Ana Arzoumanian: “Lo poético es un latido que puede servirse de las nuevas tecnologías”.

En tiempos de redes sociales y tecnología dominante, la palabra adquiere diferentes formas.  Sobre este contexto gira «Reja de Lenguaje», un proyecto de la escritora argentina Ana Arzoumanian que realizó una serie de videos-poemas, con la ayuda del cineasta Erik Hansen abriendo el abanico de posibilidades a otro modo de escribir la poesía o de reescribir esos mismos poemas. Ana Arzoumanian tiene mucho que contar sobre este proyecto, la lectura, la relación con la tecnología y el genocidio armenio.

-Ana, ¿cómo surge “Reja de lenguaje”?
-Al inicio del confinamiento producto de la pandemia, los gobiernos del mundo, bajo la normativa de la OMS, declararon la guerra contra el virus. Ese sintagma no fue meramente retórico. Claramente comprendí que nos encontramos en un estado de guerra que tiene efectos diversos. Las consecuencias son sociales, económicas, pero también estéticas. Por lo tanto, afecta al mundo del libro y la literatura. Ante el desasosiego de encontrarme con un vacío en ese conjunto -que es el artefacto cultural llamado lector-, de observar los modos desritualizados de escritura y su devenir anestesiado -todo un signo de desvitalización-, me puse a indagar junto con el cineasta Erik Hansen acerca del estallido de la lengua y la inquietud del mirar dentro del video poema. Pensar en la transgresión de los códigos apelando a nuevos modos de emisión y de transmisión con el fin de generar, a través de otro soporte, un lector anclado en su diagrama histórico.
Hace un tiempo venía siguiendo el trabajo de Peter Greenaway así como de Saskia Boddeke y sus video-instalaciones. Me conmueve el espesor político de las imágenes que ellos manejan, el volumen de sensibilidad que se juega en cada cuadro, cada fotograma. De modo que, cuando se “declaró la guerra” asocié la situación sanitaria con otras guerras y su vinculación con el lenguaje. Entonces pensé en el poeta Paul Celan, específicamente, en su poema «Erführung» (Stretta) -o como se lo ha traducido al castellano “Angostura”- de su libro “Rejas de lenguaje”. Allí, analiza el desmembramiento del lenguaje en la deportación. A medida que el yo poético es desplazado, la voz se adentra en un silencio que reclama la mirada.
A partir de Paul Celan, inicié una labor con el director de cine Erik Hansen. Si mi poética puede definirse como la estética del poema extenso, el trabajo con el cine muestra, de algún modo, la forma en que llevo la experimentación hacia su radicalización. Ya no sólo la hibridación de diversas voces, sino de distintos registros lingüísticos.

– De ahí el título de tu proyecto…
-Exacto. El libro de Paul Celan llamado “Rejas de lenguaje” (Sprachgitter en alemán) y el poema Erführung inspiraron la serie de video poemas. En italiano el poema lleva el nombre de Stretta: vocablo italiano que significa estrecho y con el que se denomina en la ópera a la sección final de un acto en la que hay una ejecución de un fragmento menor a gran velocidad para enfatizar la rapidez, dando la sensación de los latidos acelerados del corazón.
Traducir en la velocidad una angustia o una alerta.
El lenguaje como posibilidad, pero también como encierro. El video poema implica un salto, una traslación de la palabra a la imagen, por eso se topa con una reja que debe atravesar.

-¿Cómo fue la selección de los textos y los recortes de las películas?
-Los textos son fragmentos de mis poemas y el montaje corresponde a imágenes de películas de Béla Tarr, Claire Denis, Christoffer Boe, Mariana Rondón, Irma Sharikadze, Marti Helde, Terrence Malick, Uli Edel. Los recortes de las películas fueron acordados con Erik Hansen quien, se
gún los textos, iba proponiendo una u otra escena. Me interesa la poética de las imágenes, de modo que veo las películas como fotografías en movimiento. Es decir, me detengo en las tomas, más allá de las historias.

– Decís que es un ciclo de “poemas en imagen”. ¿Cómo es llevar adelante un proyecto que apela tanto a la sensibilidad personal?
-En situación de guerra los sujetos suelen defenderse del dolor anestesiándose. La idea es apelar a la sensibilidad, crear un dispositivo que construya una comunidad de sensibles. Ante la brutalidad como modo de vida que se nos impone y la abyección determinada por los medios de comunicación de contar muertos y enfermedad, el arte tiene la responsabilidad de ofrecer vitalidad. En este punto, ¿cuál sería la función del arte?. La mirada estética del mundo no hace referencia a “lo lindo” sino a esa libertad que potencia la vida.

