Es uno de los últimos cantautores de nuestro rock nacional. Luchador incansable de la palabra y la música, sacó un libro -“¡Qué circo! Memoria y presente de medio siglo del rock argentino”- y un disco -“Cantilenas”-. Miguel Cantilo reflexiona sobre sus últimas creaciones y da su parecer sobre el rock argentino, la cocaína, la difusión y recuerda a Luis Alberto Spinetta.
Nota realizada junto con Matias Recis
-Miguel, ¿cómo fue el proceso de “¿Que circo”, tu último libro? Sé que es una primera parte de textos de recopilación de Reinoso, que tu hijo te acercó el material…
– Es todo ficción porque Reinoso no existe. Algunos personajes son tomados de la realidad, en parte pero se arman. Reinoso es una suma de cosas que me pasaron a mi o a colegas mios que estuvieron relacionados con el periodismo. Es un personaje surgido a partir de la unión entre el rock y el periodismo. Una unión que se da igual que en la música, por vocación, porque los tipos sienten el periodismo especializado en rock, identificados con la música y los músicos. Otras veces, es puramente comercial. Esto es lo que canaliza el personaje, como se trataba de insertar en el ambiente del rock y lo rechazaban porque era demasiado purista y amante de la música. Son cosas que, en algún momento, me pasaron a mi o le pasaron a colegas. A partir de eso, hay un personaje de Reinoso que se imagina algo que me entrega la primera parte del libro. Eso es porque yo no presencié muchas de las cosas que ocurrieron entre el 75 y el 80 porque no estaba en el país. Me hice informar por colegas y amigos, metiendo esa información como si me la trajeran en el año 81 el hijo de un personaje que se dedicó a juntar todo ese material. A partir del 81, son todos testimonios personales
– En el libro que rescatás a personajes singulares, que estaban en la periferia del rock, como el Gordo Pier, Botafogo, Maria Gabriela Epumer. Referentes artísticos del rock pero a los que no se les da la importancia que merecen.
– Es muy difícil darle importancia a todos los que han participado de este movimiento. Imagínate que hay medio siglo intenso de rock nacional. Yo rescato a algunos que, a mi modo de ver, no han sido merecidamente reconocidos como el Gordo Pier, Horacio Martínez o Silvina Garré. Ella tiene un aporte muy importante que está ahí, con canciones muy bien compuestas y escritas. El rock es una música que tiene la característica de venir por olas y una ola va tapando a las otras. Sin embargo, lo que está bien hecho, perdura. Seguimos escuchando a Led Zeppelin, Pink Floyd, grupos que no han podido ser superados. En el rock argentino pasa lo mismo, con olas que vinieron y dejaron cosas que no han podido ser superadas queriendo uno sacarlas a la luz.
– ¿El público puede condicionar la creatividad del artista?
– Si. Igual eso depende de cada artista. Eric Clapton decía que hasta un escenario de dos mil personas, lo puede manejar el artista pero con más gente, ya lo maneja el público. Esto dicho como pensando que todo el espectáculo está pensado para cubrir las expectativas de una gran mayoría. No puede hacer lo que quiere el músico. Está frente a dos mil personas y tiene que cumplir con la exigencia de ese público. Ahora, lo que pasa en el momento creativo, cuando se compone, es otra cosa. Ahí hay otro tipo de presión que puede ejercer y que ejerce un grupo que ha llegado a determinado grado de popularidad y lo tiene que mantener y no puede irse de determinada expectativa que tiene el público. Eso pasa y tira abajo a muchos grupos. Hubo grupos que han evolucionado, logrado una popularidad y por no poder evolucionar de ahí y mantener ese status, han ido repitiéndose sin buscar el progreso en la parte creativa. Mantienen una popularidad, pero se caen auditivamente. Uno se da cuenta que no tienen nada nuevo que ofrecer, sino que están manteniendo el éxito.
-Se da también que el grupo quiera progresar y el público no lo deje…
– Si, esa es una lucha que la han tenido todos los artistas. Me acuerdo cuando Spinetta la tuvo al principio, al dejar Almendra y empezar con su carrera solista, antes de Pescado. La gente quería que volviera a cantar las canciones de Almendra y él estaba en otra cosa totalmente distinta. Me acuerdo que leí en una revista que decía que “la evolución del artista no va por el mismo carril que la evolución del público”. Uno va por un lado y el público por el otro y eso produce un alejamiento en el que la gente dice “no me gusta más”. Ahí está en juego la libertad creativa del artista.
-Sin olvidar la famosa frase “se vendió”, ¿no?
