Un living donde cabe un mundo el cual habitan una madre con sus dos hijos, Antonia y Lorenzo. Este, a punto de irse a España, no le dijo nada a Antonia, que no sale nunca de casa pero, no obstante, le lleva a Maximiliano para que lo conozca. Suena Marco Antonio Solís con su tema “No hay nada más difícil que vivir sin ti”, título que sobrevolará con su aura toda la puesta. El sentimiento contenido, que explota pero en una implosión solo manifestada por una lágrima o un gesto fuera de lugar. Pero nada más. Tensión. Parece que algo va a pasar cuando todo está pasando. Un desarrollo armónico en una obra para abordar desde diversos lugares. La riqueza de la puesta reside en un todo teatral que parte desde el diseño del espacio con una escenografía, amplia, espaciosa, cómoda y también exacta. Continúa con un texto que sugiere situaciones que son completadas por los espectadores por su propia aprehensión de dicho texto.
La poética del mismo, que describe seres que ocultan su fragilidad en una fortaleza ficticia, es sutil pero contundente. En especial, Antonia (o Laura, en “El zoo….) que aquí vive adentro, encerrada en su casa pero con un contacto con el exterior a través de una computadora, poniendo la puesta en relación con esta época de alienación, anomia e impersonalidad en las relaciones. Allí se aprecia que cada personaje está esculpido con precisión en sus mínimos matices, que es donde reside su riqueza y su esencia. Prosigue con las excelentes actuaciones de un elenco que tiene a Pilar Gamboa como pivote de todas las situaciones con solvencia y soltura. Termina cuando baja la luz y saludan los actores pero ¿termina? En absoluto, la reformulación continuará más adelante. Quizás sea necesario ver la obra de nuevo. Mejor aún. El buen teatro merece verse y disfrutarse la cantidad de veces necesarias para alegrar el corazón.