Alan Robinson: “El loco no es un genio creador”

Actor, dramaturgo y director de teatro, Alan Robinson sacó su libro “Actuar como loco” donde navega en las profundidades de su propio ser en relación con la actuación y las internaciones que sufrió en su vida. En una charla extensa y rica, Robinson no se calla nada al dar cuenta de sus opiniones sobre el teatro, la locura, los psiquiatras, los críticos, los premios y el ajedrez.

– Alan, ¿cómo surge la idea de escribir “Actuar como loco”?

– Pregunta difícil. “Actuar como loco” es un ensayo de teatro, locura y chamanismo. Surge en la maestría de Estudios de Teatro y Cine Argentino y Latinoamericano que curso en la UBA desde hace más de 5 años. “Actuar como loco” iba a ser mi tesis pero el plan que presenté al profesor fue desaprobado. Entonces decidí que era más importante ser fiel a mis ganas de escribir. Me olvidé de hacer una tesis que es algo muy aburrido, escrito en un estilo para que lo lean muy pocas personas. Así fue que me puse a escribir un ensayo. Al principio lo iba a titular “El Actor y su doble”, pero no me convencía. El título no sintetizaba mi camino en el teatro y me hacía sentir que estaba demasiado bajo el amparo de Artaud, que escribió “El teatro y su doble”. Fue así que un día se me “apareció” el título. Al principio, me dio un poco de vergüenza porque es medio chistoso para un libro de teatro. Tenía miedo de que no fuera tomado en serio, pero se lo dejé porque me gusta que actuemos como locos. Entré a estudiar la maestría sin la menor idea que iban a querer convencerme de estudiar al teatro como si fuera un científico social. Lamentablemente no lo puedo estudiar más que como un oficio. Mi oficio. Creo y amo al teatro. No puedo tomar distancia del teatro, ni mirarlo como un objeto porque siento que, en su esencia, es un servicio. Entonces, de a poco, con tiempo y con la ayuda de Vicente Zito Lema y la editorial Milena Caserola, me fui animando a publicarlo. En total me llevó cuatro años escribirlo.

-¿Qué sentís cuando escuchas que a la locura se la liga inmediatamente a una cuestión “médica”, que puede “curarse”?

– Tristeza, porque a las personas que alucinan, las encierran y les pueden arruinar la vida. Me entristece además que sea legítimo socialmente considerar que el delirio y la locura se puedan curar. Es como pretender curar la homosexualidad o el judaísmo. Si sos introvertido o reservado, no te podes curar de eso. Si sos extrovertido o carismático, tampoco. La locura es parte de la identidad de la persona que pudo alucinar, así como hacen a su identidad, sus raíces, emociones, relaciones y sueños. El otro día, fui a visitar a un escritor amigo detenido en el Borda hace mas de un año. Fernando de Gregorio es un erudito y un gran escritor, a lo Borges. Habíamos quedado en ir a tomar un café fuera del manicomio para hablar de editar un libro que quiere publicar. La enfermera no lo dejo porque el médico no le había dado el permiso. Me saltó la térmica y le empecé a citar a la enfermera la Ley Nacional de Salud Mental. La enfermera me dice “Afuera se van a buscar falopa, merca y marihuana. Por eso no los dejamos salir”. Me enojé y le respondí “la falopa se la dan acá y gratis. Hadopidol, Aquineton y Risperidona”. Luego me dijo “Estoy trabajando y cumplo ordenes”. Volví frustrado a mi casa, ¿Se entiende?

– Desmitificas la locura ligada a una cuestión romántica, ¿no?

– Si. Sobre todo la idea tan propia del romanticismo, del genio creador. El romanticismo tiene algo necesario que es el rescate de la relación del hombre con la naturaleza, con su naturaleza y con sus sentimientos. Se vuelve muy individualista, pero tiene características piolas. El loco no es un genio creador. Es, mas bien, una persona que tiene que resolver que hace con el estigma y las drogas psiquiátricas.

– ¿Por qué sos tan crítico con los psiquiatras? ¿A los psicólogos también los incluís en tu crítica?

