Marcelo Subiotto: «El teatro entra en discusión con la forma de comunicación contemporánea».

Es de esos actores que, a lo largo del tiempo, se hizo un rostro conocido en cine con grandes trabajos, tal como en la elogiada “Puán”. Ahora, vuelve al teatro con la excelente “Los pájaros” en el Teatro del Pueblo. En una charla distendida y profunda, Marcelo Subiotto reflexiona sobre sus últimas creaciones, la situación del arte en tiempos de motosierra, el Eternauta, los celulares en el teatro y recuerda ese hermoso espacio que era Puerta Roja. 

Fotos: Cecilia Inés Villarreal

-Marcelo, ¿cuando surge “Los pájaros”?

– Es un proyecto al que me invita a participar Juan Ignacio González, que es el director y uno de los autores (el otro es Ignacio Torres). Tenían ese texto y me lo ofrecieron. Lo leí y me pareció muy interesante. Además, estaba la distancia etaria entre nosotros ya que Juan es mucho más joven. Me gustaba ver qué pasaba en las totalidades más jóvenes. Ya había tenido la experiencia con Camila Fabbri en el Cervantes con “En lo alto, para siempre”. Empezamos a trabajar con Juan a finales del 2018, principios del 2019. Lo estrenamos en una temporada muy cortita en Rojas sabiendo que esas seis funciones nos iban a dar  -como pasa siempre- el corte final del espectáculo. Retocamos muchas cosas y lo preparamos para estrenar en el marzo del 2020.

– Y cayó la pandemia….

-Claro. Fue así que el espectáculo quedó flotando. Hicimos algunas funciones cuando se abrió un poco la cuarentena. Del material que, en un principio eran “Los pájaros” hubo muchas modificaciones que le fuimos haciendo con Juan a medida que íbamos ensayando. Incluso con funciones posteriores. Empezamos el espectáculo en la Batato Barea y después lo preparamos para la biblioteca del Rojas pero era muy chico. Fuimos al York y era un lugar grande. Después hicimos cuatro o cinco funciones en Timbre 4, en la sala chiquitita. Ahora, en el Teatro del Pueblo, encontramos una sala que sería la síntesis de todo.

– Si te pregunto por Aldo, tu personaje de “Los pájaros”…

– La primera vez que leí el texto, lo pensé como un rockero de los años 70. De esos tipos que tenían una forma muy particular de estar en el mundo, sorprendidos todo el tiempo por todo. Una especie de sujeto de la contracultura aunque no era productor de ésta. Que se sienta en la mesa de este bar y tiene anécdotas y tiempo para contarlas. Ésta fue la primera característica que vi de Aldo y me atrajo mucho, aunque no estaba en el texto. Después, ves que enuncia un viaje de Córdoba a Salta pero a los cinco o diez minutos te das cuenta que no hay ninguna motocicleta y que no se mueve del lugar. Entonces, hay en Aldo un viaje introspectivo, que disparaba un montón de cosas de su propia vida e imágenes hiper poéticas. Eso lo hace atractivo y también raro.

– ¿Si? ¿En qué sentido?  

– Raro en el sentido de que es una persona que no conoces y se te sienta hablar acá. Estás re contento, a los 10 minutos parece que es tu primo, pero a los otros 5, te preguntas quien es. ¡Y no se va nunca! (risas)

– Es un personaje de barrio, de esos que iban a los bares….

– Sí sí. Por eso pensaba en esos personajes del rock de los 70, con una idea de lo comunitario y de cierta rebeldía, con un espíritu de protesta. Esto no está en el espectáculo pero sí en la subjetividad de este tipo. Todo enunciado hasta ahí. Se corre del sistema y trabaja haciendo artesanías.

– ¿Qué te dice la gente cuando termina de ver la obra? Más que nada porque estableces un diálogo lindo con el espectador.

– De lo que más se habla es de la experiencia. También del texto, cosa que es bastante interesante porque no es algo que, hoy en día, esté muy en primer plano. No tendría por qué estarlo pero está su propuesta lírica. Es lo poético como experiencia. No nos propusimos tanto esto pero es lo que pasa. Es “Viajé con Aldo”,  “Me metí en la cabeza de Aldo”.

Solo en el escenario

-Volves a hacer un unipersonal que no hacías desde “Las coplas del Cartonero Mason”…

– Si…

– Pasaron casi 20 años, ¿no?

