“Mc Cartney, 3,2,1”. La antología personal de Paul

Hay artistas que siempre tienen algo nuevo para contar. Más aún cuando son creadores de buena parte de la cultura que nos atraviesa al día de hoy. Tal es el caso de Paul Mc Cartney que, a través de seis episodios de la miniserie “Mc Cartney 3, 2,1” en la que dialoga con el reconocido productor Rick Rubin (Metallica, Tom Petty, Beastie Boys, RHCP y siguen las firmas) sobre muchas de esas gemas en formato canción que ha legado a la historia.

El blanco y negro de las imágenes junto con una cuidadísima iluminación brindan el marco perfecto para que el diálogo se imponga por encima de los detalles técnicos “only for fans”, abriendo el abanico a quien quiera oír, que oiga. La forma en que Rick Rubin le pregunta a Paul respecto de sus canciones es casi todo lo que el/la fan de los Beatles querría saber respecto de esas gemas inolvidables e inoxidables que al día de hoy mantienen la misma frescura de cuando fueron concebidas. La mano mágica de John para la rítmica de “All my loving” o como se gestó a “Michelle” (Edith Piaf de por medio) dan cuenta de la magia que atravesó esos poco menos de ocho años de productividad eterna de esa fábrica de talento llamada The Beatles.

La charla es distendida y confortable. Rubin sube y baja los canales de la consola para que se escuchen los instrumentos de cada tema. Parecen dos niños jugando con el volumen y de repente, suena “Back in the USSR”. Así las cosas, Paul cuenta con lujo de detalle cada arreglo. “While my guitar gently weeps” y su doble estándar de agresividad y lirismo deja con la boca abierta a quien este mirando. Muestra una secuencia y de repente suena “Lady Madonna”. La sorpresa es inmediata. Más aún cuando son canciones que forman parte del ADN de la cultura occidental. Lo escuchas y es inevitable empezar a mover la mano como acompañamiento de una guitarra o llevando el ritmo del tema. Ni hablar de esas ganas de agarrar una guitarra para volver a ser niño e imaginarse siendo uno de ellos, haciendo sus canciones.

Las preguntas de Rubin son absolutamente pertinentes y abren una nueva puerta a la curiosidad. Paul habla de “Nowhere man” y desglosa “Maxwell Silver Hammer” mientras que cuenta un secreto respecto a la velocidad del solo de “A hard day’s night”. Rubin –al igual que quienes están mirando la miniserie- mira con ojitos de animé todo lo que hacían los Fab Four en el estudio. Párrafo aparte para George Martin, el quinto beatle en esto de “crear música” en casos como “And your bird can sing”, “Here there and everywhere” y “A day in the life”.

Al respecto, hay una mención a los productores que crecieron con ellos por “la forma en que tensaban los límites de las reglas del estudio”. La sublime “Tomorrow never knows” –un “Ringoísmo” según Paul- es un buen ejemplo de esto, con sus versiones alternativas. “Another girl”, también pasa por los rayos X de la deconstrucción. La base y la guitarra rítmica con un solo “mal hecho” según Paul….que era de él.

No será extraño que se cierren los ojos para viajar con cada una de las notas de las canciones. Se está desfilando por las canciones que formaron parte de la gran revolución de la música popular de la segunda del siglo XX. Paul te enseña a tocar el piano y te pasea por seis temas para terminar con “Let it be”. Sublime.

Paul se da el tiempo para tirar algunas puntas que siguen sorprendiendo a todo aquél que lo escucha. “No puedo leer ni escribir música. La música está dentro tuyo, no en un papel”. Rubin le dice a a Paul que no lo ve muy arrepentido de la música que ha creado. “No. Hay que continuar constantemente. Siempre hay una próxima canción en la que puedes pensar o escribir”. Es el ADN del creador constante, del que no se estanca. Renovación y cambio. Agrega que “para nosotros, lo peor era aburrirnos”.

El clima de intimidad que se logra, permite que el ojo voyerista del televidente se sienta a sus anchas. Más aún, cuando los recuerdos se vuelven emociones a flor de piel. La lectura de Rubin de declaraciones de Lennon sobre Mc Cartney como músico y lo describe como brillante, es uno de los tantos momentos emotivos que ocurren cada vez que aparece John en el horizonte. Lo mismo ocurre cuando se nombra a George -esos viajes en colectivo…- y Ringo.

A medida que pasa el tiempo, desfilan los nombres de amigos de la banda -desde Jimi Hendrix hasta Eric Clapton-, los contemporáneos -Bob Dylan y The Kinks- y se recuerdan las influencias que van desde los Eddie Cochran hasta Brian Wilson, pasando por los Everly Brothers, Little Richard, Jerry Lee Lewis, John Cage o Johann Sebastian Bach. El blues y el R&B fueron fundamentales para el bajista en su formación musical. Ni hablar de Chuck Berry –el padre de todos- y lo que terminó siendo “Come together”. El nexo entre ambos temas es genial, por más que le haya traído algunos problemas a John…

Si bien el 90% de las canciones son de “los cuatro de Liverpool”, hay espacio para otros proyectos de Paul como Wings. La forma en que “Band on the run” es diseccionada para llegar a su origen es otro punto alto. No era el Mc Cartney de los Beatles sino el solista. Otro. Para algunos, sin la brillantez de su trabajo con sus compadres de Liverpool pero el talento seguía intacto. “Maybe I’m amazed” o “Live and let die” –para una película de James Bond- son un buen ejemplo de esto. También suenan “Check my machine” y “Waterfalls”, de su disco Mc Cartney II, que no es de los mejores de su carrera y se ve que lo quiere reivindicar. Quizás, queda como pendiente “You know my name”, de la que –lamentablemente- que no contó nada al respecto.

Algunas particularidades que se deben tener en cuenta es no apretar el botón de “saltar Intro”. Te podes perder de alguna sorpresita. Además, es diferente escuchar la serie con auriculares que con los parlantes de la computadora o del televisor. El efecto es distinto.

Seis capítulos que, cuando llega el final, queda ese deseo de gritar, como si fuera un recital. “Uno más y no jodemos más”. El deseo es genuino. Seguramente, al terminar de escribir esta nota, volveremos a ver “Mc Cartney 3, 2,1”. Es ese placer constante de retroalimentarnos por el disfrute que implica redescubrir la génesis de ese compendio de maravillosas canciones que pergeñó el enorme Paul Mc Cartney.

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