Daniel “Pipi” Piazzolla: En el nombre del abuelo

Nieto del genial Astor Piazzolla, Daniel “Pipi” Piazzolla encabeza Escalandrum, su banda de jazz con la que editó su sexto disco “Piazzolla plays Piazzolla”. Invitados al “Tango Buenos Aires. Festival y Mundial”, “Pipi” Piazzolla recibe al Caleidoscopio en su casa y habla del tango, del jazz, del tango electrónico así como de su abuelo y sus detractores.

– ¿Cómo surge la chance de participar en “Tango Buenos Aires. Festival y Mundial”?

– Es la segunda vez que nos pasa. Tocamos antes en el 2009, con un espectáculo que se llamaba “Astor por Escalandrum”, con el proyecto recién arrancando, naciendo. Ahora, después de dos años, de lo que sucedió en el Gran Rex, la convocatoria que tuvimos y la buena recepción de la prensa, se les ocurrió volver a invitarnos ya para mostrar el mismo proyecto pero madurado. Nosotros no habíamos tenido la posibilidad de tocar en el Festival con un disco en la mano. Asi que ahora tenemos un disco que, por suerte, se agotó dos veces. Esto, para el jazz, es buenísimo. Son varias cosas que se sumaron como la experiencia, las buenas críticas y además, el disco que se está agotando todo el tiempo. Mandaron mil, la semana pasada y ya no hay más. Ahora mandaron a fabricar otros dos mil más.

– ¿Cómo fue hacer “Piazzolla plays Piazzolla”?

– Se dio de manera natural. Eso es lo bueno. No hago nada forzado. No estoy haciendo un homenaje porque quiera trabajar más, o algo por el estilo. Tengo mucho trabajo, gracias a Dios e hice un camino dentro de lo que hago. Es lo que siento. Pasó asi: Escalandrum tenía ya cinco discos, de música original en los cuales, la influencia mayoritaria, a nivel estilístico era el folklore. Nosotros somos de Capital y un día, en la playa, de vacaciones, me puse a pensar sobre todo esto. Si bien somos un grupo experimental, me gustaría que suene más a como somos nosotros…

– que sería…

– Más urbano, ciudadano y porteño. Se me ocurrió entonces, para empaparnos más en ese estilo, estudiar con detenimiento la música de mi abuelo ya que tengo acceso a las partituras. Entonces, puertas adentro, empezamos a tocar y viste como es esto…Si querés estudiar un estilo, tenés que ir a la raíz. Hicimos eso y la verdad es que quedamos muy impresionados con que el grupo seguía manteniendo su sonido. La música de mi abuelo era respetada y habíamos encontrado lugares para la improvisación que no afectaban el producto en general. Además, nos producía mucha emoción, al punto de terminar un tema y festejar.

-¡Qué lindo!

-La obra de mi abuelo es sublime. Fue así que se dio todo. También nos dimos cuenta que no hay homenaje a mi abuelo sin bandoneón y sin violín. Además, para mi abuelo –algo que siempre supe- el jazz, el tango y la música clásica fueron muy importantes para su estilo. Había vivido en Nueva York y zapateaba americano. Le gustaba el jazz, jugaba al béisbol, traficaba whisky en la época de la ley seca porque había mucha pobreza. Creo que faltaba un poco más de homenaje a mi abuelo desde adentro del jazz.

– ¿Y los arreglos de los temas?

– Ahí tiene una gran importancia Nicolás Guerschberg que maneja los dos estilos a la perfección y yo tenía muchas ideas. Por ejemplo, “Libertango” fue una idea mía así como la apertura de solos de “Vayamos al diablo”. Se charla mucho en el grupo y todo se va dando. Lo más complicado de hacer de este proyecto fue que la música de mi abuelo, tocada con saxo, puede quedar de mal gusto. Medio grasa o dura. Trabajamos mucho en cambiar las articulaciones. Lo que en el bandoneón suena más duro, lo hacemos con el saxo como si fuera un cantor.

– Muchas veces se habla de incorporar el tango a las escuelas. ¿Puede hacerse esto con una música que a todos nos agarra más de grande?

– Tendrían que estar el tango y el folklore en las escuelas. En Estados Unidos, a los diez o doce años, las escuelas ya tienen una big band que toca temas de Count Basey, Duke Ellington y todos saben quienes son. Debería haber una materia que sea «Tango y folklore». Mostrar lo lindo de eso y no tanto la madre, el farolito y “estoy triste”, con todo el bajón que tiene. No porque sea feo sino enseñar cosas del estilo, como se fue desarrollando, las controversias del mundo del tango, cuales son las zonas donde más se toca, donde nació, lo que significa el barrio. Me parece muy bueno que se pueda dar esta iniciativa. Como nieto de Astor Piazzolla, también te digo que es como decís vos. Hasta que no me puse grande, no entendí nada. En la escuela, lo único que se cantaba era “Rasguña las piedras” y nada más.