-¿Es posible escribir poesía y sentir su pulsión, su esencia, en medio de una vida atravesada por tanta tecnología?
-Es posible y es necesario. La tecnología es un medio, así como lo fue la tecnología del papel, el manuscrito; luego de la imprenta y la posibilidad de acceder a lecturas masivas. Ahora estamos frente a otra tecnología. Lo poético es una vibración, es un latido que puede también servirse de las nuevas tecnologías. En ese servicio yo encuentro un trabajo de mayor hibridación, de modo que el video poema no asiste al texto escrito por un poeta sino que requiere también de la mirada de un cineasta. Allí se conjuga una labor sobre la voz,  sobre la luz, sobre los claroscuros. Es un trabajo que requiere una amalgama de hilados para condensarse en un tapiz.

– Al día de hoy, ¿crees que hay un “prejuicio” con la poesía?
-Más que un prejuicio, diría que hay una dificultad propia de la falta de educación o entrenamiento sensible. Hay una necesidad que impulsa la producción a una eficiencia del discurso, a una búsqueda de rendimiento, de “resultados”. Y la poesía es lo contrario a todo aquello dispuesto por la razón. La poesía es el imperio de las pasiones, ese caudal de afectos que este mundo intenta aplacar.

Libros en el siglo XXI

Hace poco salió un estudio que, con la pandemia, creció la lectura en un 45%. (https://www.elcaleidoscopiodelucy.com.ar/2020/08/por-la-cuarentena-crecio-mas-de-un-45.html) ¿Qué reflexión te merece?
-Es un aliciente ese estudio pero, sin embargo, habrá que determinar de qué modo sobrevive el libro; aquél que se busca más o se lee más. Esta sociedad lleva a consumir todo objeto. Temo que también el libro ha entrado en esa red, como un objeto a consumir en la adormidera del distanciamiento. Libros para entretenerse o para informarse. La literatura es otra cosa. Es aquello que implica un puro derroche sin buscar ningún resultado más que la extensión de la vida.

– ¿El e-book desplazará al papel?
-Aquí también tendremos que realizar una discriminación. El libro puede manifestarse en el soporte papel o en el digital. Aquellos que amamos el papel, seguiremos buscando ese contacto físico, el olor del libro, su cuerpo, aunque también realicemos lecturas digitales. Una y otra satisfacen placeres diversos. Muchas veces el deseo de saber apela a la rapidez, a la inmediatez del e- book. El libro en papel se constituye desde otros rituales: buscar los títulos en la librería, la conversación con un librero que promueve una familia de otros libros de modo que, muchas veces, uno termina llevándose otros libros además del que iba a buscar.

-¿Qué le brindó y qué le quitó la tecnología a la literatura?
-Brinda el acceso a títulos o a autores que no han sido editados en el país o no llegan al país a través de mercados a distancia. Hoy tenemos la posibilidad de leer autores de todos los continentes. Hay un beneficio espacial y una desventaja temporal. La tecnología ingresó un monto de velocidad tal que todo discurso, todo texto envejece rápidamente, se desvanece.

– Al respecto, ¿cómo ves la relación de las nuevas generaciones con el libro-papel?
-Las nuevas generaciones tienen una relación diferente, no en relación al papel sino en cuanto al ritmo. El libro en papel requiere un tiempo lento, una estancia, un habitar y las nuevas generaciones están marcadas por la mutabilidad, el devenir, el transporte. De modo que el libro físico los acota en la búsqueda rápida, en el flujo constante de estimulaciones.

Raíces y memoria

 ¿Cómo es tu relación con el estudio del genocidio armenio? En la actualidad, ¿se lo estudia cómo se debe?
-Vengo estudiando el genocidio armenio desde que era chica, desde el colegio primario. Es más, mi abuela, en lugar de contarme cuentos infantiles, me contaba relatos del genocidio. Relatos del espanto: de cómo les cortaban las cabezas, de cómo sobrevivían tomando el orín de la compañera, etc. Era pequeña y no entendía del todo la crueldad de esas narraciones. A todo esto, en el colegio se le agregó la pulsión reivindicatoria. A las historias se sumaron el devenir de los tratados, de lo impunidad y la indiferencia del mundo. Con ese brebaje ingresé a la universidad donde mi idea era seguir la carrera diplomática para poder hacer justicia. De algún modo, la escritura cumple una función de atravesar cierta justicia poética. Allí, en ese campo, asumo la crueldad del mundo. Soy libre para sentenciar el dolor  no solo de la distribución de las tierras sino de lo más recóndito de los afectos.
El mundo está signado con una sucesión tal de catástrofes que, a una le continúa la otra y, como el tiempo consume los hechos de modo caníbal, siempre hay un desastre nuevo al que rendirle cuidado y homenaje. El genocidio armenio no es reconocido por todo el concierto de las naciones. EEUU, por ejemplo, e Israel, no lo han reconocido por tener lazos estrechos con Turquía. Europa diseñó de tal modo el mundo luego de la primera guerra mundial que, si bien muchos países de ese continente reconocen el genocidio, no han aceptado mover ni un kilómetro de frontera territorial en miras a dar una justa reparación del daño.

