Ricardo Donaire: «Los docentes son intelectuales»

Los docentes siempre fueron parte fundamental de una sociedad. A través de los años, hubo cambios con respecto a su situación en la misma. El sociólogo Ricardo Donaire acaba de publicar «Los docentes en el siglo XXI» (Siglo XXI Editores) donde aborda la situación de los maestros y deja un interrogante por demás inquietante en el subtítulo del libro, «¿empobrecidos o proletarizados?»


En su excelente libro «Los docentes en el siglo XXI, ¿empobrecidos o proletarizados?», Ricardo Donaire realiza un exhaustivo análisis de la situación social de los maestros y como los encontrará en el siglo presente.

– ¿Cómo surge la posibilidad de escribir «Los docentes en el siglo XXI»?
– Este libro resume los principales resultados de la investigación que realicé como parte de mi tesis para el doctorado en la Universidad de Buenos Aires. La pregunta central refería a la posible existencia de un cambio en la posición social de los trabajadores intelectuales y si esta transformación podía ser caracterizada como un proceso de proletarización, es decir, de creciente asimilación con la clase trabajadora; problemas que veníamos trabajando como parte de una línea de investigación sobre las transformaciones en la estructura social argentina en las últimas décadas en el Programa de Investigación sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina (PIMSA), del cual soy miembro. La elección de los docentes como caso de estudio se basó en que se trataba de un grupo de población masivamente asalariado con un peso importante entre lo que denominaríamos “trabajadores intelectuales” (en Argentina alrededor de cuatro de cada diez de estos trabajadores asalariados son docentes) y que se expresa sindicalmente en sus organizaciones y sus luchas (una cuarta parte de las huelgas en las últimas dos décadas en nuestro país fueron protagonizadas por docentes).

¿Cómo fue el trabajo metodológico e investigativo?
– A partir de una revisión tanto de las diferentes teorías existentes sobre la proletarización como de los estudios empíricos sobre los docentes en Argentina se sistematizó una serie de hipótesis respecto de la posible existencia de procesos de pauperización y de proletarización. Estas hipótesis implicaban cuatro grandes dimensiones de análisis: condiciones de vida, condiciones laborales, proceso de trabajo y percepciones sobre la propia posición social. Mediante una encuesta se recolectó información relacionada con estas dimensiones para poder contrastar las diferentes hipótesis. La encuesta fue aplicada en el año 2007 a una muestra representativa de docentes de la Ciudad de Buenos Aires. La elección de esta jurisdicción respondió a que se trataba de un ámbito geográfico acotado pero donde era posible acceder a un amplio volumen de docentes en situaciones heterogéneas, y que, a partir de una análisis previo de ciertos indicadores, se podía caracterizar a este territorio como un terreno propicio para el desarrollo de un proceso de proletarización. Debido a su peso, restringimos nuestra muestra a maestros y profesores de los niveles primario y secundario con cargos frente a alumnos en establecimientos públicos y privados de educación común.

– ¿El docente es un intelectual?
– El concepto de “intelectual” tiene varias acepciones. En un sentido muy amplio, todos los seres humanos lo son, puesto que no existe actividad humana que no implique algún grado de actividad intelectual.  Sin embargo, producto de la división social del trabajo, no todos los seres humanos cumplen las mismas funciones en la sociedad: una parte de la población está especializada y ha sido formada para cumplir las funciones intelectuales. En ambos sentidos, los docentes son intelectuales.