– Claro! Esto se ve mucho pero no solo en los grupos de aca sino en todo el mundo. Cuando se llega a un nivel, hay que ingeniárselas para no perder el nivel de popularidad y poder ofrecer algo nuevo también. Esto es muy complicado sobre todo cuando a uno le gusta las ventajas que le brinda la popularidad. Ganar mucho dinero, tener buenos equipos, hacer buenos espectáculos. Este es un privilegio que mucha gente no quiere soltar a cambio de perder público o popularidad, pero hacer lo que realmente quiere.
-¿Que pensás de los músicos masivos que tienen esta cintura y el público lo seguiría considerando como un “artista”?
– Es muy complicado y es para analizarlo detenidamente. No soy muy “analizador” de esta cuestión. Hay grupos como Divididos que llevan muy bien el tema de la popularidad. No le importa tocar en La Trastienda o en un estadio. Son coherentes con lo que hacen desde hace muchos años y la hacen muy bien. Ahí habría que analizar cada grupo, pero es una cosa personal y un juicio de valor muy subjetivo.
-Justamente, lo mencionás a Mollo como uno de los mejores cantores de habla hispana…
– Si, sin duda, además de ser un excelente guitarrista. Ese ensamble que tiene con Arnedo es una cosa muy sólida, estilo Lennon-Mc Cartney. Un bloque que puede cambiar a sucesivos bateristas que no se resiente. Yo siempre digo que las opiniones que emito pueden estar equivocadas o no pero que son comprobables cuando uno analiza la obra de un artista. La obra está ahí. Va, pone internet, un CD o va a una disquería. Está ahí. No es que uno habla en abstracto. Lo mismo que Spinetta. Su obra está ahí. No hay nada que uno diga que agregue o que quite. Con solo analizar la obra de un artista se puede corroborar o rectificar lo que uno dice.
– ¿Cómo surge “Cantilenas”, tu último disco?
– Hace tres años que venimos trabajando en este álbum porque es un experimento que queríamos hacer un álbum semiacustico, con muchos músicos que intervinieran pero que esa fuera la médula. Canciones hechas en guitarra acústica y que no perdiera la parte cantautoral y poética. Lo que en España se llama “canción de autor”, que acá está bastante devaluado todo eso. Hubo una época aca muy fuerte de canciones de autor, hasta la trova rosarina. Después, en los 90, empezó a entrar otro tipo de música y se fue devaluando el culto a la canción de autor. Esto, rescata un poco eso como también estoy escuchando que hay nuevos autores, nuevos cantantes que están rescatando ese perfil de la música que es tan importante y que viene de nuestra herencia del tango y del folklore. Esto se cortó un poco con la invasión tecnológica de la imagen y el video y los grupos fueron tomando más importancia. En mi caso, trato de volver a la canción autoral, con la presencia de un grupo que no desvirtúe el trabajo de la letra y la música. Eso nos tomó unos tres años con el productor, que es uno de mis hijos que fue elaborando arreglos que no desvirtuaran la canción. Nos tomó tiempo, encontramos un estudio en el que pudiéramos trabajar relajados y bien. Quedamos muy contentos con el sonido logrado. Es un sonido que tiene que ver con los discos anteriores y, al mismo tiempo, es el soporte ideal para el tipo de música que hago. No es una música de “banda” pero hay instrumentistas muy buenos pero que aquí trabajan en función de la canción.
– ¿Cómo fue agarrar letras de hace muchos años y ponerles música y viceversa?
– Casi no tuve que retocar mucho las letras. En alguna frase que quedaba medio desfasada o que la había escrito cuando era muy joven y con cierta dosis de ingenuidad. Traté de respetar los textos originales lo más posible y, salvo en un caso en el que tomé la música que es “Uno en la ciudad”, ahí le cambié toda la letra poniéndole las cosas que tengo ahora en la cabeza. El disco tiene la mitad de temas escrito, en un 80 % en música original, adaptados en sonido y armonía, a lo de hoy. La idea era confrontar un poco el como se escribía canciones hace cuarenta años y como se hace hoy y darse cuenta como el tiempo no gravita tanto hoy como uno piensa. Por eso, escuchamos grupos como los Kinks. Soy fanático de los Kinks y me parece que todos los deberían escuchar. De ahí también salen tipos como Tom Petty y muchos otros. La música no tiene tiempo.
-“Cantilenas” y “Consciencia” serían los dos lados de los últimos años tuyos como artista?