– No sé pero 10 o 15, seguro. Igual, había hecho un par como “La cruzada de los niños” en Puerta Roja. En “Las coplas…”, si bien estaba acompañado, era casi un unipersonal. No es un territorio en el que me sienta incómodo o me amedrente. Ahora, en “Los pájaros” no era algo que decidí hacer desde mí, sino que me lo ofrecieron y me gustó.

– Se dio todo como se tenía que dar.

– Es cierto. Además, con Juan tenemos una mirada de lo que es la experiencia teatral como -por lo menos en este espectáculo- un teatro mínimo. Uno que genere una ceremonia con el espectador. No nos preocupamos por gustar, sino por comunicar y tener la humildad de que, si el espectador no quiere llegar, no llegue. En ese límite -que es muy frágil-, se juega este espectáculo. Que sea un unipersonal remarca esto. Como actor es un ejercicio increíble. Siempre necesito volver a la forma de producción del teatro independiente porque ahí está el lugar donde uno sigue investigando y trabajando el instrumento.

– Es la esencia, ¿no?

– Exacto. Por lo menos para mí, lo es en lo personal porque es el lugar de donde vengo. Cuando hice “Los pájaros”, hacía mucho que no hacía teatro independiente. Un poco fue esa la decisión. Además, se juntó con un laburo que hicimos con Daniel Veronese y Luis Ziembrowski que fue un texto de Foster Wallace, “Encuentro breve con hombres repulsivo”.

– ¡Si! ¡Muy buen trabajo! Fue en el Centro Cultural San Martín.

–Tenía el mismo formato, de juntarnos en el estudio de Daniel…Siempre es un lugar al que vuelvo y me resulta fundamental.

–Un laburo muy interesante en el que uno se iba y se quedaba pensando sobe lo que había visto. ¿Van a volver a hacerlo?

– Estamos con algunos cruces de agenda de los dos pero si. La idea es volver a hacerlo. Quizás en este 2024, a mitad de año.

El lado B de los escenarios

-¿Hay poca poética en el teatro?

– La verdad, no lo sé. Uno dice “poética” y lo primero que viene a la mente es un renglón con palabras que rimen. La poética es muy compleja. Este espectáculo, en ese sentido, va hacia un lugar de lo poético que, tal vez, no se ve tanto en las estéticas de hoy y de hace un tiempo. Tiene que ver con esto de que te cuente una historia. En principio, tiene una aparente linealidad aunque después te metes en ese universo que ya no está totalmente definido. Vas a tener que poner tu carga de interpretación. El diálogo se empieza a armar en ese universo simbólico que tiene sus cosas inconclusas.

– Veo mucho teatro y últimamente, pareciera que, más allá que los públicos han cambiado, su nivel de atención dura 45 minutos con un capítulo de una serie de Netflix. El espectador espera que “se le de” todo más que enfrascarse en ese viaje que vos planteas.

– Es un tema complejo que está relacionado con una cuestión de epocal y con ese sujeto de la contemporaneidad que está acostumbrado a comunicar todo por redes sociales. Estoy hablando de mí también. Nuestra atención está absolutamente dinamitada y es muy difícil sostenerla. En este momento estoy haciendo el ejercicio de escuchar libros leídos pero no un audio libro sino por gente que los lee y lo sube.

– ¡Ah, mira!

– ¡No sabes qué difícil que es mantener la atención! Es todo un ejercicio el entrenarla de nuevo. Hay algo de eso que nos excede. No se trata de salir de ahí sino de ser consciente –en lo personal- de eso y accionar a partir de esa problemática que se encuentra. Con “Los pájaros”, me gusta pensar el teatro que trato de hacer, que no se desliga de ese artefacto antiguo. El teatro entra en discusión con la forma de comunicación contemporánea.

– ¿Por qué?

– Porque no podes verlo desde tu casa, tenés que ir a un lado, no se puede “adelantar” ni salir de la sala. En el teatro, tenes un tipo que está ahí y está sucediendo en ese momento, lo que está haciendo. Si tiene un error, lo tiene que enmendar en ese preciso instante. Cuando termine, podrás aplaudir para cerrar el ritual y después, irte a tu casa. Todo este tipo de comunicación, no es de “lo contemporáneo”. La esencia del teatro tiene ese ADN antiguo. Si al espectáculo vos lo extremas, tal como es la propuesta de “Los pájaros”, lo vas a discutir con las formas de atención y de comunicación de la época.

