El amor es una mierda (Teatro)

Con acento en la “R”

Dramaturgia y dirección: Cecilia Meijide. Actriz: Vanesa Maja. Producción: Pablo López. Diseño de iluminación: Ricardo Sica. Vestuario y escenografía: Laura Poletti. Coreografía y entrenamiento: Diego Rosental. Asistente de dirección: Celeste Campos Bona. Realización audiovisual y fotos: Florencia Nussbaum y Javier Cerruti. Interpretación musical: Paula Meijide. Diseño gráfico: Barbará Delfino.

Camarín De Las Musas. Mario Bravo 960. Sábados, 18 hs.

Las separaciones suelen ser un disparador para los cambios propios, más allá de la situación original. Nadie sale indemne del momento. Tal es el caso de esta mujer que se encuentra frente a un momento horrible como es el de encontrarse con su ex, en la oficina de una abogada.

Con buen gusto y sabiduría, Cecilia Meijide tomó un hecho el cual la gran mayoría de los seres humanos, a partir de cierta edad, ha sufrido, para ubicarlo en un lugar preciso de tristeza, melancolía y humor. La empatía es inmediata con esa mujer que abre su corazón para curar sus heridas. Cirugía mayor sin anestesia. Habla, grita, gesticula por esa necesidad de sacarse de encima todos esos recuerdos de aquello que fue y dejó de serlo. El dolor de ya no ser que es el que la carcome en su interior. La caída de todas las ilusiones edificadas sobre los cimientos del amor que cae, como si fuera ese fuego que se apaga…en algún momento. Las imágenes creadas para tal descripción son tan elocuentes como exactas.

Hombres y mujeres se verán interpelados por las palabras que salen desde el escenario ya sea por haber sido aquél que ha tomado la decisión del final como quien sufrió haber sufrido ese punto final sin esperarlo. Por eso, se destaca el recorte hecho en que no hay culpables en tanto «un/a tercero/a en discordia» o algún tipo de infidelidades. No está la salida fácil de echarle la culpa al otro/a sino que, «simplemente», se acabó el amor de una de las partes. 
La construcción del otro, la pareja de esta mujer, es excelente. Tiene todo aquello que debe tener el-que-deja y la forma en que se lo ve por parte de quien-es-dejado. Amor, odio, bronca y agradecimiento. Todo en su justo lugar pero sin caer nunca en exageraciones ni obviedades. No se cargan las tintas en la búsqueda del escarnio.

La escenografía es simple. Una lámpara y una silla son más que suficientes para esa fría desolación de quien se siente solo frente a esa situación que nunca pensó vivir. Esa silla parece ser una isla en la que ella está confinada, de la cual puede salir en momentos bien esporádicos. No obstante, la utilización del video no termina de convencer, quitándole contundencia al final.
La iluminación es fundamental para crear los distintos ambientes e interlocutores con los que se dialoga a lo largo de los deliciosos cuarenta y cinco minutos que dura la obra.
Vanesa Maja lleva adelante a esa mujer que vive aquello que nunca quiso vivir con “el amor de su vida”. Lo hace prestancia y exactitud, constituyéndose en uno de los puntos altos de la puesta.

Las palabras suelen acentuarse de acuerdo al contexto y a la emoción que las atraviesa. Desde el titulo mismo de esta puesta se puede apreciar la fortaleza de la letra “r” en la palabra “mierda”. Será en ese punto donde la bronca es tan grande que termina tocándose con el humor. La descarga emotiva que implica decir “El amor es una mieRRRda” permite ese toque entre ambas sensaciones.  Por tal motivo, este unipersonal tan bien concebido, que lleva tanto a la risa como a la reflexión, desde la enunciación misma de su título. En esa conjugación es donde la mirada interna permite verse en esos lugares que todos hemos transitado pero desde otro ángulo. Quizás, quien te dice, después termines viendo algo que omitiste antes. Será ahí donde se pueda cerrar una historia pero sin perder la sonrisa, la dignidad y por sobre todas las cosas, poniendo todo en su justo lugar, sin (tantos) rencores ni remordimientos. 
La utilización de “Watching the wheels” de John Lennon es una toma de decisión apenas se pueda establecer un diálogo con la letra. Un período de madurez y redescubrimiento personal tras haber llegado a una determinada edad y atravesado diversas vivencias. Un poco de “peace of mind” que no viene para nada mal y permite encarar el futuro desde otra perspectiva.

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