– Si. “Consciencia” tiene una apertura que tiene que ver con lo instrumental. Es más rockero y local. Con “Cantilenas” empecé a viajar por Centroamérica y España y me di cuenta que quería hacer un disco que pudiera recibir la gente de estos países y no tan localizado. En “Consciencia” hay canciones como “La política” o “Consciencia” que son muy argentinas, por la realidad que se vivía acá. Iba allá y me daba cuenta que a la gente le gustaba, pero había un desfasaje entre lo que ellos vivían y lo que yo cantaba. Entonces, me propuse hacer un disco más accesible a lo que sería España y también Latinoamérica. Manejan otros modismos y nosotros, con nuestro idioma “argentino”, lo manejamos de manera muy propia y estaría interesante abrirlo, como hacíamos al principio del rock. Ahí se escribía canciones como las de Nebbia o Spinetta mismo, no tan acriolladas o tangueras. Eran más entendibles para el promedio de español que se habla en todo el continente. Hay una canción no tan centrada en la realidad argentina. Por eso no hay canciones críticas ni de protesta. Quería sacarme de encima el exceso de “argentinidad” que tenían algunos de mis últimos discos. De cualquier manera, era una opción para este disco que calculo que no va a ser el estilo que voy a mantener.
-Además, tenés canciones de amor, de cierto “erotismo” inclusive…
– Si. Sigo pensando que la parte más importante de la pareja –más allá de lo que es el casamiento, el noviazgo y demás estados-, el meollo de la cuestión es el erotismo. La libido, la relación entre el hombre y la mujer o entre personas del mismo sexo. La relación sostenida por el erotismo. Quise ponerlo de relieve con el estilo de canción como el que escribí “Catalina” o un estilo un poco más parecido a la época de Punch, de canciones sencillas, con estribillos. Es el tema más reiterativo del disco y el momento erótico de la pareja.
-¿Cómo está visto hoy en día, el rock argentino en España?
– Están considerados con mucho respeto. Le escuché decir a Pedro Guerra que ni el más alto de los rockeros clásicos españoles –como Miguel Rios-, no le llegaba a la suela de los zapatos a Charly García. Eso lo dicen los mismos españoles. Saben que los rockeros argentinos tienen una ventaja enorme de desarrollo y respetan lo que se hace aca. Hay un ida y vuelta permanente. Músicos como Kevin Johansen, la Bersuit, que van mucho y la gente consume el rock argentino. Esto no quita que haya una dificultad para que haya un intercambio más fluido. Ir a tocar allá es tan difícil como que vengan a tocar acá, grupos que no son los más famosos. No está todavía la fluidez que debería haber, pero hay músicas que se consumen mucho acá como el flamenco y su fusión con otros estilos. Gusta mucho la fusión con el folklore. Me tocó conocer allá músicos argentinos que no conocía acá, como Carlos Aguirre. Es un submundo de intercambios, que no es lo más conocido, pero hay un respeto mutuo.
-En el libro decís que los jóvenes se acercaban más al tango, al jazz y al folklore que al rock. ¿Por qué ocurre esto?
– A causa de que el rock, en estado más puro, se inclinó más hacia lo comercial. El que quiera desarrollarse como músico, tiene que ir hacia el jazz, el folklore o la fusión. El rock lo detiene en su desarrollo como instrumentista, como creador o como arreglador. Está acotado por ese techo de comercialidad que obliga que un grupo de rock sea masivo, llene estadios y venda muchos discos. Eso lo limita mucho a nivel creativo. Los buenos músicos que quieren hacer cosas serias van a parar a otros géneros.
– ¿Se volvió conservador el rock en ese sentido?
– Si, desgraciadamente conservador en lo que serían “moldes”. Se queda enganchado en moldes que ni siquiera es un molde renovador, que vuelve a imitar a bandas como los Rolling Stones, cosas muy antiguas. Hay grupos como los Ratones Paranoicos que es una excelente banda, que suena muy bien, pero propone una versión de los Rolling Stones pero local. Entonces muchos imitan a los Ratones y no a los Rolling Stones, causando un efecto dominó. Se queda todo en un mirarse el ombligo donde no hay ningún aporte nuevo o revolucionario que fue siempre lo que aportó el rock, como una vanguardia que puede sorprender. Ahora no hay nada que sorprenda.
-También digamos que se hace un recorte de los Rolling Stones porque los Stones no hacían solamente eso. Tenían una amplitud y tampoco se rescata eso más que un par de riffs y eso…
– Es como esos que se ponen el flequillo y tocan una parte de los Beatles pero tocan solo una parte encima. No tocan la obra completa sino lo que pueden tocar, nada más. Esto es lo que en el libro llamo “covers encubiertos”. Son firmados por autores, aunque son covers en tanto imitaciones de otros grupos. No están haciendo nada nuevo sino reciclando y reformulando lo que otros grupos ya hicieron. La diferencia es que es en español.
