Mónica Berman: Una visión diferente y necesaria del teatro.

Siempre es bienvenido un libro que permita desentrañanar los secretos del teatro y más aún si permite la apertura a nuevas formas de aprehender el hecho teatral, con un lenguaje ameno, didáctico y con la seriedad que amerita el caso. Bajo estos preceptos, la Licenciada en Letras y reconocida crítica teatral, Mónica Berman acaba de sacar su libro “Teatro en el borde”. Sobre el teatro, sus nuevos enfoques, los artistas y los críticos, ECDL charló Berman previo a la presentación del libro.

– ¿Cómo surge la posibilidad de hacer «Teatro en el borde»? 
-“Teatro en el borde” es mi tesis de maestría en Análisis del Discurso de Filosofía y Letras, UBA, el lugar donde me formé. Sin embargo, este comentario es un poco tramposo porque la tesis se fue construyendo con mis lecturas sobre puestas y sobre textos dramáticos, entonces hay un equilibrio entre la teoría y la crítica, que es el terreno en donde me muevo.

– ¿A qué se debe la elección del título? ¿ Por qué «en el borde»? 
– Trabajé (y eso sí fue una necesidad académica, encontrar algún hilo conductor) con la idea de ruptura;  tanto las puestas como los textos dramáticos presentan instancias en las que se produce un quiebre en algún aspecto en particular, así constituí el corpus. 

-¿Cuánto tiempo te demandó tu investigación? 
– Desde que empecé a escribir sobre artes escénicas, podría decir. Y de esto hace ya mucho tiempo. Mis primeras críticas fuera de la academia son de 1997, en una revista que dirigía Violeta Weinschelbaum  que se llamaba Magazine Literario. Luego, en 1999 empecé en Funámbulos y no abandoné nunca más. Cada cosa que vi y que escribí forma parte de esa “investigación” que está lejos de ser una mirada desde el laboratorio. Tengo que decir esto porque los antecedentes me juegan en contra, soy de Letras, pertenezco al universo de la academia, investigo allí, soy docente de Semiótica (y lo fui de Semiología durante diez años) pero paso tantas horas en los teatros como frente a los libros, para decirlo de alguna manera. 

-Tengo entendido que tomaste un concepto de Christian Metz, del cine y lo llevaste al teatro. ¿Cómo fue realizar ese pasaje?
-Es cierto que parto de la noción de verosímil, propuesta por  Metz pero es mucho más que eso. Fijáte que él habla de cine, defiende un cine que hoy es innecesario defender porque es el centro del canon (¿eso es posible?) y sin embargo, sigue vigente porque lo que señala sirve para pensar otras cuestiones que no son del orden de lo cinematográfico. Voy a citar un fragmento y no tengo que decir nada más  “A las cosas aún no dichas (…) adhiere un peso inmenso que debe levantar inicialmente quien quiera decirlas primero: hay que creer que su tarea es doble y que, a la dificultad siempre considerable de decir las cosas, debe agregar en cierto modo la de decir su exclusión de los otros decires.” Esa joya, esa mirada brillante y aguda es Metz. 

– ¿Cómo fue el proceso de selección de las obras que tomaste para tu investigación? 
-Eso es muy fácil de responder, yo siempre trabajo con  lo que me interesa o con lo que me gusta (así de académico). A veces te enfrentás a un objeto que funciona como desafío para analizar y me engancho, otras veces, sencillamente prima el placer de espectadora y lo que hago es iniciar una búsqueda para entender por qué me gusta lo que me gusta, cuál es el mecanismo que logró atraparme.  El otro requisito fue que hubiera alguna ruptura de verosímil pero te diría que primero elegí las obras y luego descubrí la ruptura en ellas. 

-¿El libro está destinado más a los críticos más que a los artistas? 
– No, para nada. ¿A quién se le ocurriría escribir para los críticos? Es obvio que me encantaría que lo leyeran e incluso que lo discutieran pero el destinatario ideal es alguien que se interesa por el teatro. Con eso alcanza. Salvo un capítulo (que no voy a mencionar) el resto del libro es sumamente legible porque yo no quiero dialogar con dos gatos locos en un idioma hermético. Soy crítica y aprendí (porque fue un aprendizaje) a hacerme entender. Cuando empecé en Funámbulos, Ana Durán me decía, “Lo tuve que leer tres veces”,  y claro, eso no servía. El modo de escribir es una decisión política. Cuando uno escribe construye a su destinatario. No tengo una perspectiva elitista, necesito que el que lea comprenda, no que piense “Guau es tan inteligente que no entiendo nada”. ¿Me explico, no? No hay que olvidar que tengo tanto de crítica como de docente. No sólo universitaria, yo fui maestra de grado y profesora de Lengua y Literatura, uno no puede seguir a pesar de los otros. 

– ¿Crees que puede haber «convivencia» entre los artistas y los críticos? 
– A ver,  los artistas viven sin los críticos pero los críticos no vivimos sin los artistas. Eso es de base. Después yo creo fervientemente en que, en ocasiones, los críticos podemos colaborar en enriquecer las lecturas sobre las puestas,  abrir nuevas perspectivas, incluso, sorprender a los artistas con nuestras lecturas. Cuando eso sucede, yo siento que mi tarea tuvo sentido. 

– En el libro, ¿dónde y cómo lo ubicas al espectador de teatro?
Para hacerla corta, es en producción, no en reconocimiento. Acá no trabajo sobre los espectadores. Pero se viene… tengo un montón de cosas en carpeta. 

-¿Cómo se dio la posibilidad de que Rubén Szuchmacher escribiera el prologo del libro? 
– Rubén dirigió mi tesis, así que yo pensé que era el prologuista natural de este libro. Pero la verdad, es que hizo el prólogo más hermoso del mundo  porque dio en la tecla con respecto a mi posición  en relación con el teatro. 

– Te definís como «crítica» en vez de «periodista». ¿Donde ubicas la diferencia entre ambos conceptos? 
-No voy a hacer una diferencia conceptual, sencillamente te voy a decir por qué soy crítica: porque me interesa la reflexión sobre la puesta, no la necesidad de la difusión urgente, no la carrera por ser la primera en publicar. Para el periodista si la obra levanta de cartel deja de ser noticiable para mí eso no es impedimento para escribir. Yo voy muchísimas veces a las últimas funciones, el periodista va a las primeras. Además yo me manejo con lo que me interesa (que la verdad es que es un abanico amplio) y no con lo que está de moda.
Yo me jacto de una cosa, de haber escrito las primeras críticas de muchas obras o artistas a los que no se conocía, eso pasa porque me meto por los rincones pero también porque no me guío por los nombres que están en los candeleros sino que me dejo llevar por la intuición (cero académico, esto). ¿Mi desventaja? Que como no tengo un lugar de visibilidad importante, mi escritura se pierde y el camino lo abren otros con más poder,  más tarde. ¿Mi felicidad? Que hay muchos artistas que recuerdan esas primeras críticas y te lo hacen saber.  No hay nada pero nada tan hermoso como eso. Yo les estoy profundamente agradecida. Al igual que cuando te hacen comentarios sobre lo que escribís. Para otras personas uno es un escalón en la escalera que quieren subir, bueno, que los acompañe otro. Lo importante es ir aprendiendo a distinguir cuándo se trata de unos o de otros. Por suerte, hay gente maravillosa entre los artistas ¿o tal vez estoy aprendiendo a encontrarlos?. 

Viernes 22 de noviembre. Presentación del libro “Teatro en el Borde”. Teatro ElKafka. Lambaré 866. A las 19.30 hs.

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