Mentiras verdaderas
Sobre “La gran magia” de Eduardo De Filippo. Adaptación: Fernanda Cava. Actúan: Marcelo Subiotto, Pablo Mariuzzi, Patricia Echegoyen, Alejandra Radano, Pablo Razuk, Nacho Gadano, Yanina Gruden, Elvira Onetto, Luz Benavento, Paco Gorriz, Santiago Sirur e Ignacio Sureda. Performers: Ema Peyla. Músicos: Ernestina Inveninato, Germán Martínez, Shino Ohnaga y Santiago Sirur. Diseño de vestuario: Renata Schussheim. Diseño de escenografía: Vanesa Abramovich. Video: Moreno Pereyra. Diseño De Iluminación: Omar San Cristóbal. Asesoramiento en magia: Guillermo Flores. Dirección De Casting: Norma Angeleri. Director asistente: Edgardo “El Negro” Millan y Julián Vat. Duración: 120 minutos (con intervalo). Dirección general: Lluís Pasqual.
Teatro San Martín. Av. Corrientes 1530. Miércoles a sábados, 20.30 h; domingos, 19.30 h.
Suele haber puestas que tienen una trascendencia importante, a partir de lo que despierta en los espectadores. Más aún cuando hay mucho sobre lo que charlar, amén de la calidad artística de la que se ha sido testigo. Tal es el caso de “La gran ilusión”, un mix de dos obras de Eduardo De Filippo (“Señor y gentilhombre” -1928- y “La gran magia” -1948-) que el reconocido Lluis Pasqual lleva a cabo con actores argentinos, tras haber realizado la experiencia en Barcelona y en Nápoles.
Desde el mismo momento en que la acción se lleva a cabo en la Mar del Plata de los años 50’, se empieza a esbozar una sonrisa en el público. El guiño de complicidad es la previa al contrato de lectura. Ni hablar si todo comienza con un ensayo por demás disparatado entre artistas que buscan salir de la esquiva suerte del éxito.
De a poco, como quien avanza sin prisa pero sin pausa, se configura la acción que se despliega hacia varias latitudes. Otto Marvuglia es un mago buscavida que combina su arte con una verba que potencia sus virtudes, más de lo que la verdad amerita. Esto no quita que tenga a Zaira, una asistente que es consciente de los claroscuros de la vida que lleva el ilusionista. Aún cuando tenga la posibilidad de presentarse frente a un auditorio de alto poder adquisitivo.
Por otra parte, Calogero Di Spelta es un empresario ombliguista que asiste junto a su esposa, al espectáculo de Otto. Será este instante fundamental en el desarrollo general de una puesta riquísima en sus planteos. Es la punta de un iceberg que se diversifica hacia distintos confines.
Primero, la idea de vivir en una fantasía ante un hecho desgraciado empieza a jugar su propia partida. Ya lo había dicho John Lennon en su clásico beatle: “Living is easy with eyes closed, misunderstanding all you see”. La pregunta bien moderna que asalta el hecho es “¿está bien?”. Pero ahí se ingresa en la definición dicotómica de lo que «está bien» y «está mal», con la reflexión que merece la utilización de esos adjetivos y su respectivo «significado».
En segundo lugar, surge el interrogante desde qué lugar se asevera esto y quién lo dice. Ni hablar si hoy en día, en tiempos de inmediatez y felicidad “líquida” y permanente, aparece ese “monstruo grande que pisa fuerte, toda la pobre inocencia de la gente” que es la imposibilidad de estar «mal». La sociedad exige felicidad constante por más que no haya tal. La tristeza -con la consabida depresión- es mal vista en estos tiempos modernos de banalidad incesante. Paralelamente, surge el egoísmo que no ve al otro en una situación similar. Menos aún pensar que sea «uno» la causa del malestar de ese otro al que quiere y tampoco deja “ser”. Una toxicidad propia de los vínculos de esta época que ya tenían antecedentes varios.
El ritmo de la puesta es dinámico y atrapante. No hay momento de remanso sin que esto implique que sea avasallante. El armado en tres actos, con un prólogo y dos actos separados por un intervalo mínimo, permite la dosificación adecuada de los 125 minutos de duración total. La participación del cuarteto musical es muy destacable. No solo forma parte de la acción sino que brinda aire con sus intervenciones que, en ocasiones, cuenta con la participación de los presentes.
El elenco es de gran calidad. La dupla conformada por Marcelo Subiotto y Pablo Mariuzzi encarna al querible e inescrupuloso mago y el hombre de negocios que conoce el dolor en carne propia mientras que Patricia Etchegoyen dota de frescura a sus intervenciones. Todos tienen su segmento para lucirse. Tal es el caso de Yanina Gruden y Alejandra Radano que acompaña desde una periferia a la cual ilumina con su talento. Pablo Razuk se convierte en un comisario disparatado que logra las carcajadas del auditorio. Nacho Gadano es quien tiene el mayor rango de regularidad en tanto es quien realiza varios personajes.
“La gran ilusión” es de esas puestas que impactan desde su hilaridad pero que, apenas se inicia una reflexión más profunda, pone la lupa en otros temas. Muchos de una actualidad y una vigencia espeluznante. Todo, sin perder la sonrisa.