– Hace un tiempo charlando con Rubén Szuchmacher me decía “voy a hacer algo que nadie hace. Voy a dirigir a actores que van a actuar y van a hacer un texto. No va a haber guitarra eléctrica ni multimedia”. Obviamente, lo decía con ironía pero se va significando…

– Nuestras subjetividades están organizadas a partir de cierta lógica de mercado. Quiero decir, terminamos pensando productos. De hecho, tengo un Instagram donde subo las cosas que hago para que la gente las vea y tengan visibilidad. O sea, un producto, ¿no? El IG es una herramienta más, en la que subo cosas de teatro y de cine que hice. Es todo lo que deseo comunicar. No me da para mucho más…

– ¡Te entiendo!

-Realmente lo uso como herramienta de laburo. A veces, hay algo que nos excede en la propuesta de lo artístico y nuestras cabezas se quedan pensando de esa manera. Ahí me parece que se queda colgado el tipo de espectáculo que hacemos, la forma de comunicar que tenemos, la expectativa de no tanto de comunicación, sino de llegar al otro y que el otro te acepte, te “compre”. Por ahí, sin que nos demos cuenta, está ese deber ser de la contemporaneidad.  El decir “bueno, tengo que poner más sonido o una música” porque la gente no está tan atenta, o hacer obras más pequeñas como microteatro. Cada uno la va piloteando por cómo le va pegando la época. Por ende, me gusta lo que hago en el teatro independiente.

En la pantalla

– En tu carrera en el cine, también tuviste propuestas similares. No sé si llamarlas más «artesanales» pero que buscan un diálogo. Desde “La luz incidente” y ahora lo que está pasando con “Puan”. Siempre hay un vínculo muy especial con el espectador, ¿no?

– Entré al cine ya grande, casi con 40 años, justo cuando los directores (sobre todo los jóvenes) empiezan a abrevar en la fuente de los actores de teatro. Sobre todo, con los del independiente que empiezan a aparecer en la pantalla. De alguna manera, las propuestas que me empezaron a llegar y muchas de las que participé, tienen que ver con esto. Es un cine de autor o un cineasta que está buscando de determinada estética o narrativa y un actor de mis características le viene bien para ese rol, y a mí también. Generalmente pasa eso y no tanto porque lo busque. También hice algunas pelis comerciales porque…trabajo de actor. (risas)

-Justo nombramos a “Puán” que se estrenó….

– El 17 de octubre del año pasado….

– Es una peli de un presente continuo, que siempre se va a resignificando y hablando…

–  Sí, “Puán” tuvo algo que le pasa a pocas películas. Entre ellas, la coyuntura política, de la cual habla el film y la gente la empezó a tomar como propia. Entonces, la película está viva. Va más allá de nosotros. De hecho, me pasa que voy a alguna de las marchas ahora y no sé si me saludan a mi o al personaje de la peli (risas). “¡Qué bueno que estés!”. Me parece maravilloso que una parte de la sociedad la haya tomado como suya. El hacer un evento comunitario para verla con un determinado grupo de gente que es convocado. La película sigue su rumbo que, por un lado va por un camino medio artesanal, como veníamos diciendo y por el otro, vamos a los Premios Platino. Es todo como un delirio y lo estoy disfrutando mucho. La película está presente y sigue sucediendo.

-¿Cómo crees que se resignifica la película? Te pregunto porque también hiciste “División Palermo” que le pasó lo mismo con el paso del tiempo.

– En lo personal son cosas que te tocan y está buenísimo. Uno las abraza y las disfruta. “División Palermo” es una comedia cuya cabeza es Santiago Korosky y que tuvo un montón de gente en el trabajo de guión. Santiago se propuso, desde el humor que maneja, trabajar con aquello que es incómodo con ciertos aspectos de ciertas minorías que sufren su condición. Decide hacer una comedia con eso. “División Palermo” es la mirada sobre esas minorías que está actuada por ellas mismas. Entonces, eso le da otro sentido y además es una comedia en la cual no te reís “de” sino “con”. Parece medio pavo pero realmente es así.

-¡Fue una explosión!

