Trabajo, familia y dignidad.
Dramaturgia y dirección: Javier Pomposiello. Con Ángeles Zapata, Fausto Guerra, Natalia Imbrosciano, Charly Velasco y Juja Alberti. Diseño De Sonido: Fernando Sayago. Adaptación Musical: Fernando Sayago. Diseño De Iluminación: Soledad Ianni. Diseño gráfico: Javier Pomposiello. Asistencia general: Florencia Lara Borruso y Constanza Turri. Producción general: Javier Pomposiello. Puesta De Luces: Soledad Ianni. Duración: 70 minutos.
Teatro Espiritu Mamut. Warnes 616. Domingos, 19 h.

Un viejo refrán suele sostener que “la necesidad tiene cara de hereje”. Cuando se está «en la lona», teóricamente, solo queda “subir tras tocar fondo”. Por ende, hay que ver con qué herramientas se cuentan para salir de “la mala”.
Desde el mismo instante en que se ingresa a la parte alta del espacio Mamut, se percibe un ambiente ominoso, pesado. Es una incomodidad no exenta de sorpresa, que se hace palpable en la mirada de los espectadores. Estos observan, como voyeurs, por un ojo de buey imaginario, de amplias dimensiones, una situación que destila marginalidad y sueños truncos. No en vano la puesta se autodenomina como «Drama pop tercermundista». La misma definición juega con las competencias político-culturales de quien la lea así como con sus propios prejuicios. Ahí mismo, comienza la obra, en el fuero íntimo de los presentes.
La acción es concreta y dolorosa. Una familia ensamblada vive como pedazos de un rompecabezas lleno de dolor. Una madre que añora un pasado “brillante”, comparte su vida con “la nena” y “el gordo”, sus dos hijos, con sus respectivas particularidades. Tony es el “macho dominante” de la casa. Impone presencia, deseos y caprichos como ley primera. Pero hay que trabajar y/o traer plata a la casa. Sea como sea. En el caso de los jóvenes, estampan remeras para vender como manteros, ante la próxima visita de la cantante Katy Perry, aunque, obviamente, hay algo que sale mal. Tony es otra historia….
La violencia de los lazos forma parte del ABC que permite el nexo familiar. Vínculos tóxicos de los que es muy difícil salir aunque la salida también implica un riesgo que no todos quieren tomar. Alguno dirá “Más vale malo conocido que bueno por conocer” como axioma tatuado en el cuerpo para mantener un letargo que incluye dinámicas propias, en algunos casos, perversas. Siempre con el uso y abuso del ejercicio del poder, según lo amerite el momento.
Lejos de los problemas progrechetos que pululan en la cartelera porteña, la dramaturgia de Javier Pomposiello es rica en sus planteos y contundente como una perdigonada por sus múltiples alcances. El dibujo de los protagonistas tiene una intrincada historia detrás. Un pasado de carencias de todo tipo y un futuro plagado de incógnitas, con un presente que, constantemente, les va corriendo el arco para adelante. De más está decir que es muy difícil lograr la distancia justa para tirar al gol.
En cambio, su dirección apunta a la austeridad y a la creación de sentido, desde un “in yer face” que no escatima golpes de efecto absolutamente justificados. El choque es constante. La tensión se siente en el ambiente. No vuela una mosca. Los ojos de los espectadores quedan fijos en las acciones que se desarrollan. Puro teatro que impacta y conmueve.
Las actuaciones son sensibles y de calidad. Cada personaje es rico en la forma en que se lo puede transpolar con visos de espeluznante realidad. Es ahí donde la pluma de Pomposiello logra el efecto del perdigón en tanto se expande y pega, de una u otra manera. Desde el machismo más exacerbado hasta la inocencia de quien quiere un futuro mejor, pasando por la narcotización de una actualidad anestesiada de tanto sufrir.
Cautivante e inquisitoria, “Katy con K” visibiliza un contexto que duele y es bien reconocido. De las mejores puestas del año, es un teatro con fuertes raíces en la coyuntura actual. El gran dilema es qué hacer al respecto, más allá de las soluciones “políticas”. Cada casa es un mundo y tiene sus propias leyes. Pareciera que, en ocasiones, su propia implosión es la única forma de salir airoso en esta vida.