-Hoy por hoy, el tema de la difusión de los artistas se está dando como se debería dar o los medios siguen repitiendo y repitiendo lo mismo….
– Los medios radiales y televisivos repiten lo que está dentro de su negocio como los convenios con las grabadoras. Por eso está todo muy acotado y muy negociado. Ahora surgió internet para cubrir ese aspecto abandonado por las radios y hoy día el navegador de internet puede meterse a consumir cualquier tipo de música, bajarla, ver videos en You Tube. Hay un mundo aparte que favorece la difusión, pero hay que ir a buscar al “grupo nuevo”. No es como antes que prendías la radio y escuchabas lo novedoso que salía; ahora tenés que rastrearlo o si hay un concierto, ver donde toca tu banda porque no hay un lugar donde haya una promoción clara de donde toque tal grupo. Hay un desafío para quien le guste tal música, vaya y la busque. La difusión está dada en que hay tanta oferta que uno tiene que ir detrás de lo que le busca. Ya no le llega como antes que había pocos grupos y uno compraba una revista, como la Pelo. Hoy es más amplio.
-En ese aspecto de proponer otras variantes, está lo que realiza la UMI con Diego Boris y Cristian Aldana. ¿Cómo es el vínculo con ellos?
– A Diego hace muchos años que lo conozco. Me parece muy respetable lo que hizo la UMI y desde un principio traté de unirme a ellos o editar a través de ellos. Es uno de los desafíos más grandes que hicieron los músicos uniéndose y creando una alternativa frente a la hegemonía de las multinacionales, que terminaron devorándose a si mismos porque terminaron con cuatro o cinco figuras sin poder sacar grupos nuevos. Hay muchas que quiebran o fusiones entre las discográficas porque el negocio no funciona más. Alternativamente apareció la autoproducción y dentro de esta, que ya venía trabajando Lito Nebbia, Lito Vitale, aparece la UMI que es como que engloba una cantidad de grupos que quiere autoproducirse, les da mejores condiciones. Asi como participe yo, participó La Renga. No es algo sectario y ahora brindan circuitos de difusión, para que grabar. Va creciendo todo.
– Cuando hablás de los 90, en el libro, te referís a la irrupción de la cocaína en la sociedad argentina y en el rock. ¿Hubo una especie de nihilismo de los 90 para acá? Botafogo habla de los grupos de rock chabón y eso…
– Si. Es una inflexión no solo a nivel de grupos sino con el menemismo. Era todo un estilo y el rock cayó en esa bolsa así como cayó en la época de los militares. Decayó mucho su propuesta, sus espacios y lo fundamental del tema de la cocaína es que estamos cerca de los principales países productores de cocaína del mundo. Eso hace inevitable que haya una circulación de cocaína por nuestro país, ya sea como país de paso o como país consumidor. Esto gravita mucho en la creación y en la música, analizo que hizo estragos, los cuales están a la vista. Surge a la superficie el problema que genera la cocaína a los músicos, lo cual influyó en la creación, el tipo de música y los accidentes –hasta las muertes- de algunos músicos.
-Del 2003 hacia ahora, hubo un gran acercamiento de los grupos a la política. ¿Cómo viste este acercamiento?
– Siempre es más interesante que hay una inquietud por parte de los músicos antes de la indiferencia que había antes, o el descrédito. La inquietud por la política lleva a la inquietud por lo humanista, lo social. Hay cosas que se tocan que no necesariamente es militancia o partidismo sino inquietud por el equilibrio social. Está bueno que los músicos vuelvan a inquietarse por la política y que sepan que es un ingrediente que está en juego, que no se puede descartar. Si sos partidario u opositor al Gobierno está bueno que lo expreses a través de tu música. Es sano y por algo pasa también en el rock inglés. Por ejemplo, en The Wall, la obra de Pink Floyd, nombran lo ocurrido en Malvinas y a Margaret Thatcher.
-Hay músicos como Horacio Fontova, que se decían más cercanos al anarquismo, con la llegada de Néstor y Cristina, es lo más cercano a una idea de izquierda. ¿Ves que pasó eso? ¿Qué ahí surge cierta identificación?
