El texto se construye a partir de diálogos esquematizados por frases cortas. Bea vuelve a la casa de sus padres, embarazada y con un novio a cuestas que, por su hibridez y falta de compromiso por todo, es una fuerte metáfora a ciertos jóvenes desangelados de las sociedades modernas. La vuelta a “la casita de los viejos” también acarrea el reencuentro con Bjarne, un viejo amor de Bea. Casualmente (o no) estos dos son los únicos que tienen nombre propio en la obra, sentando las bases que cualquiera podría ocupar cualquier rol salvo ellos dos, por tener nombre. Este como identidad mientras a la nebulosa que puede ocupar el “rango” de los otros, como los de madre, padre, hermana, novio o incluso “bebe”.
La puesta tiene una escenografía austera y versátil para que el desenvolvimiento de actuaciones exactas respecto a lo que se pide. La esquematización de ideas y la reiteración de diálogos es fundamental en la construcción de sentido aunque a alguno no pueda ver este “detalle”. La música y el trabajo de sonido, con pinceladas en las escenas, otorgan un clima neutro y atrapante.
“El Nombre” no es una obra fácil para ver en tanto su estructura tal como hemos mencionado pero vale la pena adentrarse en un mundo no tan lejano y en el cual, con la adición de aditamentos propios, se puede elaborar un todo por demás cercano, familiar y para nada, regocijante.