– Mi crítica es desde el arte dramático antes que nada. El teatro es el tiempo y el espacio desde el cual me expreso con total legitimidad. Luego opino desde la política, lo social y lo humano. En mis obras, los temas de la locura, el amor y la inclusión social suelen aparecer de alguna u otra forma. A veces desde el humor o del conflicto, otras desde algún personaje, o incluso, desde la narración. La psiquiatría y la psicología son síntomas de la enfermedad capitalista, la enfermedad industrializada. Están lejos de la salud. Los psiquiatras son personas peligrosas. Tienen mucho poder porque toman decisiones que pueden destruir proyectos de vida. Hoy en día, un psiquiatra puede autorizar que te encierren en una habitación de contención, te aten a una cama o te pongan un chaleco químico. Si logra la autorización de un juez, te puede aplicar un electroshock. Los psicólogos te pueden derivar a un psiquiatra y eso también es peligroso. Un psicólogo o una psicopedagoga pueden derivar a un niño a un psiquiatra para que lo droguen y lo envenenen. Eso es criminal y también pasa muchísimo.

– ¿Cuanto tiene de catártico el libro?

– Nada. Pasé por manicomios y sobreviví, pero el libro no es un diario íntimo. Es un ensayo, un libro para el actor. Los actores lo entienden y lo sienten con el cuerpo, porque tienen empatía con el delirio. No hay nada de catarsis. Ésta se encuentra en las tragedias y sus héroes siempre terminan mal. Creo que fue algo que inventaron los dramaturgos y ciudadanos griegos para mantener el equilibrio de la democracia y la esclavitud. La catarsis no es superadora del dolor individual, que es solo anecdótico. El teatro ateniense existió -por lo que cuentan quienes escribieron su historia- en función de los intereses de la democracia, específicamente de los ciudadanos que tenían el poder político. Ahora, publicar y distribuir el libro me hizo muy bien. Tengo un trabajo nuevo que me gusta. En el libro, hay mucho sobre pedagogía, dirección y actuación.

– ¿Cómo se te ocurrió la forma de difundir del libro? Fue muy fuerte la recepción que tuvo a través de Facebook….

– Es cierto, pero se me ocurrió por necesidad. Venía de trabajar casi dos años para un programa cultural en la TV pública, lo cual me impedía dedicarme a las clases. Entonces, se me ocurrió que podía intentar vivir del libro. Una locura. No sabía como hacer, pero sabía del caso de Guillo De Posfay un escritor de mi generación pionero de la FLIA, que vendía sus libros en la calle. Empecé a avisar por facebook que hacía “delivery” del libro. No se como ni porque, pero funcionó. Al principio, en las primeras entregas del libro, me sentía un poco raro, con timidez y vergüenza pero lo tomé como lo que es, un trabajo. Ahí no mas, ni bien arranqué con las primeras entregas en enero de 2014, hablé con mi hermano Eric Robinson, que hizo las ilustraciones y maneja la difusión. Armamos una sociedad, en la que los dos vendemos libros y cuadros. Una vez, la critica Mónica Berman me dijo en chiste que tenía que dar un taller de difusión de proyectos teatrales. Ese comentario de Mónica me hizo pensar en las diferencias entre propaganda, publicidad y difusión. Lo que hago para difundir el libro y la forma de comprarlo, es propaganda de una propuesta. Actuemos como locos.

Entonces cuando un lector pide el libro por delivery, consume como loco porque participa de una economía social que no es lucro ni ambición capitalista. No hay explotadores ni explotados. El problema -para mi- viene cuando haces publicidad para generar deseo. Acá hay más una idea de proponerle al lector que haga con el libro lo que necesite hacer. Todavía nos sorprendemos con mi hermano que el delivery funcione. Pero ya me acostumbré. Ahora creamos Editorial Los Hermanos.

– ¿Qué te dice la gente cuando le llevas el libro?

– Muchos lectores quieren hablar de la locura. Contar la historia de sus vidas. Me dicen muchas cosas con la mirada. Una vez una señora me pidió si podía tratar a su hijo. Le tuve que explicar que no soy psiquiatra. Otra vuelta, una bioquímica, muy capa, me explicó que los de las drogas psiquiátricas era una gran mentira. De esas hay mil historias. Pero por lo general los lectores agradecen el delivery y recibo mucho cariño. A veces con los teatreros nos colgamos a hablar de teatro. Estoy agradecido.