– Si. Incluso, cuando se estrenó en España, varios amigos me llamaron para contarme. Tuvo esa propuesta inteligente. A “Puán” también le pasó lo mismo. Si bien no tiene nada que ver con “División Palermo”, hay algo que las aúna que es la idea de contar una historia muy compleja que tiene su sostén dramático. En “Puán” se resalta la cuestión de la educación pública por un contexto político, pero el tema de la película va más por abajo. Tiene que ver con el duelo y una persona que está dormida en una entidad educativa. Ya le pasaron un montón de muertes que no vio. Le empieza a caer la ficha el día que muere el titular de la cátedra que era su amigo y figura paternal. A partir de eso, el mundo lo acomoda. Ahí vemos que el tipo no estaba preparado para esto ni nada.

– Se hace preguntas que no se hizo en 20 años.

– Totalmente. Este tipo hace todo más tarde aunque también es un rasgo de su personalidad. Eso mezclado con la vocación tan noble que tienen los profes de la UBA y sobre todo de Puan, con quienes estuvimos trabajando mucho para componer a los personajes.

– ¿Fuiste a alguna clase?

– Si si. Es más, tomé clases con Francisco Naishtat y con Sebastián Abad que da filosofía política. Fui a un par de clases como oyente. Nos metimos en el mundo de Puan. Además, pasó con algo increíble. Los directores fueron a hablar con el centro de estudiantes para ver si, en vez de conseguir extras, se copaban los pibes para la peli. Después, no sabíamos donde meterlos ya que se recoparon. En la escena de la toma fue muy realista y no fue muy difícil de actualizar

Actualidad laboral y coyuntural

– Te tengo que preguntar pero no sé si me podés contar sobre “el Eternauta”

– No te puedo contar mucho. Casi seguro, se estará estrenando en octubre. Fue una experiencia increíble por el material icónico que es “El Eternauta”, pero también hay todo un trabajo con cierta tecnología con la cual, por lo menos yo, no había trabajado nunca. Se requiere mucho laburo técnico para los técnicos y para Bruno Stagnaro mismo. Que la dirija Bruno (que también es uno de los guionistas con Ariel Staltari) hizo que la experiencia sea genial.

– No me quiero imaginar lo que debe ser el montaje de la peli…

– Es lo más complejo. Por eso tarda tanto la postproducción. Además hay mucho de esta situación de efectos. Tiene una nevada por todos lados, ¿no? Es una adaptación, porque transcurre hoy en día. Veremos cómo lo toman los más este puristas de “El Eternauta”. Todo lo que sean los personajes icónicos está muy respetado.

– Es muy actual “El Eternauta”.

– Si si. La idea es que se estrene este año pero ya se sabía que no iba a ser antes de la mitad del 2024. No se llegaba.

– Hablaste recién de la actualidad. ¿Cómo estás viendo lo que está pasando con el teatro, con el cine, el INCAA, el INT?

– Hay una lógica que se instala desde el poder que responde a la ideología anarcocapitalista del presidente que entiende al Estado como una asociación ilícita, organizada para delinquir y robar. Entonces, es lógico que ninguna actividad estatal le va a parecer bien. De esto se habla poco. En general, los argumentos son económicos pero lo que está debajo de esa discusión es la idea de la ultraderecha que cree que todo lo tiene que resolver el mercado como un Dios omnisciente y omnipresente. Dentro de esa lógica, no hay lugar para el diálogo.

-En absoluto

– Entonces no hay debate ni nada, tornando la situación es muy compleja. Tal como lo veo, no le encuentro ningún sentido a la desfinanciación del INCAA,  del INT y a todas las políticas públicas que tienen que ver con la cultura. Ni que decir con la educación. Es un momento muy raro. Una persona va a un secundario y hace un discurso de adoctrinamiento para explicarles que son adoctrinados. Obviamente, estoy en contra de todo eso. Me parece que hay que dar la discusión. La cultura, además de organizar una industria y generar trabajo, es una actividad que le permite a determinada sociedad contar sus historias. Narrarse y mirarse al espejo, debatirse y contar al mundo hacia afuera. Si lo hace el mercado, otros nos van a contar cómo y quiénes somos. Aquí hay una cuestión política fundamental que se discute poco.

-Te sorprende que haya gente del medio que apoye este tipo de políticas?