– ¿Qué opinás del tango electrónico?

– No me gusta. Creo que es un producto para comercializar, que está hecho para bailar y ser rentable. No le veo una profundidad musical. Lo que me pasa es que recuerdo lo que le hicieron a mi abuelo. Lo combatieron muchísimo pero hizo una música muy linda por la cual nos reconocen en todas partes del mundo; del tango electrónico, nadie dice nada. ¿Dónde están los que puteaban a mi abuelo y ahora no dicen nada? Yo no puteo al tango electrónico. Me parece respetable pero lo único que sé -y todos somos conscientes de esto- es un negocio. Fijate que los grandes músicos no están en esa. Nací con la idea que cada uno es libre de hacer lo que quiera pero bueno, esa gente que combatía a mi abuelo, ¿donde está ahora con el tema del tango electrónico, que suena en todos lados? También le dicen “tango”…

– Eso es lo que más molesta.

– A mi, personalmente, no pero los que se quejan, ¿donde están?

Intermedio: Daniel “Pipi” Piazzolla nos recibe en su casa con amplia sonrisa. Una pareja de gatitos viene al encuentro de este cronista mientras charla con Pipi previo a la nota. Platillos, CD’s y revistas varias son postales de la casa. La sesión de fotos tiene como testigos a Mora y Lorenzo, los hijos de Pipi. Escucharlo relatar la forma en que desarrolló su carrera es enriquecedor. Más aún cuando recuerda a su abuelo.

– ¿Por qué la batería?

– Se dio de manera natural, como todo en mi vida. Empecé tocando piano clásico cuando era chico porque mi abuela me regaló un organito naranja. Vi una propaganda en la tele y la saqué en el pianito. Después vi otra y lo mismo. Se lo digo a mi papá y me voy a estudiar piano pero me aburrí. Estudié con una maestra que era muy buena pero muy estricta, como el régimen clásico en el que no quieren que se cambie nada. En la adolescencia, iba mucho a ver a River y me enganché con el tema de las hinchadas. Los bombos, platillos y redoblantes. Cuando iba a la escuela, hacíamos eso de la hinchada. Era el que tenía más idea de cómo armar la cosa hasta que un día vi un solo de batería y me di cuenta que estaban todos los elementos en un solo instrumento. Me volví loco y ahí empecé.

– ¿De quien era el solo?

– Carmine Appice. Primero flashée con lo de Carmine Appice y después mucho Guns n Roses. Todo el día con Steven Adler y Matt Sorum. Después me gustaba mucho Greg Bissonette, que tocó con David Lee Roth y era un tipo que tocaba rock pero ya tenía algo más. Manejaba otros estilos también. Tal vez no escuchaba el rock clásico sino el rock que escuchábamos con mis amigos en los 80. Otro era Stewart Copeland pero después empecé a escuchar más funk y a Miles Davis con Tony Williams. A ellos dos los escuché a los 17 años, en un disco que se llama “Four & More” que me voló la cabeza. Todavía lo escucho prácticamente a diario. Creo que nunca hubo un combo que haya sonado asi hasta hoy en día…

– Contundente…

– Era todo a nivel músical. El audio que se escucha…Tocaban con cuatro micrófonos y escuchas todo perfecto. Una cosa maravillosa. Estaba Wayne Shorter –un genio-, Hancock –otro genio-, Tony Williams en batería y Ron Carter. ¡Todos con Miles! Está todo dicho entonces! La verdad es que ese grupo, por suerte, duró muchos años. Hay gente que dice que, en el jazz, cuando te mantenés muchos años con un grupo es como si fuera una banda de rock. Pero estos monos llevaron una música de otro planeta y estuvieron muchos años juntos. También es lo mismo como el Dave Holland Quintet que estuvieron muchos años y llegaron a una gran evolución. Ahora Holland tiene otra formación pero esa, que era siempre la misma, era impresionante como iba evolucionando constantemente.

– ¿El tango y el jazz no son, en un punto, un tanto ghetificadores?

– En una época lo fueron pero ahora no. El único problema que le veo al tango es que se siguen tocando los mismos clásicos de siempre. El día que se empiece a hacer música nueva de nuevo –que ahora se está haciendo-  y que haya cuarenta lugares para ver esa música -ya que estamos en la ciudad del Tango-, se va a acercar otra gente. No solo turistas sino músicos jóvenes.

