Después de Casa de Muñecas (Teatro)

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Autor: Lucas Hnath. Versión y traducción: Federico González Del Pino y Fernando Masllorens. Con Paola Krum, Jorge Suarez, Julia Calvo y Laura Grandinetti. Montaje y dirección técnica: Jorge H Pérez Mascali. Diseño de vestuario: Ana Markarian. Diseño de escenografía: Julieta Kompel y Alicia Leloutre. Diseño de luces: Sebastián Francia. Audiovisuales: Milwatss. Stage Manager: Guido Losantos. Vestidores: Héctor Ferreyra. Fotografía: Alejandra López. Comunicación visual: Gabriela Kogan. Comunicación Digital: Bushi Contenidos. Asistencia de dirección: Guido Losantos. Productor asistente: Nicolas Kompel. Producción gráfica: Romina Juejati. Producción ejecutiva: Javier Madou. Producción general: Pablo Kompel. Dirección de Producción: Ariel Stolier. Supervisión de sonido: Pablo Abal. Dirección: Javier Daulte.

Paseo La Plaza. Av Corrientes 1660. Miércoles a sábado, 20 hs.

La continuación que no fue, que no se realizó, de una obra suele ser una tentación para que los escritores se aventuren en un terreno desconocido en el que “hacer camino al andar” es un axioma de doble filo. A veces sale bien y en otras, no tanto. Más aún cuando se trata de ver que pasó con la reconocida obra de Ibsen, “Casa de Muñecas”, tras la partida de Nora, la protagonista, a vivir su vida. El debate instalado con respecto al deseo de seguir sus propios deseos en detrimento del “deber ser” como madre de tres hijos y esposa de Torvald, es de actual vigencia. Más aún cuando se produce la vuelta de Nora a la casa familiar después de su partida en pos de su “libertad”.

Aquí es cuando el texto pergeñado por Lucas Hnath, empieza a dialogar con la coyuntura a partir de su clásica “precuela”. El retorno de Nora se produce por el acoso de un juez, enojado con sus escritos “revolucionarios”. Para evitar cualquier tipo de inconvenientes, necesita el divorcio de Torvald pero es él, como hombre el que debe realizarlo.
Más allá de ser un texto correcto, con buenos diálogos, la puesta es dinámica y entretenida en tanto un desarrollo armónicamente veloz. Desde la dirección, Javier Daulte le pone ritmo a las palabras a partir de un elenco de probada solvencia. Cada personaje tiene una particularidad y le habla a las diversas formas de concepción de la vida por parte del público. Nora es la que esboza la bandera de la libertad así como la angustia que la atraviesa por la dependencia legal, legitimada por el machismo imperante en todos los estratos de la sociedad. Ella da sus razones y cuenta como fue su vida “en libertad”.
Aquí hay un punto a considerar que el “ser libre” no implica “olvidarse de todo”. Ahí juega, de manera artera, la culpa a través de la pregunta «¿Y tus hijos?» como argumento para atacar a Nora. Más aún, llevó una vida plena tras haber dado uno de los portazos más emblemáticos de la historia del teatro. 
Todo gira en torno a “los mandatos”, el «deber ser», exacerbado en el caso de Nora por ser mujer y los derechos que se le negaba como tal -ver su propio divorcio-. Los discursos y posturas de los personajes son elocuentes. En el caso de Anne Marie -la criada que tan bien lleva adelante Julia Calvo- , es la que despierta la empatía de manera constante pero también la que lleva el discurso «conformista» como bandera. Es muy buena esta conjunción que representa todo aquello que más de uno/a diría que “atrasa años”. El sometimiento de la voluntad de la mujer que quería salir de la regla (incluso habla de “lo natural” de las cosas), es el tan mentado –y sobrevalorado- “sentido común” que es el más común de los sentidos. Todo se hace callado, sin levantar la perdiz, sin cambios y tratar de pasarla lo mejor posible. Al respecto, es para tomar en cuenta la última participación de Anne Marie. Qué y cómo dice lo dice.
El caso de Torvald es inquietante. Se lo presenta como un hombre timorato, bueno, que quiere a su familia y es destrozado por la partida de su esposa. ¿Cómo no sentir proximidad para con él? Pero la misma Nora dice en algún momento, “¡si a vos te gusta que la gente te contenga!”. ¿Entonces? ¿Dónde está la tan mentada valoración de “la bondad”?
Por otra parte, a los hombres les plantea un interesante dilema. Es un tipo bueno. Por eso, cuando le pregunta sucesivamente a Nora, “¿Qué querés? ¿Qué hice mal acaso?”, la cuestión es separar ambas preguntas porque ahí está el meollo que no le cierra al “macho de buen corazón” –irónicamente hablando en tanto todos los hombres somos hijos del patriarcado-. Una cosa es que es lo que desea la mujer y cuanto uno está dispuesto a “resetear” su propia crianza en pos de la igualdad y otra, muy diferente, es sobre lo que hizo mal. El ejercicio está en que el hombre se siente interpelado desde la confusión de un par, que es “como todos”. De ahí, debería estar a la altura de las circunstancias, con la deconstrucción correspondiente. El tema es si se anima a dar tal paso…
Una escenografía absolutamente austera, solo con un par de sillas y una mesa, y una iluminación efectiva, brindan el marco adecuado para el desarrollo de las acciones. El escenario es un ring donde las ideas y las argumentaciones van y vienen como golpes a impactar en la humanidad del otro. Una lucha de poder con dos contendientes que irán variando a través del paso de los minutos.
Pero uno no puede dejar de pensar en el porqué de la vuelta de Nora por “necesidad”. ¿Acaso no podría ser otro motivo que no tenga que ver con esto? Pareciera que siempre debe pagar un precio por lo que hizo pero, ¿por qué nunca paga Torvald? ¿Será porque es un mediocre o porque es hombre?
La puesta impacta por su diálogo directo con la coyuntura actual, feminismo de por medio pero es ese efecto se diluye desde el momento que el propio espectador pasteuriza la situación. Mejor dicho, elige pasteurizarla al ponerle el mote de “espectáculo” –algo que también hacen los críticos-.
“Después de Casa de Muñecas” da un paso hacia adelante en la historia de un clásico con una puesta entretenida y corrosiva. Pero como suele pasar, siempre dependerá del “soberano” el futuro de la misma. La mordacidad no siempre es bien recibida por quien quiere solamente “divertirse” y “pasar un buen momento”. Sería lamentable –aunque para nada sorpresiva- esta decisión. Se perderían la ocasión de un rico intercambio a partir de lo visto sobre tablas. Inclusive, quien te dice, serviría para romper algún mandato, de aquellos con olor a naftalina pero que siguen siendo esbozados en pos de «las buenas costumbres», el «respeto» y «los valores».

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