«El dilema de las redes sociales». Pantalla de un mundo nuevo


Año 2020 y bien le cuadra este cuadro de situación. «La ciudad del mundo nuevo/Duerme su sueño de paz/Ve la vida en un video/Y se le va la vida, creo«. Al día de hoy, las redes sociales se han transformado en un factor indispensable de nuestra vida. Desde el momento en que usamos el despertador del celular para levantarnos y chequeamos mensajes y noticias antes que nos lavemos los dientes, se aprecia la dependencia constante a estos dispositivos. La “libertad” para acceder a todo lo que uno “desea” (cree desear o le hacen desear) termina convirtiéndose en una adicción enfermiza. ¡Hasta las relaciones humanas caen bajo su dominio!
 
En “El dilema de las redes sociales”, Netflix –¡qué paradoja!- pone al aire el documental realizado por Jeff Orlowski que gira en torno al testimonio de los “arrepentidos” del sistema respecto de sus acciones en la creación de esta nueva forma de esclavitud en el siglo XXI. Todo esto, cruzado con la ficción de una familia bien reconocible que tiene a sus hijos bajo este influjo. No en vano Charly García cantaba “Si fue hecho para mí/Lo tengo que saber/Pero es muy difícil ver/Si algo controla mi ser”.

Tristan Harris trabajó en Google desde 2011 a 2015. Conoce al “monstruo” desde adentro. Al fin y al cabo, fue uno de los que potenció su fuerza pero ¿qué ocurre cuando el Frankestein creado termina siendo más poderoso que sus hacedores?
Es tétricamente enriquecedor (e inquietante) que varios de ex trabajadores de compañías como Google, Facebook, Twitter o Pinterest, desmenucen los mecanismos por los que tu vida está regida por las redes. Ni hablar si empezás a relacionar cada una de las ideas con tu vida personal o la de amigos, más allá de Instagram o Tinder.

Uno de los puntos a considerar es que hay dos generaciones –como mínimo- que tienen una absoluta dependencia a los dispositivos electrónicos y una pasmosa incapacidad a hacer frente a la frustración tal como se da en la vida real. No pueden afrontar escollos ni sortear contratiempos varios porque se frustran y se desaniman instantáneamente. Paralelamente, es lo que permite creer ideas por el simple hecho de haber recibido la información, sin contrastarla. Más de uno preguntaría si debería hacerse esto; la respuesta es SI. La permeabilidad a la recepción de los mensajes es directamente proporcional al bombardeo de estímulos diversos por parte de las redes. Ojo, no estamos hablando de una “aguja hipodérmica” en tanto y en cuanto los individuos tenemos la capacidad para “analizar” cada uno de los mensajes y optar al respecto pero ¿qué pasa si se opta directamente por creer lo que se recibe? Es la dicotomía del «no saben lo que hacen» o «saben lo que hacen y aún así lo hacen». Además, es condición sine qua non para estar dentro de la sociedad. Es el axioma de una famosa tarjeta de crédito: “Pertenecer tiene sus beneficios”.

El documental plantea el uso y la manipulación que se realiza por medio de las redes sociales bajo la falsa idea de una libertad que no es tal. Desde el momento que existe la “presión” sobre el individuo en pos de poseer aquellos dispositivos que los hagan “pertenecer” y “estar”, se ingresa en un círculo vicioso, del que es muy difícil escapar. La forma en que los algoritmos penetran a cada persona a partir de la información que se ha brindado a través de “clicks” y “megustas” diversos, es comparable a ponerse uno mismo los grilletes de la adicción. Inconscientemente, en el mar infinito de la “libertad de las redes”, es la propia persona la que informa sus debilidades para ser esclavizada. Uno mismo se pone la cucarda y se vende al mejor postor creyendo que es libre en sus elecciones. Craso error. El mejor truco del diablo es hacerle creer a los demás que no existe. La dependencia hacia los dispositivos tecnológicos es similar a la que describía sabiamente Julio Cortázar en “Instrucciones para dar cuerda un reloj”. El relato cortazariano es exacto y revelador tanto que su final es similar al que se vive hoy en día, a cincuenta y ocho años de su concepción.