– ¿Recordas alguna devolución en particular, después que leyeron el libro?

– Si, varias. La periodista Maria Daniela Yaccar dice que el libro tiene mucho humor y que encontré una conexión entre teatro, chamanismo y locura. Después dicen cosas sobre lo que logré con la publicación. Por ejemplo, el actor Martín Ortiz dice que logré viajar de la locura al arte, sin abandonarla.

– ¿Por qué elegiste a Vicente Zito Lema para prologar el libro?

– Porque lo quiero mucho. Es mi amigo, mi vecino, mi maestro. Además, es un gran dramaturgo que tiene obras de teatro maravillosas y fue el primero en defender el derecho al delirio. Un derecho que creó el actor teatrero y que el actor de raza necesita, así como también necesita el derecho al texto.

– ¿Podría considerarse al libro como de “autoayuda”?

-No. Los libros de autoayuda son como formulas y recetas. No me gustan mucho. Además, el principal beneficiario de ese género es el escritor y no el lector. Mi libro es un ensayo con estilo literario propio, como son los libros de Juan Gené, de Raúl Serrano y Alberto Ure. Mi estilo está muy influido por “Sacate la careta”, de Ure porque me parece muy divertido y es un ensayo amplio sobre teatro, cultura y política.

– ¿Te sorprendió la repercusión que tuvo el libro?

-Si y mucho. Cuando me encontré repartiendo diez libros por semana, me tuve que poner a escribir sobre economía familiar y teatro para entender que estaba pasando. Mi próximo libro arranca con una especie de memoria sobre todo lo que viene pasando socialmente con el libro. Sobre eso va a tratar entre otros temas la película. Cactus Cine está filmando el documental. Va a ser sobre el proceso de publicación, las clases, las charlas, las entrevistas y las presentaciones. El libro llegó a varios países. Jorge Costa, un gran actor fue a trabajar a Europa y se llevo un montón de libros, como un embajador cultural del teatro argentino. Lo están traduciendo al inglés y al francés.

– ¿Cómo viviste la distinción que tuviste en la Legislatura Porteña?

– Con nervios. Con miedo de defender el libro frente a los diputados del PRO y con alegría cuando lo declararon de interés cultural y social. Fue un proyecto de Susana Rinaldi, la tanguera y legisladora que ahora se fue a Francia de agregada cultural del ministerio de cultura.

-Tenes una visión muy personal acerca del teatro. ¿Cuál es tu opinión acerca del teatro de la Ciudad de Buenos Aires?

– No sé cuál es el teatro que se ve pero me gustaría que los teatreros hagamos nuestro trabajo más allá de un espectáculo, un entretenimiento o producción de la industria cultural. Cada puesta es un tipo de ritual distinto. La cantidad de obras aumenta y eso me gusta porque me gusta la diversidad. Este año pude ver varias obras y me gustaron pero lo que veo y no me gusta es que todavía hay un sometimiento a la dramaturgia. Creo en el derecho al texto, que quiere decir que en una función tenes el derecho a cambiar los textos literarios según las necesidades del grupo en ese momento particular. Hay como una alucinación colectiva de que la estructura de una obra solo tendrá poesía, belleza y metáfora si se repite la estructura, el orden y las frases del texto literario. Hay una obediencia debida a los mandatos culturales de Argentores. Eso no me gusta. Quiero ser claro para que los compañeros dramaturgos no lo tomen personal pero es muy grave la obediencia al texto literario, no que los autores defiendan sus derechos. Eso me parece muy noble y justo. Cuando arrancó todo el fenómeno de los “match de improvisación” pensé que algo podría cambiar, pero ese estilo se volvió una estructura para que los actores compitan contra los actores. Le hace daño al teatro. Me gusta el fenómeno de las salas barriales alrededor de la agrupación ESCENA pero cuando se empieza a luchar por leyes, los teatreros pasan a negociar en la política y ahí pierde mucha fuerza lo propio del arte dramático. La fuerza de las salas barriales es que pueden ser en cualquier lugar, de cualquier forma y que tienen legitimidad popular y propia. Una cosa que no me gusta es cuando me dicen el imperativo categórico “HAY QUE IR A VER LA OBRA QUE HACEN EN LA VERDULERIA” “Ah si? ¿Por qué?” “COMO PORQUE!!! PORQUE LA HACEN EN LA VERDULERIA”. Esa relación tonta entre la moda y la búsqueda de la novedad formal, solo por el hecho de buscar la novedad, me fastidia. Me parece chisme. También creo que las instituciones que financian y subsidian nuestro trabajo nos condicionan mucho, y como sin querer, nos acostumbramos a un sistema de producción teatral de formas y contenidos que depende de un Estado asistencialista. Entonces, de alguna forma, estamos siempre respondiendo para que el Estado nos ampare. Pero nuestra función no es mantener el equilibrio del sistema, sino desequilibrarlo.

