Quiero decir que, desde niño, mi relación con el dibujo fue espantosa. Siempre admiré a quienes podían expresarse a través del dibujo. Hoy en día, las aventuras de un tal Matías son seguidas por miles de personas deseosas de saber que va a hacer o decir. Se abre la puerta y nos atiende su “papá” Fernando Sendra.
– Fernando, ¿cómo surge tu relación con el dibujo?
– Mira, es una pregunta que la contestaría al revés. Normalmente a todos los chicos, cuando le das un lápiz, empieza a hacer garabatos y después, dejan de dibujar. Lo que yo hice fue mantener la relación con el dibujo. No la dejé. La relación de los chicos con el dibujo es casi natural. Habría que preguntarse porque dejan de dibujar.
– ¿Y el estilo?
– Cuando uno llega a tener un estilo ya no se da cuenta. Normalmente uno empieza mirando a los que admira tratando de ponerle «un poco de éste con un poco de aquél». Te gusta la línea de uno, el color de otro, la forma de plantar los personajes de un tercero. Empezas a hacer ensaladas con las diferentes compatibilidades a la vez que sentís cosas que faltan y se las empezas a agregar (al principio, con cuentagotas, timidamente). En algún momento, se genera una catarata expresiva en la que te soltás cada vez más y llega un momento en que se consolida esto como un estilo. Creo que hay muchas cosas que hacen al estilo y que no tienen que ver con circunstancias expresivas sino con casualidades. Por ejemplo, el medio que vos usas para dibujar. No se que hubiera sido Leonardo Da Vinci con computadora.
– A lo mejor hubiera tenido otro estilo.
– Exacto. Los medios son muy importantes. En mi caso, me encontré en una parte de mi carrera con algo tan obvio como inesperado, que fue la pluma. Hasta ese momento dibujaba con Rötring ya que creía que era más profesional…No se pero no me sentía cómodo. No sabía porqué. El día que encontré la pluma me di cuenta que encontré mi elemento. La pluma tiene cosas de velocidad de trazo, la pausa para mojar en el tintero que te lleva a replantear algunas cosas. La mancha inoportuna que te genera un pequeño revuelo en la página que te puede obligar a defender el dibujo o a tirar la hoja. Diferentes cosas que me resulta un elemento con el que me identifico mucho. Sin embargo, después salto a la computadora para manejar el tema de los colores. Me siento cómodo con la computadora para los colores.
– Es similar a lo que sería la lapicera que se acomoda a la mano…
– Si, si,. Creo que tiene muchas cosas en la que uno tiene al otro. Mi relación con el marcador…que es un elemento que a me gusta porque tiene velocidad pero cuando adquiere “personalidad” por el uso, se acabó y tenés que tirarlo. La pluma la mantenés. Le cambiás la puntita y sigue funcionando. Cuando deja de ser útil, no se terminó ya que siempre le queda un poquito de resto. Entonces la guardás como si fuera el retrato de un tío abuelo.
– ¿Qué leías cuando eras chico?
– Historietas. Era de una generación en la que la historieta era muy mal vista. Se la consideraba un género turbio. Diría «marginal» pero en el peor sentido. No de cultura marginal sino pertenecientes a los estratos marginales de la población, casi analfabeta que tenía que recurrir a los dibujitos para mantener el diálogo. Cuando las empecé a leer con cierta habilidad, digamos, tenía 6 o 7 años, y me interesaba la historieta “buena”. Me gustaba Oesterheld, Hugo Prat, Lino Palacio, Quino, Ferro, Divito. No lo digo por merito mío sino porque lo bueno trasciende la edad y las culturas. En ese sentido, la historieta es un género que permitió a muchos acceder a un tipo de cultura de una forma blanda.
– ¿Y tus influencias?
– Tengo influencias a nivel profesional y genético. Mi familia tiene un gran sentido del humor como mi padre. Mi abuelo, que era labrador, a la noche se sentaba con otros agricultores a que les cuente historias. Hay algo en la estructura de la personalidad. A nivel profesional están los que miraste con admiración. A algunos los vi con gusto porque la profesión todavía no tenía impacto sobre mi. Por ejemplo, Ferro que es un tipo que tuvo un gran impacto para que me gustara la historieta pero no con mirada profesional.
– ¿Alguno más?
– Quino me gustaba mucho. El primer dibujo que vi suyo fue en una Rico Tipo y me reí un montón. Lo empecé a buscar y me sentía contento de verlo porque pensaba que lo había descubierto. Con Quino me pasó que percibía que tenía un mecanismo de humor diferente al resto y me llevó a analizar donde estaba esa diferencia. Luego vino la gran renovación con la camada de Satiricón donde se me cayó un ropero encima de dibujantes nuevos como Fontanarrosa, Sanz, Crist. ¡Un montón! Ahí descubrí un mundo diferente. Me dio una especie de permiso a una apertura mental muy grande. «Ah, esto se puede hacer». Estudiaba dibujo y empecé a adaptar mi humor al humor gráfico.
– ¿Qué te decía tu familia con el tema del dibujo? ¿No te recomendaban que estudies una carrera «seria»?
– Estuve estudiando ingeniería durante tres años. Era la carrera que me servía pero en realidad no me servía. Estuve tres años dando materias en las que me iba bien o mal pero estaba tan seguro que no me iba a servir la carrera que ni me molestaba en que las firmaran cuando las aprobaba, de hacer la cola para que me firmen la libreta.
Intermedio: Es una persona cálida, de un tono tranquilo al hablar. En su estudio, hay tres posters, uno de Matías, uno de Marilyn Monroe y otro de los Beatles. El lugar destila la quietud y tranquilidad que necesita Sendra para trabajar.
