Un accidente ocurrido en casa y, de repente, la cama de un hospital. Así, sin medias tintas ni sutilezas, se encuentra Diana, postrada, en un estado que va más allá de la cama en si. Porque la metáfora de la incapacidad en el desplazamiento atraviesa la cuestión física para adentrarse en un reseteo del disco rígido de la vida que ha venido llevando a través de los años.
Con un texto rico en sus palabras y climas, al tiempo que plantea interrogantes y dudas, Diana va y viene entre el pasado y el presente, como quien ve una película de su propia vida. La multimedia utilizada para tal fin, es acorde e ilustrativa, siendo ciento por ciento útil a la idea de la puesta. Al respecto, el diseño de espacio es exacto para lo requerido. Es decir, blanco, frío y etéreo como un mar de inquietudes dispuestas a ser resueltas. En el medio, esa balsa con forma de cama que navega en aguas turbulentas de los hechos y vivencias pasadas, con olas gigantes de “culpa”, dispuestas a tumbar la travesía de Diana.
Allí, como quien brinda un “pido” –como decíamos cuando eramos chicos-, aparecen la médica y la enfermera. Cada una de ellas con el papel que le corresponde, frialdad medicinal y curativa, la primera y una empatía cómplice con el paciente, la segunda.