Lo que pasa con el jazz es que hace diez o quince años, se empezó a componer en jazz y se hace de una manera distinta. Acá, el jazz tomó carácter nacional. La gente se siente identificada y va a ver jazz. Dejó de pertenecer a una elite. Se me acerca gente que me dice “Uh, me acerqué a ver y la verdad, no pensé que era esto”. Ves gente joven, grande, de todas las edades y extractos sociales. Ahí también radica un poco el éxito del estilo. Cada vez hay más adeptos y lo fundamental es que ahora hay un jazz argentino que permitió que la gente se acerque, sin tener tanto miedo.

– ¡Es cierto eso del miedo! Mucha gente lo ve como esa cosa seria. “Oh, el jazz”. ¿Vos lo vivis eso?

– No pero cuando empecé a escuchar si. Me parecía como que están los músicos más completos, que tenías que estudiar diez años para manejar un poco todo. Pero imaginate la música clásica que es peor todavía! (risas). Pero el jazz es música popular. Tenés la posibilidad de expresarte, de improvisar y lo bueno es que abre la puerta a todos los estilos. No es un estilo cerrado. No hay reglas… Bueno, si, la de tocar bien pero no es cerrado. Si querés tocar un tema cantado o con ritmo de tango, nadie te va a decir nada. No va a venir un productor a decirte algo como si pasa con el rock.

– ¿Te pasó, retomando lo que decías de los detractores de tu abuelo, de alguien que te haya dicho “Tu abuelo no hacía tango” o cosas por el estilo?

– Si, me pasó una vez que tomé un taxi. El tachero estaba escuchando la 2×4 y de repente, pasaron a mi abuelo. Empezó a las puteadas y lo cambió. Me cagué a puteadas con el tipo y me bajé del taxi y todo! Pero bueno, era más joven yo y yo que se. Hoy me cagaría de risa.

– ¿Pero seguís escuchando algún comentario de esa índole?

– Ya no, pero lo que si escucho es gente que se acerca y me dice que el padre odia a mi abuelo. Eso si, me pasa mucho.

– ¿Pudiste leer la biografía que hizo Diego Fischerman de tu abuelo?

– La leyó mi viejo y la verdad que no se que le pareció. Tengo buena onda con Fischerman pero se que es controversial el libro. Entonces prefiero dejarlo ahí. No quiero meterme a hurgar en terrenos escabrosos. Sé quien fue mi abuelo, que estudiaba quince horas por día, que se levantaba a las cuatro de la mañana a componer. Era un tipo muy confrontador y no hacía nada planeado por un objetivo final y tampoco plagiaba. De última, si lo hacía, lo hacía a si mismo, lo que es algo natural en los compositores y mi abuelo hizo como tres mil temas…

– ¿Cuál fue la parte de la obra de tu abuelo que más te influyó?

– Mucho de la etapa de los 60. Temas como “Vayamos al diablo”, que son rarísimos, “Fuga 9”. También hay cosas de los 80. Ahora estamos haciendo “Milonga para tres”. Más que nada, lo que tenía ganas de hacer eran temas donde no haya batería salvo “Vayamos al diablo” –que tiene como un platillito por ahí- y “Fuga 9”. La verdad es que quería explorar eso. Me encanta cuando me invitan a tocar en un Quinteto clásico como el de mi abuelo y me hacen poner bata. Es genial. Lo hice con el Sexteto Mayor un par de meses atrás y ahora lo hago con Ute Lemper, con quien estamos de gira.

– ¿Hubo alguna chance de que no fueras músico?

– Cuando dejé el piano y hasta que no apareció la batería, yo jugaba al rugby y esa era mi pasión. Fui capitán del equipo y todo pero tampoco del rugby se podía vivir. Fui cajero de un restaurant por cinco años para pagarme las clases de batería. La música, por algún lado, me hubiese atrapado.

– Recién vino tu hija Mora. ¿También la ves para que siga la tradición familiar?

– Si, pero ella está más inclinada a la pintura. Tiene cinco años y ya dice que va a ser pintora. Hace entre 40 y 50 dibujos por día, en un solo trazo. Todo muy rápido. Al que lo veo con posibilidades es a Lorenzo que, con un año y medio, agarra el saxo como un saxofonista. Se sienta en la bata y toca cosas bastante coherentes. Me ve practicar y se pone a practicar al lado mio y cuando se sienta al piano, toca con los dedos, no le pega. Asi que veremos….

– Si por esta puerta, entrase el Daniel Piazzolla que tenía su primera batería, ¿qué le dirías?

– Uh!! Le diría que haga lo que él hizo y lo que iba hacer ya estuvo todo muy bueno.

– ¿Algún consejo? ¿Recomendación?

– No, ninguno. Que le de cómo le dí yo y ¡más duro también! (risas)

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