1997. El año en que los grandes volvieron al candelero

Parecía que se habían puesto de acuerdo. Aquellos que eran referencia ineludible en la historia del rock, tomaban ese año para volver por sus fueros, a reverdecer sus laureles.
Los años 80 no los había tratado muy bien que digamos. Se los notaba perdidos y desconcertados frente a las nuevas olas que, paradójicamente ellos habían ayudado a crear.
Por eso, en este 1997, Bob Dylan, Paul Mc Cartney y David Bowie vuelven por sus fueros con discos acordes a su calidad. Los Rolling Stones también formaron parte de este año con su “Bridges to Babylon”.

Ese 1997, empezaba a ser el fín del brit-pop que había devuelto a Inglaterra al centro de la escena musical. La “Cool Britannia” había explotado a partir de bandas como Oasis, Blur y Pulp. Pero este año, 1997, -que tendría la publicación del excelente “Urban Hymms” de The Verve- comenzaría el retroceso de este estilo que no trajo nada nuevo bajo el poncho. Era retomar la rica herencia de las bandas de los 60 (Beatles, Stones, Who, Kinks y siguen las firmas) pero con un sonido acorde a los tiempos que se vivían. Oasis iniciaba su debacle con la publicación de su exageradamente ambicioso y cocainomano, “Be here now”. Blur patea el tablero, “americanizando” su sonido con su disco homónimo mientras que Radiohead saca el conceptual y excelente “OK Computer”.
Por otra parte, The Hives edita su primer disco y Kiss sacaba su disco maldito como “Carnival of souls”. Paralelamente, Will Smith saca su disco poniendo al rap en un lugar de mayor visibilidad y Mariah Carey sacá el que ella considera su mejor disco, “Butterfly” al igual que Shania Twain y su “Come on over” que arrasa en los charts. El ex Take That Robbie Williams empezaría el recambio con su tema “Angels” sonando como un bálsamo para la tristeza que devino con la trágica muerte de Lady Di.
U2 saca el último disco experimental de su carrera como lo fue el bueno e incomprendido “Pop”.


Bowie Parade


El primero que pateó el tablero fue David Bowie al ratificar su título de vanguardista de estilo camaleónico con su “Earthling”, disco que al día de hoy, se podría escuchar en una disco sin problemas.


Con esta nueva producción, vuelve a demostrar que es el más moderno de todos. Toma las influencias de la época para crear un disco tan personal como electrónico que le brinda ese toque de actualidad pero sin perder un ápice de su identidad. Quizás, uno de los motivos del cambio en el sonido de Bowie haya sido, no solo su proverbial inquietud y búsqueda constante de nuevos horizontes, sino la gira que compartió con Nine Inch Nails en 1996, momento en el que hicieron algunas canciones en vivo. A posteriori, esa mastermind que era El Duque Blanco plasmaba sus nuevos horizontes en “Earthling”.

Abre con “Little Wonder” y se aprecia una palpable influencia de Prodigy. Sonido industrial y rabioso para plantar bandera respecto a lo que se iba a venir en los casi cincuenta minutos que dura el disco. El mantra electrónico-coyuntural que inicia “Satellites” (Nowhere/Shampoo/TV/Come back/Boy’s own/Slim tie/Showdown/Can’t stop) antecede a ese tipo de canciones que siempre se terminan recordando en una vorágine de sonido.



Las baterías pesadas inician “Seven years in Tibet” con densidad hasta conformar un colchón sonoro en el que recalará la programación de máquinas y la distorsión de la guitarra de ese mago de las seis cuerdas llamado Reeves Gabrels. El tema es un oasis de perfección sonora que es un buen resumen de lo que es el disco.
“Dead man walking” es otro gran tema que incluso podría escucharse en una disco (algo que todo el álbum podría pasarse sin que hubiese inconvenientes). Mientras el presuroso “Telling lies” se refiere a la mentira al tiempo que “jadeando por mi resurrección, júrame en tiempos de guerra y stress”, en “What have you been doing to yourself” se pregunta directamente por el cambio en los tiempos y lo terrorífico que está por venir (“¿Qué te estuviste haciendo a vos mismo?/Es lo último que debes hacer/Ya nadie se ríe/Es lo peor que podes hacer) y el contacto entre los seres como único refugio de humanidad. (Guarda el ultimo baile para mi/Agarrá el último colectivo conmigo/Dame el último beso/Es lo más seguro que hacer”).

En “I’m afraid of Americans”, Bowie saca una crítica a lo que se había convertido en los 90 el “American way of life” y a la influencia del Tio Sam en el concierto de las naciones del mundo (“Dios es norteamericano”). A través de los norteamericanos, da su punto de vista sobre el individualismo (“Nadie necesita a nadie y ni siquiera intentan disimularlo”) y lo banal que es Johnny en sus deseos (una Coca, un avión, mirar las estrellas, peinarse el pelo y una concha en su auto). El estribillo expresa aquello que muchos dicen en voz baja pero siente una mayoría. “Tengo miedo de los estadounidenses/Temo al mundo/Me temo que no puedo evitarlo/Me temo que no puedo”. 