–  ¿Cual sería la «conciencia de clase» que prima en los docentes? «clase media», «clase baja»? Inclusive si es que se puede ser tan esquemático al respecto….
– La “conciencia” de clase refiere a un conjunto amplio de fenómenos que no se agotan en la suma de las percepciones de los individuos que componen un determinado grupo social. Para analizar dicha conciencia debemos indagar no sólo las percepciones de los individuos sino también qué hace y qué expresa ese colectivo cuando se encuentra articulado (a través de sus propias organizaciones) y en movimiento (en el transcurso de sus luchas). En ambos aspectos, si observamos sus organizaciones sindicales y sus formas de protesta, los docentes se expresan como parte de la clase trabajadora. En contraposición, cuando consideramos la percepción de los individuos sólo observamos a un conjunto de población en forma desagregada y desmovilizada. Pero aún así, y en una primera aproximación, la mayoría de los docentes (o al menos, los docentes porteños) responde que forma parte de la “clase media”. Una indagación más profunda muestra varios elementos de asimilación con la clase obrera: por ejemplo, casi seis de cada diez considera que los obreros calificados son parte de su misma clase social, y una proporción similar, que los intereses y problemas de los docentes y los de la clase trabajadora son parecidos o muy parecidos en tanto asalariados. Al indagarse sobre las huelgas como forma de lucha de los docentes, quienes las consideran legítimas triplican a quienes opinan lo contrario. Son estos elementos que encontramos en la percepción individual, que aparecen expresados en las organizaciones y luchas docentes.

– La propia conciencia de clase, ¿afecta a los docentes en los contenidos que brindan?
– La proletarización puede observarse a través de los cambios en el proceso de trabajo. A medida que el régimen de producción capitalista va a dominando una rama de producción, tiende a proletarizar a la población ocupada en ella. Una de sus consecuencias es la perdida de los trabajadores del control sobre el proceso de trabajo. En el caso de la educación, pareciera como si el docente tuviera total control, pero mirado más de cerca, muchos aspectos del proceso de trabajo están por fuera de su alcance. Dado el bajo grado de desarrollo del régimen capitalista en esta actividad, estos aspectos están generalmente ligados a la dirección y coordinación del proceso educativo en su conjunto. Uno de los aspectos más destacados que aparecen en la investigación refiere a que, a pesar de que los docentes pueden determinar ciertos objetivos pedagógicos en su relación inmediata con los estudiantes, no pueden impedir que el sistema educativo (en parte o en su conjunto) se reoriente hacia funciones asistenciales o empresariales antes que pedagógicas. Esta transformación del carácter del propio proceso educativo en su conjunto no puede ser enfrentada sólo mediante la oposición o la resistencia individual (la cual, por otra parte, no necesariamente puede dar lugar a una respuesta progresiva).
La confrontación con cuestiones de esta índole supone un determinado grado de conciencia, expresado en determinado grado de lucha y organización. En este sentido, el hecho de que buena parte de las reivindicaciones de los docentes refieren a cuestiones de política educativa (y no sólo a cuestiones estrictamente salariales) puede ser entendido como una reacción a este proceso de expropiación del control sobre el proceso de trabajo.

– ¿Los docentes están preparados para un debate ideológico respecto a donde se ubican?
– Puede decirse que están más preparados que muchos cientistas sociales y funcionarios, los cuales tienden a adjudicar mecánicamente a los docentes una pertenencia a la “clase media” y suponen que las huelgas son resultado más o menos arbitrario de la peor o mejor buena predisposición de los docentes. Esta mirada sesgada termina impidiendo ver los procesos objetivos que subyacen a los cambios en la organización y lucha de los docentes. Por el contrario, el mismo desarrollo de estas formas muestra hasta qué punto los docentes han asumido e incluso resuelto este debate. Piénsese que en el año 1973 en el congreso fundacional de la CTERA , que es actualmente la organización docente más grande del país, el debate respecto de si debía denominarse a la entidad como de “trabajadores de la educación” o de “docentes” fue muy arduo. Y que la discusión sobre la afiliación de la organización a una central obrera no pudo siquiera resolverse entonces, sino recién en 1986. Hoy este tipo de cuestiones no parecen ocupar el mismo lugar que antaño entre los docentes.