– ¿Cómo concebiste a Matías?
– Matías fue un hecho casi inevitable. Vivía como dibujante y trabajaba en casa mientras criaba cuatro chicos porque mi esposa salía a trabajar. Así que la convivencia con los chicos (el mayor tenía nueve y la más chiquita un año y medio) me obligaba a negociar con ellos, a cuidarlos. Esto me generó una profunda identificación sobre todo, cuando el mayor empezó esa etapa en que los recuerdos son más conscientes. Empezaba a coleccionar figuritas, participar en los actos escolares. No era tanto la observación como la identificación al hacerme recordar hechos míos. El personaje apareció porque tenía una gran necesidad de expresar esos sentimientos.
– ¿Y el nombre?
– Mirá…se dio justamente por lo poco que me importaba. Le puse un nombre casual. Si uno tiene la idea que va a usar un personaje en forma continua, le busca un nombre inteligente. No se, algo. En mi caso, no pensé eso ya que apareció primero en la tira de otro personaje llamado Prudencio, como algo secundario. Cuando lo puse, no tenía nombre. Al quinto día de publicarse y para retirarlo de la tira, la madre lo llama para tomar la leche. Primero se me ocurrió “Carlitos” pero como así le decían a Menem, se daba una connotación que no quería. Entonces se lo cambié por el segundo nombre que se me vino a la cabeza que fue Matías porque mis dos hijos tenían amigos Matías. Había un Matías en casa o teníamos que ir a lo de Matías. Siempre había algún Matías dando vueltas.
– Hablando de Matías y su aparición en lo de Prudencio, me hace acordar un poco a lo que también ocurrió con Clemente y Bartolo.
– Si, si, claro. Son cosas que pasan. Creo que los personajes secundarios como Clemente y Matías tienen una gran ventaja. El autor, con esos personajes, es menos cuidadoso. Si las cosas salen mal, lo elimina y listo. Entonces «se juega más». Dice cosas más osadas a través de ese personaje. La gente lo percibe y le gusta mucho eso. Es como cuando un músico hace una zapada. Se permite cosas que no se permite en un tema convencional y eso la gente lo valora más que los otros temas que quizás ensayó con mas cuidado.
– ¿Pensaste en la trascendencia que iba a tener Matías? ¿Cómo te agarró todo esto?
– Estas cosas tienen una especie de…como decirlo…la trascendencia de un personaje de gráfica no es como el de uno de televisión. En televisión las cosas se dan de una manera explosiva. En gráfica, es una cosa más lenta donde el reconocido es el personaje y no el autor. Si saliésemos a la calle Matías y yo, a Matías lo conocen todos y a mi nadie. Esa preservación que tiene la imagen del autor hace que nosotros podamos tener un disfrute grande. Cuando las cosas salen bien nos da mucho gusto pero no tenemos esa molestia que tiene la gente que es famosa por si misma.
– Algo que siempre me llamó la atención es la relación con la mamá. Te lo habrán preguntado mucho…
– Siiiii
– ¿Es edípica? ¿De abandono? O tiene que ver con la relación con tu mamá…
– No pasa por ahí. El tema viene por lo que te decía antes de los chicos míos que a veces los tenia que retar. En el medio del reto, veía que se estaban poniendo mal. Entonces me retrotraía un poco y les ablandaba la pena aunque me daba cuenta que no podía ser esto. Es todo un diálogo interno que tengo conmigo mismo. La madre y Matías serían esas dos facetas mías dialogando conmigo mismo en que me pongo por un lado como adulto y por otro, como chico. De hecho a Matías lo tuve en el freezer un tiempo largo hasta que incluí a la madre. Cuando me dí cuenta que la madre era esencial para la tira. El equipo que hacen Matías con la madre hace que las cosas funcionen.
– Otro personaje que siempre me llamó la atención fue Etelvina…
– Son dos cuadros de humor.
– Si, si…¿cómo surgieron?
– Etelvina y Clotilde son dos viejas solteronas que mezclan sus deseos con su actitud pacata y a la vez con un arteriosclerosis que no les permite entender bien como viene la cosa. En ese sentido, tomé a dos tías mías. Aunque una de ellas era casada, siempre la conocí viuda y funcionaba en dupla con su hermana. Si bien no se llamaban Etelvina y Clotilde tenían unos nombres…Una era Ermenegilda y la otra era Gilda. Las tomé como imagen de mujeres serias y “abrochaditas” pero no como modelo.
– Los personajes son fácilmente reconocibles. ¿Los utilizás para editorializar?
– Tengo algunas cosas que tienen que ver con mi forma natural de ser. Allí está como me tomo mi trabajo que me resulta muy adecuado a mi forma de ser. Me permite decir las cosas pero no desde un escenario donde a lo mejor no tendría tiempo de pensarlo. Acá, en el escritorio, tengo tiempo de decirme, desdecirme, corregirlo, ajustarlo. Una vez que lo mastiqué un poco, recién lo puedo sacar. Hay muchos temas que tomo del diario que, por algún motivo, me llaman la atención. Me escandalizan, me enorgullecen o en todo caso, me dan ganas de hablar de ellos. Pueden ser los Pumas, las torres gemelas, etc. Hay hechos en los que me siento obligado a dar mi opinión.
– ¿Si?
– Si. Entonces es casi como que no puedo avanzar si no hablo de ello. Después lo publico o no lo publico pero si no hablo de eso es como que tengo una traba. A veces digo “tengo que hablar de este tema”. Lo escribo, lo dejo y hago otro. Puede ser que publico el segundo, recupero al primero o publico los dos.