La contundencia de los pequeños gestos
Dramaturgia y dirección: Verónica Mc Loughlin. Con Karina Antonelli y Mauricio Minetti. Escenografía: Emiliano Pandelo. Diseño de vestuario: Luciana Monteleone. Diseño de luces: Lucas Orchessi. Diseño sonoro: Nicolás Diab. Fotografía: Lina Etchesuri. Diseño gráfico: Aymará Abramovich. Asistencia de producción y dirección: Felicitas Oliden. Asistencia en funciones: Rocío Galindez.
El diálogo y las palabras –precisas- son fundamentales para establecer un vínculo entre los seres. Más aún si será para extenderse a través del tiempo por el carácter de las mismas, reflejando el sentir de las personas.
Tal es el caso de esta puesta pergeñada por Verónica Mc Loughlin donde el carácter artesanal y sutil de su texto es el primer punto a destacar. Las palabras que dan cuenta de la historia de Mario y Azucena, dos seres a los cuales la vida los ha puesto en jaque y tratan de sobreponerse lo mejor que pueden. En este sentido, la sencillez en el dibujo de los personajes es precisa. No solo despierta la identificación inmediata sino que, a través de pequeñas situaciones, podrá conmover a quien esté con la mandíbula floja a nivel personal.
Mario es un entrañable hombre de barrio. Laburante y sencillo en sus formas, suele meter refranes en sus diálogos para hacer mas ameno el trato con su interlocutor. Así las cosas, contrata a una señora para que limpie el departamento donde vive. Será en ese momento que conoce a Azucena, que está en una situación compleja a nivel personal.
Los acontecimientos se desarrollan de manera armónica, sin dobles intenciones. Pero a no confundirse, es una puesta que sabe lo que quiere contar. Gente grande que se conoce tras haber pasado mucha agua bajo el puente de la vida y sigue adelante, con sus propias vivencias y valores como estandarte. Le hace una gambeta corta a la típica historia de los “treinta y pico” para subir el rango de edad y enriquecer las vivencias de los personajes. Sale de la endogamia propia de cierto teatro cool para ir tanto a Paternal como a Merlo, Moreno o González Catán a dar cuenta de las historias.
La relación entre Mario y Azucena capta la atención de manera instantánea. Pequeños gestos que se encadenan uno tras otro, con la curiosidad e intriga en el devenir de los hechos. Tal como las plantas que se riegan día a día (o estanterías a limpiar –sutil y buen trabajo de escenografía de Emiliano Pandelo) para que pueda florecer. Un árbol con buena madera siempre volverá a crecer. Tal es el caso de los protagonistas que dan cuenta de su vida con sus dudas y sus certezas pero poniéndole el cuerpo (y el corazón) a un futuro incierto. Eso si, sin la ostentación o la épica de las “grandes cruzadas” sino de pasarla un poquito mejor en el día a día, algo que tampoco es menor.
Las actuaciones son precisas y de calidad. Mauricio Minetti es un Mario tan querible que uno lo quiere tener de amigo. Que ha vivido su vida, con victorias y derrotas aunque estas últimas, con consecuencias más poderosas y duraderas que las primeras. En cambio, Karina Antonelli es una Azucena que maneja con precisión esa tensión interna sobre el deber ser, la culpa y también su propio deseo.
Así, de la misma manera que comenzó, finaliza una puesta exquisita. “Hasta el martes” vuelve a las raíces de un teatro simple y contundente. Todo está en su lugar, con un trabajo muy bien realizado en todos sus aspectos. Dura lo que tiene que durar. No se regodea con lo bueno que tiene en la mano y prefiere el sano camino de la precisión que caer en pretensiones que no le corresponden.