– ¿Cómo se ubica el docente en una sociedad capitalista, donde la educación es considerada un «gasto» y no genera capital?
– En principio, debemos distinguir entre la educación pública gratuita y la educación privada. En el primer caso, la enseñanza no es asiento de un proceso de valorización de capital, fundamentalmente porque no hay plusvalía que se realice en la circulación. En otras palabras, el resultado del proceso de producción no es una mercancía a ser vendida en el mercado por quien contrata al docente con el objetivo de obtener una ganancia (a diferencia de lo que sí ocurre en las modernas empresas educativas privadas). Por eso, desde la perspectiva capitalista la educación estatal gratuita no es productiva: no genera capital y constituye un gasto del ingreso público. Sin embargo, no es este hecho el que determina la condición proletaria o no del docente. Esta condición depende del contenido de lo que el Estado paga al docente bajo la forma jurídica del salario. Originariamente este salario expresaba la retribución de una función política con un precio determinado en forma relativamente arbitraria. El desarrollo mismo del capitalismo es el  que tiende a generar y las condiciones para establecer cierta estandarización de la enseñanza y del costo de la capacidad de determinados trabajadores para prestar ese servicio. Llegado este punto, el salario estaría expresando el precio de una determinada fuerza de trabajo (y ya no el pago arbitrario a una función política). Y en este sentido sería posible adjudicar a los docentes una condición proletaria, puesto que aunque no produzcan plusvalor, sí producirían un plus de trabajo por encima del valor de su fuerza de trabajo y por ende, un ahorro de la renta pública.
Precisamente el desarrollo de la educación a cargo de empresas privadas (desde mediados de siglo XX en Argentina), donde la enseñanza ya no aparece como gasto estatal sino como asiento de valorización de capital, podría estar indicando que el régimen capitalista ha alcanzado un grado de evolución tal que se han generado (o están en vías de hacerlo, ya que buena parte de la educación privada está subsidiada estatalmente) las condiciones necesarias para la explotación productiva (en un sentido capitalista) de la educación como rama de la producción, y por ende, confirmarían la constitución de una fuerza de trabajo docente.

– ¿Ha cambiado la situación de los docentes desde los 90 a hoy en día?
– Los procesos de transformación de la estructura social son generalmente de largo plazo y no son lineales. Por eso, nos referimos a ellos como tendencias. En este sentido, es importante no confundir estos procesos, en general denominados como movimientos “orgánicos”, de carácter más permanente, con aquellos movimientos “de coyuntura”, de carácter ocasional o inmediato.
Desde la década del noventa hemos visto varios procesos que han afectado las condiciones de trabajo de los docentes. Particularmente, en relación con aspectos vinculados a lo que se denomina como “precarización laboral”. Así, por ejemplo, mientras que en los noventas se eliminó el régimen especial jubilatorio para la docencia, en la década siguiente fue restituido parcialmente. Estos movimientos coyunturales aunque de distinto signo deben ser analizados en relación al movimiento orgánico: en este sentido, estos cambios en las condiciones de trabajo de los docentes se enmarcan en la tendencia en el largo plazo a la proletarización. La persistencia de distintos intentos y proyectos de asimilar las condiciones laborales de los docentes a las que rigen para el conjunto del proletariado, con diverso resultado según la correlación de fuerzas en la década del noventa y la siguiente, ponen de manifiesto hasta qué punto para los intereses del capital, expresados a través de sus cuadros intelectuales y políticos, la actividad de enseñar se ha transformado, al menos en su contenido, en “un trabajo más” que no requeriría un estatuto diferente al del resto de los asalariados.

– ¿Un docente puede ser «militante»? Cómo se ubica el docente frente a los nuevos aires de militancia política?
– Si por militante se entiende a todo aquel que actúa concientemente en apoyo de determinados intereses, la militancia no es ajena entonces a ningún grupo social. Y tampoco a los docentes. De hecho, la organización y lucha de los docentes en la Argentina no son fenómenos novedosos. La primera huelga docente se suele fechar en 1881 en San Luis y la primera organización docente en 1892 en San Juan. Al menos en este sentido, se podría decir que la militancia entre los docentes es un fenómeno de larga data.

