Y como todo tiene que ver con todo, están todos los protagonistas incluidos, inclusive aquél que se considera un simple narrador (de la puesta)/ testigo (o cómplice en la vida real), sin olvidar a aquél que cumple ordenes, sin importar lo que estas digan, con el único «atributo» de vestir un uniforme policial.
La puesta va de la realidad a la ficción, del 36 al 2010 con fantástica versatilidad como si algunas cosas (lamentablemente) no hubiesen cambiado. Todo comienza con Julieta y Andrés, que marchan a España a pelear por un sueño, el mantenimiento de las esperanzas frente a la barbarie que se aproxima. Las actuaciones son estupendas en todos los matices que requiere cada una de ellas. Con la ironía y la sensibilidad desplegadas en dosis exactas en un texto sin fisuras, la palabra tiene más de un sentido, con el plus que esto implica. El recitado de la parte final emociona hasta las lágrimas en tanto asociación con lo que ha acontecido en los últimos años y lo que probablemente venga si nos descuidamos un poco.
“Teruel” permite combinar la emoción con la reflexión sin caer en un panfleto, con un nivel sublime, en una de las mejores obras del pasado año 2009, reestrenada hace poco tiempo.