Con “Law”, Bowie cierra el disco a todo volumen (y concepto). Desde las voces distorcionadas del comienzo que afirman “no quiero conocimiento, quiero certezas”, se inician casi cinco minutos de sátira e ironia. Diversos acontecimientos que se suceden y la frase “me da un poco de miedo” dan cuenta del paso del tiempo. Nada es como ayer y habrá que ajustarse a lo que se requiere en un “aquí y ahora” que avanza sin pedir permiso.

Bowie crea un disco por demás actual en el que puede hablar de la robotización del hombre y su incomprensión del mundo frente a los avances tecnológicos al tiempo que toma a la tecnología para crear.
La producción corrió por parte de la dupla Bowie-Gabrels junto con Mark Plati, encargado de los samplers, programación y teclados. Es menester decir que las sesiones de grabación del disco duraron tres semanas. Muy poco tiempo. La guitarra sale por sintetizadores y samplers. De ahí el sonido tan particular que tiene el disco. A partir del sonido obtenido, se trabajaron las melodías de las canciones.
Además, la metamorfosis se plasmaba en su imagen. Pelo corto y parado, color naranja junto con una pequeña barba limitada al mentón mientras su saco largo multicolor lo ponía en otra dimensión.
Furioso, atrapante y oscuro, “Earthling” es el gran disco de Bowie en los 90. 


El turno de Paul

Parece que el proyecto “Antologhy” -que lo volvió a reunir con sus compadres de Liverpool-, revitalizó a Paul en su carrera solista. Disuelve su banda, con la que había grabado “Flowers in the dirt” y “Off the ground” para encarar el proyecto que terminaría siendo el excelente “Flaming pie”, con Steve Miller como coequiper y la ayuda de Ringo Starr. Paralelamente, su esposa Linda contrae un cáncer que tendrá consecuencias irreversibles al año siguiente.

La lista de temas de “Flaming pie” es un compendio del estilo Mc Cartney pero con un trabajo a conciencia de lo que se estaba realizando. Se grabó en el tiempo y forma que se tuvo que grabar, sin dejar nada librado al azar, por más que había algunas canciones fruto de zapadas tal como “Used to be bad” que, sin embargo, no empañan el resultado final. Con “Little willow”, realiza un homenaje a Maureen Starr, la ex de Ringo que había fallecido recientemente. El corte de difusión fue “Young boy”, un tema bien del estilo de Paul, con esas melodías pegadisas que uno mira con cierta desconfianza pero termina cantando como si nada. Paul se encarga de tocar todos los instrumentos y cuenta con un solo de guitarra bien rockero, que lo vuelve a ubicar en una posición en la que no estaba desde hacía tiempo. 


El disco abre con “The songs we were singing” en la que realiza una toma de posición importante al retomar “esas canciones que solíamos cantar”, reconciliándose de una vez por todas con su pasado beatle. Al respecto, el nombre del disco alude a un viejo chiste que había hecho John Lennon sobre el nombre de la banda. Según lo declarado en su momento, al Mersey Beat, John decía que “Llegó en una visión. Un hombre apareció en una tarta en llamas y nos dijo: «Desde hoy son los Beatles con una A».

Con “The world tonight” y “If you wanna”, vemos que Macca está en un buen momento compositivo. Lo que antes –probablemente- hubiese tenido menos elaboración y hubiese salido, ahora sonaba fresco. Al respecto, es menester recordar que Paul buscaba un sonido limpio y sencillo para un disco que, se fue haciendo como “sin querer”.
“Really love you” y “Used to be bad” son dos zapadas hechas canción que cuadran con el concepto que buscaba Paul referido a la sencillez. Para algunos serán los puntos flojos del disco pero no desentonan teniendo en cuenta lo dicho.


La parte acústica está muy bien representada con “Calico skies” y “Little willow”. En cambio, “Heaven on Sunday”, con su carácter bucólico, lo ubica como uno de los mejores temas del disco. Los arreglos de “Souvenir” son delicados con sus coros celestiales entrelazándose con la guitarra. Las baladas son realmente buenas y no cae en esa sensación “empalagosa” tan propio de su cosecha, que le ha costado muchas críticas.
En “Beautiful night” podría decirse que se condensa todo el concepto del disco. Desde los arreglos orquestales que le brindan épica a la canción junto con la coda que levanta el espíritu de todo aquél que este escuchando para poner su voz a disposición de los coros.
El disco cierra con “Great Day”, que le da el correcto punto final a poco más de cincuenta minutos de música de gran nivel.


La producción musical corrió por cuenta del propio Paul junto con George Martin y Jeff Lynne que, a la postre, termina siendo fundamental para el resultado final del disco. Si bien es un fiel seguidor de las enseñanzas “beatle”, es quien refresca el sonido de Paul. En un punto, realizó el mismo trabajo que había hecho con George en 1987 cuando vuelve a la vista del ojo musical con su laureadísimo disco “Cloud 9”.

Estos fueron dos discos de dos grandes pero aún faltan dos más….

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