– Antes, los docentes eran «bien vistos» por la sociedad. Hoy, ¿es así o cayó su imagen?
– En el desarrollo de la estructura social argentina se pueden observar dos tendencias aparentemente contrapuestas: un agudo proceso de polarización social acompañado por una ampliación de la población incorporada al sistema educativo. Esto significa que cada vez más capas sociales, tradicionalmente excluidas de la educación acceden a ella en forma creciente, incluso a los niveles secundario y superior. Este proceso afecta también a los docentes al ampliarse su reclutamiento a las capas pobres de la pequeña burguesía y a las acomodadas del proletariado. Si bien esto no significa un reclutamiento plenamente democrático (la extracción social desde la pequeña burguesía acomodada es importante y no todas las clases sociales tienen la misma posibilidad de acceder a la docencia), sí implica un carácter relativamente más popular. No es poco probable que sobre este proceso se asiente la pérdida del “aura” que esta ocupación tenía cuando su acceso era de carácter más selectivo y más inalcanzable para buena parte de la población.
No obstante, habría que ser cuidadoso con asimilar este proceso unívocamente con la idea de que los docentes pasan a ser “mal vistos”. Es verdad que sobre este terreno buscan hacer pie en la denominada “opinión pública” aquellos discursos que tienden a aislar y a deslegitimar las organizaciones y las luchas de los docentes, acusándolos de usufructuar de lo que denominan como “privilegios” y llegando hasta a culparlos de perjudicar la educación del pueblo mediante su acción. Sin embargo, no menos cierto también es que sobre estos procesos se asienta la históricamente creciente confluencia del movimiento obrero y popular con los docentes.

– Los docentes estarían ¿empobrecidos o proletarizados?
– Cuando hablamos de cambios en la posición social de los docentes, nos referimos a dos procesos analíticamente diferenciables. Por un lado, el empobrecimiento o pauperización, que se puede observar en sus condiciones de vida y de trabajo. Pero el empobrecimiento no necesariamente implica proletarización, puesto que no todas las capas de la clase obrera son pobres. Por eso, es necesario distinguir la proletarización como proceso específico y distinguible del proceso de pauperización. La proletarización tiende a asimilar a los docentes con el proletariado o clase trabajadora.

– La utilización de dichos términos, ¿generó algún tipo de controversia?
– La cuestión de la proletarización de los trabajadores intelectuales no es un problema nuevo. A fines del siglo XIX habían comenzado los debates sobre si el crecimiento de estas ocupaciones contribuía a la conformación de una “nueva clase media”, o si expresaba una tendencia a la “proletarización” de quienes desempeñaban funciones tradicionalmente propias de la burguesía. Durante el siglo XX este debate reaparece y en la década del setenta la polémica se presenta dando ya por sentada la existencia de un proceso de proletarización. Sin embargo, hacia fin de siglo estos debates son relegados debido a la preponderancia que desde mediados de los años ochenta alcanzó en el ámbito de las ciencias sociales la idea de que la clase obrera iba en vías de desaparición, ya sea como tendencia o como un hecho ya consumado. En ese contexto ¿tenía sentido hipotetizar sobre una posible proletarización cuando, según estas nuevas concepciones, el proletariado mismo se encontraba al borde de la extinción? Este discurso se difundió a la par que se producía un fuerte proceso de aislamiento de la clase trabajadora y de sus luchas, colaborando conscientemente o no, en dicho aislamiento. No obstante, la tendencia a la masificación y asalarización de vastos sectores de trabajadores intelectuales, su creciente organización sindical y la adopción de la huelga como forma de lucha, muestran hasta qué punto sigue vigente la tesis de la proletarización como explicación de estos fenómenos.

– La situación de los docentes, ¿cambiará en un futuro cercano?
– Nuevamente aquí es importante señalar la diferencia entre los movimientos orgánicos y de coyuntura. Los cambios más o menos inmediatos son difíciles de predecir. Pero, cualquiera que sean esos cambios, se encontrarán articulados con el movimiento orgánico de largo plazo, y dicho movimiento es la tendencia a la proletarización, puesto que dicho proceso es inherente al desarrollo del capitalismo mismo, el cual tendencialmente busca constantemente dominar las diferentes ramas de la producción.  Esto no quiere decir que esta tendencia no sea afectada por movimientos circunstanciales, por ejemplo, determinadas políticas estatales pueden acelerar o desacelerar el proceso de proletarización, lo mismo que el grado de resistencia de los propios trabajadores, pero la tendencia en el largo plazo, al menos mientras subsista el capitalismo como forma de organización social, será al desarrollo de este proceso

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