– Tengo entendido que descrees de la crítica y los premios. ¿Por qué?

– No es tan así. Son cosas distintas. Creo en los críticos, como creo en los locos o en los sacerdotes. Los críticos establecen verdades, políticas, tendencias y estilos. La revista de critica Montaje Decadente marcó una época y además Lucho Bordegaray hizo escuela. Dejó planteada una posición ética que hacía falta. No puedo discutir con los críticos sobre crítica porque no me dedico a la crítica pero me parece que se está dando un acercamiento lindo entre los realizadores y los críticos. No soy de los teatreros que creen que los críticos de teatro son actores frustrados. Primero, eso me parece una agresión y luego un error un poco infantil. Tampoco soy de los que se enojan si un crítico desalienta al público a que venga a ver mi obra de teatro. Es claro que si un crítico dice que mi obra es mala, le está dando motivos al público para que no venga a ver mi trabajo, lo cual me va a traer un problema. Pienso que la crítica es comunicación social. No creo en el estilo literario de la critica pero si en que la critica cumple una función social. Así como un director busca un dramaturgo o su dramaturgia durante toda su vida, un crítico busca a un director durante toda su vida. Por ejemplo José Tcherkasky lo encontró a Ure, y fue una sociedad fantástica. La entrevista que le hace Tcherkasky a Ure publicada en “Rebeldes exquisitos” es una obra de arte. La podes releer mil veces y te seguis haciendo preguntas.  Me parece que los críticos tienen que decidir que estéticas van a difundir. Eso los posiciona ética y políticamente en la sociedad.

-¿Y los premios?

-Son otro cantar. Fui estudiante de dirección de Juan Carlos Gené y él decía que no recibía premios porque estaba en desacuerdo en competir con colegas. Los premios confunden todo. Un actor o un director necesitan difundir su trabajo para que el público sepa que puede ir a verlo. Los premios son de los medios para difundir el trabajo pero el costo que se paga es muy alto. Te obligan a competir con tus colegas y a entregar la autoridad estética a los jurados.  Es muy jodido renunciar a lo que uno cree valioso estéticamente. De alguna forma es como renunciar a tus ideales. Mi escena temida es un día enterarme que estoy ternado en un premio. Me dan terror los premios. No se que haría si algún día me ternan. Quiero difundir mi trabajo y un premio es un instrumento muy grande. Pero hay muchos valores e ideales en juego en aceptar un premio. Hice una obra “Yo Soy Fijman” y vino a verla un jurado de los premios del teatro mundial o algo así. El jurado dijo que lo que había visto no era teatro. Teníamos actuación, dirección, escenografía, vestuario, sucedía en una sala teatral; hasta tenia dramaturgia escrita la obra. Todo lo que tiene convencionalmente una obra de teatro, pero como también tenía poesía…el jurado se confundió o se mareó. Por esto digo que los jurados manejan el poder y la autoridad estética. Los críticos también, pero si uno va con humildad son como compañeros. Se puede discutir con los críticos.

-Y no con los premios.

