Bob Dylan: Ochenta años para el juglar más huraño y genial de la música popular.

Siempre hay un buen motivo para escribir sobre el genial cantautor de la segunda parte del siglo XX. Más aún si está cumpliendo ochenta años. Una vida que equivale por diez de cualquier mortal para aquél que, guitarra y pluma en mano, cambió para siempre la forma de escribir y cantar una canción.
 

En esa retromanía de nunca acabar, pareciera que los grandes nombres del rock siguen escribiendo las páginas del género y no –por suerte- las necrológicas. Es más, siguen cumpliendo años y gozando de muy buena salud. Tal es el caso del hijo de Abraham Zimmerman y Beatrice “Beatty” Stone, cuyo documento certifica su nombre completo como Robert Allan Zimmerman. Más tarde se lo conocería como Bob Dylan.
 
El cumpleañeros del día de la fecha hizo de todo. Se convirtió en el campeón de la música folk norteamericana a fuerza de empuñar las seis cuerdas y escribir canciones que reflejaban lo que ocurría en su época para después, transformarse en himnos eternos. Su “Blowin’ in the wind” pasa a ser ese tipo de canciones que son cantadas por todos y todas en pos de un cambio real de una sociedad que se ha transformado en “un monstruo grande que pisa fuerte”, a decir de uno de los más conspicuos discípulos –reales- de Bob. “A Hard Rain’s a-Gonna Fall” alude a la crisis de los misiles de Cuba y “Masters of War” con su “Vengan, maestros de la guerra/ustedes, que construyen armas grandes/los aviones de la muerte/todas las bombas/que te escondes detrás de las paredes/que te ocultas detrás de los escritorios/Solo quiero que sepas/Puedo ver a través de tus máscaras”. El disco era “The freewheelin”, el segundo de su carrera con el que se lanzó a la consideración popular. Todo en 1963, con la Guerra Fría en pleno apogeo.
En esta línea se publica “The Times, they are a-changin”, otro cross de izquierda al mentón del statu quo norteamericano con su “Ven senadores, congresistas/Por favor escuchen la llamada/No se queden en la puerta/No bloqueen el pasillo/Para el que fue lastimado/el que ha quedado/Hay una batalla afuera/y hay mucha furia/Pronto sacudirá sus ventanas/y golpeará tus paredes/porque los tiempos están cambiando”. De más está decir que muchas de las canciones de Bob siguen vigentes igual que al momento en que fueron escritas. Ni hablar que, en su momento, participaba de marchas políticas. El arte cercano a las necesidades más cercanas al colectivo denominado pueblo.  
 
Era el más importante letrista del folk norteamericano al que después traicionarla al cazarse la guitarra eléctrica lo que le valió severas críticas, algo que muy poco le importó. Un fan le gritó “Judas!” en un show en Manchester. Bob se dio vuelta, miró y dijo “No te creo. Sos un mentiroso. Toquemos jodidamente fuerte! (a su banda –“play fucking loud”-)” para una de las versiones más furiosas que hubo de “Like a rolling stone”.  No en vano Dylan también titula su disco “Bringin’ ir all back home” (Trayendo todo de vuelta a casa) en el que se aprecia el sonido beatle y eléctrico con temas pertenecientes a géneros que los Cuatro De Liverpool habían tomado y adaptado a su manera, como el rock and roll, o el blues. 
Aquí es cuando empieza la influencia recíproca con los Beatles que empiezan a pensar un poco más en las letras –sobre todo Lennon y Harrison-. Más allá de la anécdota que fue Dylan quien les hizo probar marihuana por primera vez a los británicos, será esa influencia mutua la que cambiaría la música popular de la segunda parte del siglo XX. Dylan electrifica su sonido para abrirse a nuevas experiencias que iban más allá de la guitarra acústica. En cambio, Lennon toma la poesía dylaniana para enriquecerse como compositor (“Norwegian Wood”, “You’ve got to hide your love away” y hasta la corrosiva “Help!” tienen la impronta de Bob). En el Album Blanco, John canta «Yer blues» en la que uno de sus versos dice «I feel so suicidal. Just like Dylan’s Mr Jones» para después, tras la separación la banda y en plena terapia del grito de Janov, en «God», afirme que «I don’t believe in Zimmerman».
Con George, intercambiarían canciones (“If not for you”) y compartirían uno de los pocos “supergrupos” que realmente vale la pena escuchar como los Travelling Wilburys. 