Es interesante que quienes estuvieron detrás de toda esta Matrix de esclavismo mediático, sean los que desenmascaren la farsa de las redes sociales. Tristan Harris lleva la voz cantante y cuenta con todos los pergaminos de quien estuvo del lado oscuro de la tecnología. El planteo de las buenas intenciones originales en el uso de las redes sociales no está exento de verdad pero queda viejo en tanto es de una inocencia exasperante. Como dice el viejo refrán, “el vivo vive del zonzo y el zonzo de su trabajo”. Desde el momento en que estas buenas intenciones entraron en contacto con la mercantilización de estos servicios y se vio la posibilidad de manipular a los usuarios, no hubo mucho más que discutir. Ni hablar cuando las mismas redes permiten el acceso de discursos ligados al racismo y al odio, fomentando la división de la sociedad, socavando los mismos cimientos de los Estados democráticos.
Más de uno preguntará, “¿qué validez tiene un documental que critica a las redes sociales desde una plataforma digital como Netflix”? Si no lo hace desde ahí, ¿desde dónde? Porque hacerlo desde afuera de la Matrix, genial pero….¿quién lo puede escuchar? ¿Acaso no es lo más importante que llegue a la mayor cantidad de personas? Tal como dice Gene Hackman en “Mississippi en llamas”, “este nido de culebras se abre desde adentro”. A los hechos nos remitimos.

A todo esto debemos sumarle la forma en que se usan las redes sociales para imponer «fake news que benefician a “unos” en detrimento de “otros”, siempre favoreciendo a una minoría económicamente poderosa. Si bien tuvo «oasis» como “La primavera árabe”, en su mayor parte están favoreciendo a regímenes democráticamente sectarios y neoliberales. Esas noticias falsas postulan racismo, discriminación y una paranoia constante. La reaparición de los discursos terraplanistas, antivacunas y la sobreinformación/desinformación referido al Covid-19 son un ejemplo de las fake news.
Es menester decir que todo esto está dinamitando los cimientos sociales de buena cantidad de países favoreciendo la aparición de líderes cuyo único capital es una campaña de prensa fuerte, ejércitos de trolls a favor y un discurso de odio. Si dudan al respecto, fíjense bien en personajes como Donald Trump, Jair Bolsonazi y Mauricio “el domador de reposeras” Macri. Todo esto se puede linkear con lo dicho en la película «Hater» ( https://t.co/BnWuJREbwc) y algunos planteos de Robert Reich en “Saving Capitalism (https://t.co/idjtxTNhDS ).

A esta altura es notoria la utilización de las comillas para ilustrar los variados significados de los términos que atraviesan la nota. Es justamente por todo aquello que dicen brindar las redes sociales y que, en realidad, no es tan así en tanto y en cuanto sigan dentro de los límites que permite la red. Pero, ¿qué ocurre si no quiero “pertenecer”?   

Con un mensaje apocalípticamente preciso y datos fácilmente contrastables, “El dilema de las redes sociales” es tan ponzoñoso como atrapante. No sólo llama a la reflexión sobre el nivel de adicción que vivimos con la tecnología sino como un futuro oscuro nos espera en tanto se continúe con esta línea de conducta. Es necesario rebelarse para vivir la propia vida que, al fin y al cabo, es lo que cuesta. Más aún si la podemos disfrutar a partir de nuestros propios aciertos y errores sin condicionamientos por la cantidad de “me gusta” obtenidos. Como dice una vieja y excelente canción: “Te deseo mucha suerte/Ser humano del pasado/El cambio será fatal/Y tu mundo nuevo, ¡usado!”

Ficha técnica

Dirección: Jeff Orlowski. Guion: Jeff Orlowski y Vickie Curtis. Con Tristan Harris, Aza Raskin, Justin Rosenstein, Shoshana Zuboff, Jaron Lanier, Skyler Gisondo, Kara Hayward, Vincent Kartheiser y Cathy O’Neil. País: Estados Unidos. Género: Documental y drama. Duración: 94 minutos. Idioma: Inglés. Distribución: Netflix.


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