
El niño no habla de manera directa pero dice lo que le pasa y lo que siente. Es perfectamente consciente de lo que ocurre, en ese segundo estadio, que es especificado como tal, en el cual se expresa. Este es el punto inicial para el desglose y disfrute completo de una obra rica en la multiplicidad de temas que aborda.
Con un humor y una seriedad bien dosificadas, la puesta no se queda en plasmar el texto sino que realiza una búsqueda en una gran cantidad de lenguajes que le permite ampliar los horizontes de sentido. Asi, la danza, la música, los idas y vueltas a través del tiempo abrirán el juego en el que se conjuga una familia enferma y violenta, los complejos de divinidad por parte de los científicos, la ilusión de una psicopedagoga recién egresada y la conducta de pasantes que hacen honor a su nombre. Estas conductas van más allá de los estereotipos para dar cuenta de situaciones que no tienen nada de gracioso sino que son de una realidad asombrosa. ¿Acaso nadie conoce ningún caso de un padre que “hace lo que tiene que hacer” para que su hijo no le salga “torcido”, por ejemplo? Ni hablar de las derivaciones que puede llevar este tipo de conductas “bien intencionadas”. Otro punto a favor es la forma en que se desarrolla lo que sería “el pensamiento del niño”. A través de palabras que matizan sensibilidad y esperanza, relata lo sufrido pero siempre con un dejo de esperanza. A través de imágenes oníricas que incluirán a un Superman y a un Elvis, saldrá de la cárcel de su cuerpo y de su mente para volar hacia un lugar de placer y felicidad donde pueda “ser”. Este es otro ítem a destacar, la individualidad. Esa a la que todos dicen querer ayudar pero brindando un remedio peor que la enfermedad.
Emotiva pero no lacrimógena, real pero no cruda ni moralista, “El niño con los pies pintados” hace de la simpleza y sensibilidad sus armas esenciales para convertirse en una de las obras más relevantes del 2012