– Si. Hay un grupo de músicos llamado “Músicos con Cristina”. Eso también tiene que ver con la búsqueda de un espacio. La música no tiene un eco en la sociedad, de repente, se le aparece este tipo de gobiernos, más abiertos, y se da la posibilidad de ocupar espacios. Entonces hay músicos reconocidos que apoyan al Gobierno, pero creo que también sería sano que hay otras vertientes que también se expresaran, dentro del rock, en desacuerdo o lo que fuese pero que haya el mismo debate que hay en la política, en la calle, también se vea reflejado en la música.
– ¿Por qué la elección de Sergio Marchi en el prólogo del libro?
– Porque es un escritor de rock. Un obrero de la literatura del rock. Un tipo que se sienta en la máquina y escribe y escribe…No hay muchos que se dediquen a eso, a darle al rock un aspecto literario. Escribir libros sobre rock y más sistemáticamente como Sergio. Me pareció que era la pluma ideal para abrir un libro como este, con todo el respeto que le debo. Aparte, cuando comencé a escribir me di cuenta de las horas que te consume escribir, sentarte, armar un libro. Por eso me produce un gran respeto que un tipo lo haga como una tarea continua dentro del rock. Por eso lo consideraba como la persona ideal para prologar el libro.
-En La Perla, hiciste una versión de “Yo vivo en una ciudad” un tanto aggiornada…
– Si, y la vamos a repetir en la presentación del disco nuevo. Es una canción que surge de esto que está pasando ahora. No vivo acá, pero vengo mucho a Buenos Aires porque mi casa está a 30 kms para afuera por lo que siempre estoy viniendo. Hago cosas en la capital y me doy cuenta de lo que ha cambiado respecto del Buenos Aires que era de cuando yo crecí. El Buenos Aires de los años 50 y 60, principalmente 60, con mi adolescencia. Como cambió y se transformó en una ciudad. Ahora estamos en un barrio; si vas al centro, encontrás una contaminación auditiva, una desorganización del tránsito y una forma de vida muy salvaje. Todos compiten contra todos, lidiando contra una adversidad permanente. Es una ciudad muy difícil en relación a otras que conozco y recorro como Madrid, el DF. Me intranquiliza el hecho de haber vivido tanto tiempo en una ciudad y no darme cuenta que se ha transformado en algo muy hostil. He querido cantar eso en una canción y la gente la recibe con mucho placer. Sin embargo, hay una realidad diferente que debería cambiarse.
-Hace poco, hablamos con Daniel Melero y recordábamos como lo trató el público en B.A.Rock y La Falda…
– Uh…si. Me pasó lo mismo en La Falda y en Prima Rock. Muchas veces, los grupos que proponían algo diferente eran castigados por los tradicionalistas. Melero estaba con Los Encargados y Virus también fue bastante maltratado. La intolerancia ya venía de la época de la Dictadura, con mucha represión. La gente iba a los recitales y sentía que podía expresar cosas que antes no podía. Había un descontrol total en las reacciones. Igual, creo que es bueno para un artista, de vez en cuando, recibir una paliza de parte del público porque te despierta y te obliga a estar más firme en lo que querés hacer. Además, era una época punk, con mucho ida y vuelta con el escenario. Había visto los shows punks en Europa con el público escupiendo al artista y el artista devolviendo las escupidas. Pensaba que era la versión local del punk con gente tirando naranjas y el artista esquivando los naranjazos. No lo recuerdo como algo triste y me imagino que aún hoy debe ocurrir, con un público intolerante que no ven lo que tienen ellos. Por eso un poco se terminaron esos festivales que traían muchos artistas diferentes para compartir el escenario.
– ¿Crees que con esta propagación de festivales (sponsoreados o no) como Cosquín rock, ha generado una apertura distinta del público hacia otras propuestas?
– Si. No puedo decir mucho porque nunca estuve en un Cosquín pero pienso que es uno de los pocos festivales que mezclan cosas diferentes asi como artistas de distintas épocas. No sé cómo son los resultados, pero están bajo la vara de que sean grupos muy convocantes, que garanticen un nivel de popularidad y muy seguros para el rédito económico del espectáculo. Tampoco es como en B.A.Rock que había grupos que nadie conocía pero que tocaban bien y por algo estaban ahí, por sus méritos artísticos, que no pasaban por el convenio con la grabadora y el sponsor. En festivales como Cosquín Rock hay una tendencia a recuperar esa pluralidad, pero muy regulada por la popularidad o lo taquillero que sea el grupo que va. No se admite que haya grupos con poco poder de convocatoria. Esto es un hecho comercial que no tiene que ver con lo artístico.