-Ahí es donde tengo una posición crítica. Los premios ACE, por ejemplo te pueden condicionar los contenidos éticos y estéticos de todo un año de producción. Se mueve mucho dinero. Lo mismo pasa con los premios Trinidad Guevara que te pueden condicionar más o menos que se va a ver en el teatro independiente, off y alternativo. Los jurados de los premios tienen poder más que autoridad. No es lo mismo. Para mi, tendría que ser distinto a como es. Por ejemplo, el jurado a Mejor Actriz de Reparto solo lo deberían integrar actrices de reparto, el jurado de premio revelación, solo lo deberían integrar “personas reveladas”. ¿Te imaginas? ¿Cómo decidimos quienes son las personas reveladas? Así con todos los rubros. Eso no sería lo ideal, pero sería un poco mas justo.

El reconocimiento no es un premio. Tiene más que ver con que una persona se vuelve referente de algo y es reconocido por sus propios colegas. Reconozco públicamente a cantidad de colegas porque me parece que su trabajo es bueno para la sociedad y me gusta difundirlo. Esto lo aprendí de Jorge Costa, un gran actor muy talentoso que hace humor.

– ¿Te consideras dramaturgo o director? ¿O ambas?

– Director. Mi vocación está en la dirección. Escribo por la necesidad de crear un lenguaje. Amo la dirección de actores por sobre todas las cosas en la dirección de una obra. Si fuera por mi, lo único que haría sería ensayar y estrenar. Estudio mucho sobre dirección de grupos. Desde la teoría de grupos operativos de Pichón Riviere hasta las conferencias del “Loco” Bielsa, el director técnico de fútbol. Una vuelta, estaba en clases de dirección con Juan Gené con un grupo de actores preparando una escena a punto de mostrarla y escuchó de atrás una grave voz de mando preguntando “¿Quien es el jefe en ese barullo?” Era la voz del viejo con una pequeña gran pregunta. Me quedó grabada esa pregunta porque Juan siempre me confrontó con mis concepciones de dirección. Le agradezco a Juan que me haya hecho las más difíciles preguntas de dirección. Lo que menos me gusta de mi rol de director es ser jefe pero también, uno como director, tiene que dar cuenta de su propia relación con el poder. Alberto Ure quería que le obedezcan, yo quiero que me crean. Aprendo mucho leyendo a Ure. Es un gran autor para hacerse preguntas sobre el propio oficio. En cuanto a la dramaturgia, tengo más contradicciones. Me cuesta más la dramaturgia. Me siento más poeta que dramaturgo. Estoy muy atravesado por la política de Argentores sobre los derechos de autor. Ese mensaje prepotente, patotero y autoritario del teatro que quieren dar todo el tiempo “Sin autor, no hay obra”. Soy un dramaturgo medio marginal.

-Al día de hoy, ¿cómo recordas “Yo soy Fijman” e “Hijos del monte”?

– Con mucho amor. “Fijman” salió hermosa. Ahí escribí y actué. Estuvimos en un teatro alejado de los barrios teatrales mas conocidos como Abasto, Palermo, Boedo y Corrientes. Estábamos en Villa Urquiza y actuamos con Zito Lema. Fue un gran aprendizaje para todo el equipo. Vicente es un actor genial. Tiene una hermosa relación con la naturaleza, con los cuatro elementos. Había una escena que él la relacionaba con la fluidez y el bautismo y se tiraba una palangana llena de agua por la cabeza. Como que se bautizaba a él mismo en escena. De hecho la obra era una ceremonia de bautismo, un renacimiento. Esto lo entiendo recién ahora. En ese momento fue como una cosa instintiva de dejarnos llevar. Todo el grupo se dejó llevar por la forma de entender el teatro de Vicente. Me acuerdo de un poema que decía Martin Ortiz y yo lo escuchaba sentado. Siempre había un momento en que las palabras, el ritmo y los sonidos de Martín como que se volvían una música. Me encantaba porque era como un momento en que me quedaba entregado a lo que pasaba. Estuvimos como ocho meses. Fue muy bueno hacer esa obra, porque muchos espectadores conocieron la poesía y la historia del poeta Jacobo Fijman.