Las letras de Dylan se convierten en historias atrapantes que navegan entre la ironía y el surrealismo como «Desolation row» y «Ballad of a thin man» o canciones de amor con un toque de veneno como «Like a rolling stone», «Just like a woman» o «I want you».  Se suceden tres discos geniales que deben estar entre lo mejor de la historia, tal como el mencionado “Bringin’ it all back home”, “Highway 61” y el sublime doble “Blonde on blonde”.
A esa altura, nadie podía dudar que Dylan era un letrista impresionante. Talentoso como pocos, su pluma corrosiva mezclada con su inteligencia y su particular visión de los acontecimientos lo hicieron escribir canciones que se irían transformando en manifiestos. Su figura trasciende el rock y es un ícono de la música, a su pesar. La relación con el periodismo y el público lo ponen a la defensiva constantemente. “Hace camino al andar” sin pedir permiso ni autorización al tiempo que su errática conducta lo lleva por un lado tan oscuro como desconocido y rico para su creatividad.  El 29 de julio de 1966, en el pico de su carrera, se accidentó con su moto y se retiró por un tiempo. Leyendas de todo tipo se tejieron al respecto, algo que más adelante ocurriría con la “muerte” de Paul Mc Cartney.
Los 70 se inician con la publicación de “Self portrait” en el que Dylan da cuenta de su carácter esquivo a los requerimientos de la prensa y el público, al tiempo que es criticado de manera negativa por primera vez en su carrera.
En octubre de 1970, cuatro meses después de haber publicado el regular “Self portrait”, lanza “New morning” con el que recupera algo del capital perdido con el mencionado disco. Ahora, el corte de difusión es “If not for you”, tema coescrito con George Harrison ya había hecho para su disco triple “All things must pass”. Recién volverá a editar un disco en 1973 con “Pat Garrett y Billy the Kid”, banda de sonido de la película homónima en la que actúa. Aquí sale una de sus canciones más representativas como “Knocking on heaven’s door”. En el 74 se edita “Planet waves” que antecede al gran disco de la época –y uno de los mejores de su carrera- tal como “Blood on the tracks”, brillante por donde se lo mire. Las canciones dan cuenta de la angustia, la soledad y la bronca que le provocó la separación de su esposa Sarah. “Tangled up in blue”, “Idiot wind”, “Meet me in the morning”, “Simple twist and fate” y “You’re a big girl now” se incorporan al inconsciente colectivo dylaniano el cual fue tan generoso que le permitió a Andrés Calamaro apropiarse de su estética y relanzar su carrera. 


Los 80 marcan un mojón en su carrera ya que no se acopla con las nuevas tendencias. Esto fue algo que le ocurrió a todos sus compinches de los 60, como Mc Cartney, Stones (juntos o separados -los solistas de Jagger…..-), Clapton, Townshend, con discos olvidables-.

En su etapa cristiana edita saca “Slow train coming” y “Saved” que no son muy elogiadas. El magnífico “Blood on the tracks” de1975 se veía muy lejano y parecía que su figura iba a dar paso a esos artistas que se les respeta solo el pasado. “Empire burlesque” lo acerca al sonido de la época, teclados de por medio, con temas como «Tight connection to my heart» y la balada «Emotionally yours» -el solo de Mike Campbell es genial- y su «confusa» participación en el «We are the world» pero será su “Oh, mercy!” su disco más reconocido de esos momentos.
Párrafo aparte para su participación en ese combo maravilloso llamado Travelling Wilburys junto a George Harrison, Jeff Lynne, Roy Orbison y Tom Petty con quienes editó dos discos, «Volumen 1» y «Volumen 3» en 1988 y 1990.

Nació judío, se convirtió al cristianismo y volvió al judaísmo. Se puso la kipá, fue al Muro de los Lamentos para después tocar para el Papa. El “Bob with the Pope” era una realidad que se acercaba al “dos potencias se saludan” enarbolado por José María Gatica. 
Cantó como el pato Donald en un Unplugged que no hizo honor a su leyenda pero, como Goyeneche, pareciera que el fraseo nasal le quedaba aún mejor que un tema entonado a viva voz. Más aún después de 1997 en el que sufre una histoplasmosis. Se recuperó y terminó tocando en presencia del Papa Juan Pablo II, en el marco de lo que es el disco que le vuelve a poner en el candelero, el sublime “Time out of mind”, donde plasma sus miedos y certezas después de haber zafado de la parca y la posibilidad cierta de ver a Lennon y Elvis antes de tiempo. Como un Ave Fenix de rulos y nariz prominente, ojos desconfiados y gesto adusto, renació de sus propias cenizas para elevarse al cielo de los elegidos. Por si le faltaba algo, ganó 
el Oscar a Mejor Canción con su tema «Things have changed» en el 2001.
Su voz cascada le brindaba un tono más revelador y emotivo a unas letras que iban girando hacia otros destinos más introspectivos y de reflexión cruda y dura de los destinos del hombre. 
A “Time out of mind”, le siguieron “Love theft” y “Modern times”, constituyendo una trilogía de alta calidad, que se extendió al siguiente “Together through life”. Revisitó el cancionero americano y en plena pandemia, sacó el muy buen “Rough and rowdy ways” que incluía “Murder most foul”, el tema más largo de su carrera con casi diecisiete minutos en los que se encarga de revisitar buena parte de la historia mundial desde 1963 a nuestros días. Por si fuera poco, llega al número 1 del ranking de Billboard.
 