– En el libro, haces una alusión medio ambivalente a lo que es el productor, el manager y el trabajo de cada uno de ellos.
– Este es un país que no ha producido una buena cantidad de managers y muchos productores se han metido a producir por una atracción por el negocio del rock, pero sin ningún tipo de conocimiento. Muchos productores son hombres de negocios que se meten en el rock por un afán puramente comercial y no tienen la menor idea del show business. Les gusta el rock, tienen un dinero y se ponen a producir. Esto que pasa ahora es análogo a lo que ha venido pasando de principios del rock, que eran tipos que venían de otros negocios –fracasados de otros negocios-, que ponían la plata en el rock en alquilar estadios para conciertos o lo que sea. El único que hizo una carrera continua fue Grinbank que empezó siendo manager de una banda y llegó a niveles de producción muy alto a nivel internacional. Era toda una visión comercial sin un acompañamiento de lo que hacían los artistas. Si podían evolucionar o no en su música. Por eso estaban un tiempo con un artista y si les iba mal, lo descartaban y se metían con otro. Los artistas no podían evolucionar con su proyecto porque el productor solamente buscaba el momento en que el artista le podía generar dinero. Pasado ese momento, lo abandonaba y buscaba a otro. Eso es un negocio que, como muchas otras actividades de la producción, influyó en que el rock no se haya desarrollado como si pasó en otros países. No se pudo internacionalizar. A pesar de que es muy apreciado en Latinoamerica, no hay un circuito de actuaciones para los grupos de acá porque el nivel de producción está tratado muy a corto plazo. Sacar al grupo y que de réditos. Al momento que deja de dar dividendos, se lo abandona y se busca otro. Este es el criterio en que ha actuado la producción haciendo que, a mi modo de ver, el movimiento de rock –que ha tenido momentos de expansión-, se vuelva a enquistar aquí, sin que haya una salida de grupos. Estamos medio encerrados y es por el tipo de manejo que le dan los productores al negocio del rock.
-Algo así sucede con los sellos discográficos que cajonean el material de muchos artistas o no permiten reditar los discos de algunos artistas. A Porchetto le pasa esto, al tener una puja constante con su discográfica que no le permite comprar las cintas ni reditar sus discos.
– Si, esa es una de las ramificaciones de la torpeza con que fue manejada la producción. En ese material que está lo de Porchetto, hay cosas mías de la época de Punch, de Nito Mestre, de Charly y de León que han quedado atrapadas porque una grabadora que nucleaba a todo el rock nacional quebró y esa quiebra fue manipulada fraudulentamente, quedando al final en una prohibición emitida por un juez de que se edite todo ese material. Cosa que es terriblemente perjudicial para los artistas porque estas bloqueando toda una parte de la carrera del artista que no puede reditarse. Me pasa con los discos de Punch y un par de discos solistas. Por esa razón hace que diez años decidí autoproducir mis discos y no dar la propiedad del master a una discográfica, que han hecho desquicios con los catálogos. Una empresa vendió todo un catálogo a otra empresa que lo desmenuzó y que le vendió una parte a una y a otra a otra y esos catálogos fueron hechos por artistas que se esmeraron y trabajaron como locos para sacar esos discos. En muchos casos, han desaparecido y no se editan los compactos. Esto es porque la discografía va de la mano de lo que hablábamos antes, la producción de los espectáculos ha sido manejada con la misma impericia con que fue manejada la producción de los discos. Va de la mano los discos con los espectáculos. Están igual de mal manejados.
-En esta cuestión por la que quedó trabado el material de Punch, ¿es lo que decías en el libro sobre Jorge Álvarez o es un material aparte?
– Es otro material que hizo un productor llamado Oscar López que, en realidad, era un discípulo de Jorge Álvarez. Era toda una rama de descendencia que viene desde los primeros productores de Sui Generis. Fueron productores que tuvieron que irse del país porque no les salían los negocios o porque el país no satisfacía sus apetencias. Lo concreto es que ellos no eran los propietarios sino los intermediarios que eso es lo complejo. El propietario de una discográfica tiene un productor asalariado que es el intermediario entre la grabadora y el artista. Muchas veces, estos intermediarios perjudicaron enormemente a los artistas porque los engancharon en contratos que quedaron cajoneados o les hicieron grabar discos que no fueron difundidos. Estos intermediarios, llamados productores pero que no son más que emisarios de las grabadoras que al final se quedaban con todo el dinero y los catálogos. Por eso pongo a los productores en el lugar de los fariseos porque en gran medida, estos personajes traicionaron a los artistas e hicieron del rock esto que es ahora, con tanta obra no editada y falta de distribución y difusión de materiales. A pesar de ser muy apreciado en el extranjero –hay coleccionistas que pagan altísimos precios por los vinilos y es considerado un rock muy importante- todos estos discos son inconseguibles gracias a la impericia de estos personajes.
