían las delicias de los exponentes de la corriente Estudios Culturales de la carrera de Comunicación Social de la UBA y el concepto de globalización le estallaría en mil pedazos en la cara a Néstor García Canclini. Preparate a desaprender todo y experimentá lo nuevo.
La percepción, por supuesto, como tal es subjetiva. Como occidental, caucásica, de ascendencia española y francesa por parte de madre; de padre…quién sabe… Mis inclinaciones musicales y escalofríos de intuición la ubican en tierras lejanas, como Medio Oriente, Líbano, Siria, quizás. Tal vez esta familiaridad y comodidad me permitió afrontar este viaje (con todo lo que conlleva este término) como un desafío, un aprendizaje y un constante ir y venir. Puedo afirmar que los contrastes los vivía todo el tiempo. Mi frase de cabecera desde el primer día, en cuanto bajamos de la tajaná (estación, en hebreo) Hagahana en la zona sur de Tel Aviv fue “esto es el mundo en tres cuadras” y lo seguí afirmando con plena convicción a lo largo de todo el viaje.
Me confieso fanática acérrima de los mapas de todo tipo, quizás por esa cosita de wanderlust, esa lujuria por viajar y comer el mundo, de saborearlo todo como si fuera una fruta. Desde ya, el damero porteño no existe acá en Israel, por lo cual el chip de las calles paralelas y perpendiculares no funciona. Las “cuadras” son espiraladas; hay pasajes, avenidas y calles de poco trecho que producen una telaraña que marea y perturba. Si tuviese que establecer una comparación de cómo son los alrededores de esta estación (Hagahana se llama), sería una mezcla rara e inconexa de Parque Chacabuco (por los pasajes), Parque Chas (los círculos), Constitución (por lo popular), Barracas y Mataderos (por los negocios pequeños).
El barrio donde nos aventuramos a recorrer y donde se encontraba una agencia de turismo, está fuera –paradójicamente hablando- del circuito turístico. Es un lugar humilde y limpio donde viven inmigrantes provenientes de Asia y África. Se ven todos los continentes, con rostros, vestimentas, etnias y exotismos, cruzándose con soldados y soldadescas con caras aniñadas, pero portando un rictus marcial y con sus M16 al hombro.
El país es evidentemente caro y cuesta mucho pagar un alquiler, por lo cual, los suburbios se llenan de gente que no tiene un mango para vivir en un lugar más céntrico y delicado. Fito canta Nuestra vida es un lecho de cristal, nuestra vida está hecha de cristal. Esa fue la impresión que me causó ver a los israelíes, personas toscas pero amables. Tienen otras preocupaciones (sobre todo el personal de seguridad) para explicar muchas veces lo mismo a un par de turistas perdidos. No tienen mucha paciencia (en realidad, nada), dicen las cosas una sola vez, cortito y al pie. Te ayudan pero de manera expeditiva. Más allá de lo rudo que puede parecer, pensemos que es otra cultura y que la vida se puede ir en un segundo.
Después de dos horas deambulando por la zona sur de Tel Aviv y entrando a conocer el Hatikva Market, fuimos a buscar la mencionada agencia de turismo. La geografía se volvía un laberinto y la lógica porteña se desvanecía. El sentido de las calles es diferente, las cuadras no tienen 100 metros, la vereda par e impar no existen. ¿Dónde está este lugar? ¿Existe?
Tras preguntar a los trabajadores de la zona e ir como dos ciegos sin lazarillo, llegamos a un edificio negro cuya dirección coincidía con la de su Instagram. Bien, salvo que no figuraba en qué piso estaba la agencia. No sé qué cara puse que se nos acercó un hombre a ayudarnos. Tiró la frase mágica Don´t worry, the sun is shining. Esto fue alquímico para mí. ¡El poder de unas palabras y cómo logré desprogramar los sentimientos de miedo, tensión y frustración! Le contamos qué agencia buscábamos y que éramos de Argentina. Nos preguntó de dónde y le respondimos Buenos Aires, Capital Federal. Nos acompañó al ascensor y contó que un hermano suyo vivía en Flores. Ja. Primer milagro en este país sorpresivo. Llegamos, contratamos dos tours y la persona que nos atendió (de nombre Nir) tenía padres argentinos. Segundo milagro. (Y van…)
Gustavo Adrián canta atinadamente en «Magia»: Tal vez parece que me pierdo en el camino/Pero me guía la intuición/Nada me importa más que hacer el recorrido/Más que saber adonde voy
La energía que emana este país no es joda. Con los ánimos renovados, salimos triunfantes de la agencia y almorzamos un schnitzel en un puestito de barrio. Nuestro primer almuerzo hebreo. Un éxito.