Ella y….ella.
De Ingmar Bergman. Versión y dirección: Daniel Veronese. Con Cristina Banegas, María Onetto, Natacha Córdoba y Luis Ziembrowski. Asistente de dirección y Stage Manager: Gonzalo Martinez. Diseño de escenografía: Diego Siliano. Diseño de iluminación: Marcelo Cuervo. Diseño de vestuario: Laura Singh. Comunicación visual: Estudio Ka / Gabriela Kogan. Produccion ejecutiva: Alberto Lopez. Productor General: Sebastián Blutrach.
Teatro Picadero. Pasaje Santos Discepolo 1857. Miércoles y sábados, 20hs. Jueves y viernes, 22hs. Domingos, 19hs
John Lennon cantaba en 1970, “Madre, vos me tuviste/ pero yo nunca te tuve a vos”. Estos dos versos escritos por el genial beatle ponen el acento en el lugar exacto. Las relaciones entre padres e hijos siempre serán un foco de conflicto donde cada una de las artes escénicas o visuales pondrán su lupa.
Tal es el caso de “Sonata de otoño”, un excelente texto de Ingmar Bergman que está vigente como nunca y con un realismo absolutamente perturbador partiendo de la base en que todos somos hijos y/o padres. Por lo tanto, el tema nunca será desconocido para un espectador que tomará partido en algún momento por alguna de las dos partes en pugna.
En este caso, Eva recibe a su madre Charlotte en su casa. La madre es una reconocida pianista que le dio toda su vida a la música en detrimento de sus hijas, las cuales una es discapacitada y la otra es la anfitriona de un hogar donde se respira tranquilidad más no amor.
Como no podía ser de otra manera, Charlotte es poseedora de un talento superlativo y una personalidad avasalladora siendo Eva, el lado B de tan prominente madre. El resentimiento está latente como una bomba que estalla en el peor momento del encuentro. La tensión se centra en el intercambio duro y constante entre madre e hija donde las ambiciones propias y la constitución de una vida familiar no son compatibles al tiempo que el desamor y el abandono se hacen carne en una de las partes.
Tan atrapante como sencillo en su estructura, el texto plantea preguntas que tendrán respuestas tan personales como espectadores haya en la sala. Los diálogos son de gran riqueza, con tintes que atraviesan algunas buenas costumbres no establecidas al tiempo que plantea preguntas molestas de responder ¿Respetar a costa de que? ¿La manipulación de la culpa? Los límites de la propia individualidad y hasta donde puede llegar una madre en su ¿amor o posesión? El carácter posesivo de la relación da cuenta que el amor y el egoísmo transitan en una línea que oscila entre cualquiera de estas situaciones. La madre abortaba cada intento de liberación de la hija socavando su personalidad en cada intento, con consecuencias que, aún con cuarenta años –tal es la edad de Eva- permanecen como el primer día. Un marido complaciente y sumiso y una hermana discapacitada conforman el mundo de una Eva que acepta pero no sin antes decir lo que piensa sobre lo ocurrido. ¿cambiará después su propia situación, una vez cumplido su deseo catártico? ¿La madre será capaz de la autocrítica, si es que, eventualmente, le corresponde?
Una escenografía amplia y de buen gusto con un vestuario austero y pertinente dan cuenta del momento en que se lleva a cabo la acción pero sin especificar más de lo necesario. Lenta pero para nada monótona, atrapa con la creación de climas que permiten la reflexión constante a través de personajes que conviven con sus propios fantasmas que implosionan –o viven con cierta comodidad- en el cuerpo y alma de cada uno de ellos. María Onetto es una Eva creible y de una tensión interna y nerviosa que resuelve con la excelencia que se le conoce. Cristina Banegas es una Charlotte sobria, en un personaje exacto para ella. Por su parte, Luis Ziembrowski aporta sapiencia para los momentos que le toca estar en escena.
“Sonata de otoño” plantea esos interrogantes que más de uno prefiere no contestar a través de una puesta que mantiene la vigencia de siempre y con una actualidad, en un punto, perturbadora.