Vivir y crecer en el barrio

Mi barrio es muy particular. Es pequeño en comparación con otros pero tiene esa atmósfera tan de barrio que enamora por su aura. Se llama Floresta y no voy a hacer el chiste de la diferencia entre Flores y Floresta. 
Vivo sobre la avenida Rivadavia pero no escucho nada ya que mi departamento es interno y el balcón mira al sur. El tren me acerca a puntos más cercanos al centro, sobre todo, cuando estoy por llegar tarde mis deberes periodísticos (o sea, casi siempre llegó con la lengua al aire). Mis vecinos serían la dicha de cualquier nazi: en la cuadra hay chinos, bolivianos, peruanos y argentinos. Por calles aledañas, ucranianos, coreanos, un pensionado con africanos y una iglesia eslovena.  Todo esto, sin contar a los decanos de esta zona que serían judíos y en menor medida, musulmanes, sin olvidar que tanto los italianos como los españoles estuvieron por todos lados.
Muchas veces, me han criticado que tengo «mentalidad de barrio» pero, la verdad es que no me arrepiento, en tanto y en cuando, esto implique tener códigos tanto en la vida como en la relación con la gente. Fidelidad, respeto y sinceridad. ¿Se imagina uno, en el marco de las reuniones con los amigos del barrio, el buchonear a otro, no «saltar» si a uno le hacían algo o hacerse el boludo cuando la mano viene torcida? Si, ya se que eso es imposible cuando uno trabaja en una empresa, no? Por eso, uno se dedica a esta profesión llamada periodismo y trata de mantener estos valores, después una cantidad innumerable de despidos varios. 
Igualmente, la «mentalidad de barrio» tiene su lado negativo.  Es cuando no te permite salir de esa situación de «comodidad», que da lugar a discursos cerrados y porque no decirlo, un tanto fascistas. «Lo bueno es lo del barrio, lo de afuera es malo» cerrándose a todo tipo de enriquecimiento que se establece a través de la interacción con la gente. No es para enorgullecerse estar viviendo setenta años en el mismo lugar, como si fuera una cajita de cristal y haciendo las mismas cosas, todos los días, sin darse a la posibilidad de cambio. 

Una cosa es tener sentimiento de pertenencia y otra muy diferente es ser un necio cerrado a todo aquello que sea diferente, poniendo la excusa de la pertenencia. 


¡Bienvenidos al Caleidoscopio!

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