Es tan jodido como pillo que hace arreglos por demás extraños en sus canciones para que los fans no las identifiquen con facilidad. No repite el repertorio al estilo Mc Cartney o Stones sino que molesta y exige a sus fans en vez de darle todo el show digerido. Algo que, desde aquí, aplaudimos mucho.
Solo una Cate Blanchett magnífica pudo llevarlo al cine en su etapa de mayor creatividad y excesos con una actuación que pasará mucho tiempo en ser superada, si es que eso ocurre.
Las historias acerca de su vida se suceden. Cuando vino a Buenos Aires, se bajó unas cuadras antes de llegar al estadio Obras y pasó caminando entre la gente. Nadie se dio cuenta. Otra vez, no lo fue a buscar nadie y se tomó un taxi de Ezeiza hasta su hotel. Por su amor al boxeo, fue a entrenar al Almagro Boxing Club.
Su gusto por el deporte de las narices chatas le permite alguna instantánea junto a Muhammad Ali o, más cercano en el tiempo, con Manny Pacquiao, antes de enfrentar a Floyd Mayweather. Antes había enarbolado la causa de Rubin Carter, un boxeador afroamericano que fue acusado y condenado por un crimen que no cometió (un triple homicidio) cuyo juicio estuvo plagado de irregularidades, prejuicios raciales de por medio. Finalmente fue exonerado en 1985 y termina falleciendo de cáncer en 2014, siendo el director de la fundación AIDWYC, encargada de defender a reclusos injustamente encarcelados.
 
Debe haber pocas figuras tan respetadas pero con un aura de desconocimiento tan grande como Dylan. Siempre fue un tanto hosco y arisco, con una muy particular simpatía. Solamente una Cate Blanchett grandiosa pudo plasmarlo en una película con precisión quirurgica en su período de mayor creatividad y excesos.
 
Para ser más irreverente –a su pesar-, tuvo el tupé de ganar el Premio Nobel de Literatura lanzando todo tipo de especulaciones sobre si lo va a recibir o no y qué dirá en la ceremonia. Esto sin contar a todos los cascotes que pusieron el grito en el cielo sobre el porqué darle semejante premio a “un rockero”. La secretaria de la Academia Sueca del Premio Nobel, Sara Danius afirmó sobre los méritos de Zimmerman que “Si uno quiere empezar a escuchar o leer (a Dylan), debería iniciarse con ‘Blonde on Blonde’, el disco de 1966 que tiene varios clásicos y es un ejemplo extraordinario de su brillante modelo de rima, de su armado de estribillos y de su pensamiento pictórico”. Seguramente Murakami podrá escribir mejor pero el día que gran parte del público recuerde sus textos de la misma forma que la letra de “Like a rolling stone” o “Blowin’ in the wind”, hablamos.
Lo que es indudable es que la obra de los artistas (ahora empieza la polémica por la utilización de esta palabra….je!) está más allá de los premios.
 

Escuché “Most of the time” o “Not dark yet” y puedo asegurar que la sensación de complicidad para con Bob es indescriptible. No solo me acompañó sino que más de una lágrima ha caído teniendo a ambas como banda de sonido de la situación vivida asi como una reflexión despiadada sobre aspectos generales que no vale la pena describir. Es en ese momento, en que todo un universo se resignifica, en el que el artista toca esa fibra tan íntima en la relación con el oyente/espectador. Es el que puede poner en palabras esos sentimientos que cualquier mortal no puede ni tiene las herramientas para hacerlo, por más horas de estudio que tenga encima.
 
Hoy cumple ochenta años y no puedo dejar de preguntar ¿Dónde está Bob Dylan? ¿Qué estará haciendo? Todo un enigma pero lo que si es seguro es que el mito sigue grabando, cantando y apenas termine esta pandemia horrible, empezará a cranear la forma de seguir con su “Never ending tour”. Bob no para. Avanza con resultados diversos, porque la búsqueda artística implica riesgos. Discos emblemáticos como pifies antológicos pero será en toda esta situación donde radica su riqueza.
Desde aquí, un lejano departamento de Floresta que lucha por el correcto suministro de luz que cortó esa empresa horrible llamada Edesur, nos tomamos este rato para decir “Muchas gracias y muy feliz cumpleaños” a quien es un referente –mal que te pese Bob- ineludible de quien esto escribe. Su inconfundible carácter huraño –marca registrada-, amigo del silencio y la soledad harán que su leyenda se acreciente aún más con cada día que pase. Pero el paso a la inmortalidad ya lo dio en vida. Su pluma ya es eterna y tal como el viento, seguirá soplando mientras los tiempos cambien para no cambiar nada y los “Masters of war” junto con los “Jokerman” sigan haciendo de las suyas. 

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