-¿Cómo ves a las nuevas generaciones en relación con el genocidio, la memoria y búsqueda de justicia?

-Las nuevas generaciones tienen tantos desafíos por atravesar…Un presente lleno de incertidumbre, un suelo sísmico, una geografía en constante movimiento, de modo que les queda poco resto para restituir, para reparar. Es tarea de los adultos en darles cobijo a sus angustias, sus preocupaciones por el lugar que habitan para aligerarlos y así, armarles ese espacio para pensar en lo justo, en la memoria doliente.

– ¿Por qué, al día de hoy, se siguen negando los genocidios que hubo a lo largo de la historia?
-Los acontecimientos del mundo no suceden como en las novelas o narraciones tradicionales: hechos, desenvolvimiento, resolución. Los hechos se agolpan y no se resuelven. En ese estado aparecen otros hechos. ¿Qué hacíamos nosotros, por ejemplo, en los años 90 con el desastre de los Balcanes? ¿Sobre qué
caía nuestra preocupación cinco años más tarde, cuando en Ruanda se deshacía una población? ¿O mucho más acá, con los asesinatos masivos en Nicaragua? Los pueblos van ciegos y las violencias continúan. En cuanto a los gobiernos negadores, es parte de las políticas y estrategias de negociación de cada administración. EEUU, por ejemplo, tiene un interés geopolítico en Turquía, de modo que no quebraría su relación diplomática reconociendo un acto que los inculparía; salvo que la balanza estratégica cambie de rumbo (como lo fue cuando se desató el problema sirio) y entonces algún otro movimiento podría acontecer.

La escritora, puertas adentro

-Si en una ficha, te preguntan “profesión”. ¿Qué ponés? ¿Escritora, abogada?

-Escritora. Del derecho conservo el gusto y preocupación por la justicia y un sistema de pensamiento minucioso. He sido profesora de filosofía del derecho durante diecinueve años. Adentrarme en la naturaleza jurídica de los institutos, definir el borde siempre complejo de las palabras, comprender la dialéctica de esa metafísica de la relación que es el derecho, es parte de mi pasión. Pero el espacio donde me desempeño, donde pongo a jugar las técnicas de mi artesanía es la literatura.

– ¿Cuál es tu sensación al terminar de escribir un libro?
-De desposesión y vacío. Una extraña sensación de quedar desterrada, de deshabitar. Una sensación de perder, de alguna forma, algo de cuerpo y a la vez, de no saber quién estuvo allí, en ese libro que se fue. También me sobreviene una sensación de desconocimiento, como si me dijera: ese libro no lo escribí “yo”.

– ¿Cuáles son tus próximos proyectos?
-Antes de la pandemia teníamos el proyecto de estrenar la obra de teatro “Milena e Irene: periodistas” con un guión escrito por mí y la dramaturgia de Román Caracciolo. La fecha de estreno iba a ser el 6 de agosto. Con el virus suspendimos el estreno, obviamente, y no sabemos cuándo podremos ponerla en cartel. Sin embargo, estamos pensando en filmarla. Por otro lado, estoy escribiendo un poema largo sobre el gueto armenio en Buenos Aires y su relación con la violencia argentina.
¡Ah! Tengo un deseo: filmar una película en Armenia desde el corazón de su poesía, mostrando a sus poetas en las fronteras, en los monasterios, haciendo resonar sus voces en ese limbo entre Europa y Asia.

– Si por la puerta de tu casa, entrase la Ana de dieciocho años, ¿qué le dirías?
-Que será joven. Le diría que confíe en eso. “Durante mucho tiempo me he acostado muy temprano” dice Proust. Esa frase podría indicar mucho de mis dieciocho años. Nací argentina, me bautizaron armenia y para “volver” a la vida argentina tuve que construir un cuerpo de sabores, colores y música que fui adquiriendo de a poco. La muchacha de dieciocho años todavía no conocía Buenos Aires, vivía en un país imaginario. Le diría que ese país existe y no existe, que podrá acceder a un lugar donde el cuerpo no tenga lengua, pero para eso, primero: deberá hablar en castellano.

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