– En ese rol, ¿cómo ves el rol de productor artístico, como Gustavo Santaolalla?
– Eso es otra cosa. Es tremendamente respetable lo que hicieron tipos como Gustavo, como Cachorro López, Tweety González. Son productores artísticos, que se ocupan del sonido del disco, la contratación de los músicos. A veces, tienen injerencia en el presupuesto que les da la grabadora, pero cada uno va haciendo su camino, a través de sus producciones. Es como la obra de un artista. Van firmando discos como productores y te vas dando cuenta como trabaja esta gente que han logrado un estilo, un nivel en la venta. No obstante, estos son productores artísticos y los otros productores ejecutivos. Esta diferencia es la que hace que, cuando grabo un disco, me hago cargo de la parte ejecutiva y pongo al productor artístico en la parte musical. Soy músico, pero sé que la parte ejecutiva es muy delicada. Es como dicen por ahí, “el ojo del amo, engorda al ganado”. Si uno no está pendiente de donde se pone la plata, cuanto ganan los músicos, termina todo en este drama de las grabadoras.
-Hace algunos años, le preguntaron a Cachorro Lopez que hubiese hecho un productor con un disco de Jimi Hendrix, si lo hubiere desguazado todo. Dijo que no hubiera quedado de la forma en que se editó el material. ¿Cuál es verdadero rol del productor artístico? Muchas veces se lo piensa como una persona que interfiere o modifica la obra del artista.
– No, no. Creo que, para indagar sobre esto, hay que leer un libro llamado “Crónicas”, de Bob Dylan, en el que cuenta como fue la producción de su disco “Oh, Mercy”. Como trabajó el productor y es interesantísimo ver como Dylan, un tipo que viene de vuelta de todo, obedece las órdenes de un productor joven como Daniel Lanois. Es una tarea importantísima la del productor. No importa quién sea el artista o los años que tenga, siempre se necesita de un productor que entienda lo que se necesita. Quizás sea un poco enigmático para aquel que no lo vive, ver de afuera qué hace el productor y como se subordina. Es muy misterioso y Dylan lo expone muy claramente, así como su sentimiento al respecto. Siempre ha habido productores. Los Beatles, los Stones y muchos más tuvieron productores que les dieron su sello. La tarea del productor no necesariamente tiene que modificar sino interpretar que quiere el artista. Facilitárselo y potenciarlo porque el artista puede ser que pierda objetividad. Está dentro de su obra y no la ve de afuera. Le cuesta mucho salir y ver la obra de la forma en que la va a ver el público. Ese es el rol del productor artístico. Así como el productor ejecutivo es el vínculo entre el artista y la empresa, el productor artístico lo es entre el artista y el público. Es un tipo que está en el medio, con una percepción y una sensibilidad muy parecida a la que puede tener el público. Busca que el artista logre su finalidad estética y, a la vez, venda discos. Por eso, no basta con ser un artista, un creador porque después viene la parte en cómo le haces llegar la obra a la gente. En ese sentido, muchas veces los artistas están limitados y no saben como hacerlo. Para eso aparecen los productores en la música, los editores en la literatura o los marchands en la plástica. Siempre hay un nexo entre el público y el artista.
– ¿Qué opinás de lo que hace Diego Capusotto en relación con el rock?
– Estoy totalmente de acuerdo. Lo mejor de todo es ese personaje chiquito de bigotes, que es un productor que caga a los artistas desde niño. Tiene un cuaderno donde pone como los va a estafar. ¡Es tremendo! Saborido y Capusotto piensan esos personajes que son una radiografía del rock. Es increíble la precisión con que los pintan y los satirizan. Estoy extrañando sus cosas y espero que haga un nuevo ciclo. No solo yo los disfruto sino que, en los ensayos de las bandas se comentan los chistes. Es infaltable. Capusotto inventó un humor inteligente que ya viene de la época de “Todo por $2”. Ácido e inteligente, que no es para cualquiera. Tengo muchos amigos que no les gusta y no lo entienden. Los que lo disfrutamos, estamos a full. Creo que contribuye a que el rock se mire un poco mejor y se dé cuenta de los cliché y tonterías típicas. Es una crítica que hace, al mismo tiempo, poniéndole un espejo.
– ¿Cómo recordás tu participación en “Pájaros volando”?