Por su parte, “Hijos del Monte” fue una obra grande. Ahi fui director y escribí junto a Nayla Marchese y Lucas Antona. Me faltó fuerza para seguir. Era una obra para estar tres o cuatro años. Aprendí mucho. Eran siete actores mas tres músicos en escena. Ahi conocí a  dos actores geniales Martin Dodera y Maxi Sarramone. Dos tipos que les decís “vamos a ensayar adentro de una pileta” y te preguntan si pueden ir desnudos o hay que llevar malla.

El mensaje de la obra cuestionaba a los “Héroes” de la lucha política de los 70. Los humanizaba para humanizar las luchas. La obra abría una discusión muy linda entre la gente después de la función. Alguna gente se enojaba por el tono de las discusiones que proponía la obra. Nací en el 77 y soy de la generación nacida en dictadura. Me parece que ya estamos grandecitos y tenemos que pedir la palabra para que dejen de hablar desde el poder sobre el discurso de los derechos humanos y la memoria sobre nuestra generación.

– ¿Cuales son tus referentes del teatro?

– Te lo armo como un equipo de fútbol: Al arco: Artaud. En la defensa: Kartún lateral derecho con proyección, Ruben Szuchmacher lateral izquierdo, los hermanos Discepolo en el medio de la defensa, la parte fuerte de la defensa que no perdona nada ni a nadie. De cinco Griselda Gambaro. Los volantes en el medio tienen que ser patrones, tipos fuertes y concretos: Bartís y Raúl Serrano. El diez argentino es picante, pícaro, y luchador a lo Maradona: Alberto Ure. Adelante que vayan Urdapilleta y el Negro Olmedo a hacer goles. En el banco: Cuzzani, el Tato Pavlovsky, Tita Merello, Osvaldo Bonet, Ionesco, Pirandello, Gabriel Weisz. Norman Birski. Stanislavsky, Peter Brook. Dirige técnicamente: Juan Carlos Gené.

– ¿Por qué dejó de gustarte el ajedrez?

– Me sigue gustando y se lo enseño a mi hija. Pero me alejé porque es un juego que si sos una persona apasionada de la vida, te puede alienar las emociones. El ajedrez es un juego maravilloso, con el que podés desarrollar una percepción extrasensorial. Podes saber lo que va a pasar antes de que pase. Pero para eso hay que dar el salto al vacío del instinto. El ajedrez te lleva al límite de la razón y la lógica, y después que cruzas ese límite están la intuición, el instinto y el delirio. Es un juego que se presta mucho para obsesionarse y perderse. De muy chico mi papá, me llevó a jugar torneos. Fui jugador federado en Ferro pero me alejé. Después con un grupo de teatro Gota Teatro, -con el que hicimos como cuatro obras-, tuvimos una etapa del entrenamiento y en los ensayos jugábamos al ajedrez. Creo que el ajedrez tiene algo fundamental para el actor que es una estructura de reacciones -como el teatro- que te obliga a llevar la atención a la reacción del otro y a meterte en la mente, el espiritu y el cuerpo del que tenes en frente. Es un juego fantástico pero hoy me gusta mas cantar y bailar.

– Si Alan Robinson no hubiera sido “teatrero” ¿qué otra vocación tenía?

– ¡Que lindo! Andinista, guía de montaña o guardaparque. Llevaría a los turistas con carpas, a subir montañas y cruzar la Cordillera de los Andes caminando. También me hubiera hecho antropólogo y me hubiera ido a vivir a una comunidad mapuche en la Patagonia, como el mito de Pocahontas.  Pero me hice teatrero. Además me enamoré de mi mujer que me dice que los mapuches ¡no me darían bola!

– Si tuvieras la posibilidad de hablar con el Alan Robinson de la secundaria, ¿qué le dirías? ¿Algún consejo? ¿Alguna recomendación?

– Si, que tenga paciencia, que no se ponga ansioso y le recordaría lo que le dijo Paula Vilas su maestra de 6º grado: Crecé lindo y juntate con otros como vos a ver si pueden oxigenar un poco este mundo!

“Actuar como loco”, de Alan Robinson. Ediciones Los Hermanos. Contacto: https://www.facebook.com/Alan.Robinson?fref=ts

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