En el marco de una escenografía correcta, hay una vuelta de tuerca respecto de la puesta original ya que aquí, los papeles femeninos los desarrollan dos actores pero esto no implica que se caiga en una caricaturización de los personajes. El cambio de matiz dota de bizarra comicidad, sin que se pierda el foco de la puesta, referido a la perdida de las ilusiones y la búsqueda de una felicidad, aunque esta resulte efímera y ficticia.
Tanto Perciavalle como Gill desarrollan con sapiencia a Rosalía y Griselda respectivamente mientras que Julián La Bruna no siente el peso de trabajar con dos actores reconocidos y tiene sus momentos para demostrar su talento, sobre todo cuando recuerda su infancia “en la torre”. La única contra es que tiene una fragmentación excesiva entre las escenas. Empieza, termina, vuelve a empezar y terminar y asi sucesivamente, sin dar continuidad al relato. El vestuario es el acorde a la intención de la puesta y no cae en sobrecargas de colores.
“Jardín de otoño” es entretenida y obtiene tanto la sonrisa como la reflexión al mismo tiempo.