– Me divertí mucho, sobre todo en los momentos en que no filmábamos. Comíamos un asado y ahí surgía un humor espontáneo de Capusotto y los demás. La filmación en si fue toda una novedad. Nunca había intervenido en una filmación y vi desde adentro como se hace una película. Cuando fui al cine, me reí mucho. La vi dos o tres veces y eso que amigos e incluso músicos que participaron en la película, no les gustó. Me pareció muy acertada esa crítica a lo esotérico, los hippies, los platos voladores y todo eso que hoy en día que es una ensalada que se ha armado. La crítica que hace es con humor y buena onda. No es agresiva. Eso es lo bueno que tiene Capusotto. No agrede ni humilla. Todo lo contrario, es inteligente y te hace reír que es lo que necesitamos todos.
– ¿Que estás escuchando hoy de música?
– Estaba escuchando un disco de Tony Levin, el último que es impresionante. El último de Elvis Costello. De acá, estaba escuchando a un cantautor llamado Lucho Gedes, un guitarrista que canta y escribe unas letras muy buenas. También a Aristimuño y música española como Ojos de Brujo, música africana como Ismael Loh. Tengo una gran cantidad de música que utilizo en mis viajes como, por ejemplo, Trilok Gurtu, un percusionista hindú. No tengo una geografía determinada. Me gusta toda la música siempre que sea buena. Inclusive música clásica, orquestal o sinfónica. Lo que si siempre tengo es la necesidad de escuchar música y por suerte, tengo una buena cantidad de CD. Tango escucho mucho. Me gusta Piazzolla y estuve escuchando el Concierto en Central Park, el octeto. Hay una variedad tan grande de música que no te podés aburrir nunca.
– Una reflexión por la lamentable pérdida de Luis Alberto Spinetta y de cómo los medios tomaron este hecho. Ahora todos son fans del Flaco.
– Esto es lo mismo que ocurre con una noticia determinada y los medios no saben de qué nutrirse. A veces tienen un déficit para encontrar noticias auténticas. Entonces, cuando algo se produce, van todos como moscas. En este caso, la muerte de Spinetta es fundamental dentro de la música, un hito. Lo que a uno le molesta es que tenga que morirse alguien para que le presten atención. Mientras Spinetta vivía o cuando se enfermó, nadie difundía su música, hablaba de su obra o de las canciones que iba dejando en el camino. En el momento en que el tipo deja el cuerpo, empieza toda una actividad periodística en la que se pisan unos con otros. Nadie puede negar que es necesario que una persona, cuando se muere, hay que reconocerla. El tema es que hubo un exceso por parte del periodismo que después se diluye y al mes, nadie habla de Spinetta. El deceso en sí, de Spinetta es una pérdida irreparable para la música. El tratamiento que le dio el periodismo es el mismo que le da a cualquier noticia que pueda generarle ventas o relleno de programas. Una vez que pasa esa euforia, la muerte del artista queda en su obra. Ahí es donde creo que la gente tiene que reconocer sus valores. Los que vivimos en paralelo, volveremos a vivir esa música, en diferentes épocas y décadas. Un agradecimiento eterno e infinito tanto para su obra como de los grandes creadores de nuestra música.
– ¿Crees que hay cierto regodeo en la muerte por parte del público del rock? ¿Hay una necesidad de una figura para idolatrar?
– Si, pero esto pasa también en otras partes cuando mueren figuras muy populares. Tal fue el caso de la muerte de Olmedo, por ejemplo. Se crea un mito alrededor de la persona que fallece, pero pareciera que se necesita la conmemoración de la muerte de alguien. Ponerlo de relieve promoviendo su obra y su imagen. Lamentablemente, esto es algo muy pasajero, que toma protagonismo durante un tiempo y después se diluye. Queda el recuerdo del personaje del que, cada tanto se vuelve a hablar; si es muy querido, se harán homenajes y recordatorios. Lo que hay que hacer con este tipo de obras es enseñarla y transmitirla. Ponerla como material de estudio y difundirla en los programas de música. Así se puede brindar un homenaje valioso a un músico que ha dejado tanto arte. Siempre van a estar pero, para sacarle el jugo a tal obra, hay que transmitírsela a la gente joven. Eso, tal vez, pueda hacer que vuelva la mística del buen rock y se pueda tomar un ejemplo de cómo componer, tocar y formar una banda.
Miguel Cantilo. Sábado 9 de junio. Teatro IFT. A las 21 hs.
“Qué circo! Memoria y presente de medio siglo del rock argentino”. Editoral Galerna.