– No me sorprende ni me preocupa mucho. En ese sentido, esto es una democracia. Que cada uno piense de lo que piense, dentro de un debate y no de la certeza casi divina. La gran mayoría de la gente que trabaja en la cultura, el cine, el teatro, la educación, claramente no está apoyando este tipo de políticas.

El recuerdo de Puerta Roja

– Si te tuviste que preguntar sobre alguna obra “maldita” en el sentido que decías que estaba buena y por algún motivo no termina de despegar, ¿cuál sería?

– No tengo ese concepto de “maldito” con respecto a una experiencia. Mira, cuando nosotros abrimos Puerta Roja, durante esos 10 años, decidimos con Adrián tener un espacio donde pudiéramos generar nuestra propuesta teatral y que estas no queden atrapadas en tener que responder al borderaux. Que si no viene gente, se baje a los dos meses. Realicé muchos experimentos en Puerta Roja. Te diría que en un 99% no han respondido al bordereaux. Mi última experiencia fue “Amentia”, una obra escrita y dirigida por mi. Fue lo último que dirigí con la intensidad que hacía falta. La hice en la sala grande y después, en la más chica, dentro de una caja. Esto también tenía que ver con la idea del espectáculo.

-Me acuerdo de “Amentia”…

– No me preocupo porque vengan cien espectadores porque lo que hago será, a lo sumo, para veinticinco. Esos veinticinco generan esa forma de teatro y una posibilidad de comunicación de la que hablamos al principio que a mí me interesa mucho. Estaba muy bien porque no tenía la expectativa del ¿por qué no nos va mejor? No lo vivo así. Eso lo acepto pero siempre en el terreno del teatro independiente.

– Puerta Roja tuvo obras de alta calidad. “Amentia”, la versión que hizo Adrián Canale de “Las descentradas” sobre Salvadora Onrubia, “Remedios para calmar el dolor”, “Las coplas del Cartonero Masón”…Era una usina importante de creatividad.

– Si si. Había mucho movimiento artístico. Cuando digo esto, lo digo un poco jugando y riendome de mí. No estaba la expectativa de “me quedo chica la sala”. De donde vengo, como actor de teatro de teatro independiente, era eso. Entre principio y mediados de los 90 o fines de los 80, la idea del teatro era: estamos parados acá decíamos “mirá ese lugar que se alquila. Está buenísimo. Hagamos la obra” y entraban doce personas. Después te gustaba un departamento que tenía un hueco y “acá podría uno que sacar la cabeza”. Era el impulso por hacer algo, de tal manera, más que por la repercusión que se podía tener. Había una “necesidad de hacer”. Eso trato de no perderlo.

–Al respecto, ¿dónde está el director Marcelo Subiotto? ¿y el dramaturgo?

– El director está en el pasado y el dramaturgo, en el presente, en este encuentro con Juan. Sobre todo, en la obra que estamos preparando. La escribimos los dos pero me corro del lugar de dirección. Igual, estamos pensando cómo vamos a hacer eso. Hoy es una sociedad con Juan. Una dupla en la que están esos roles de autor y de dirección.

– ¿Una dupla diferente a la que tenías con Adrián?

– En este momento teníamos otra cosa. Él dirigía sus obras y yo, las mías. Los dos trabajábamos en algo que él dirigía y yo actuaba. De hecho, así nos conocimos pero ahí yo me acerqué a dirigir. Con el tiempo, me fui dando cuenta que soy, esencialmente, actor.

Cierre

– Si te traigo un formulario para que pongas la profesión, ¿qué ponés?

– Actor. Soy esencialmente actor. De hecho, cuando dirijo y escribo, siempre lo hago desde ahí.

– Sos un actor que dirige, digamos.

– Sí, bueno, no es que diga que es un paradigma pero si, una forma del actor de los 90 del teatro independiente.

– También ejerciste la docencia….

– Di clases bastante tiempo. Una de las formaciones por las que pasé en los 90, fue la que aquí se conoce como Antropología Teatral. Trabajé con Guillermo Angelelli casi siete años. De lunes a viernes de 8 de la mañana a 12 entrenamos todos los días y a la tarde, empecé a ser su asistente algunos días. Después, trabajé dando ese entrenamiento. Te diría que lo ejercí hasta 2008. Después tomé la decisión de ser actor. Fue tirarme a la pileta y abrir mi cabeza a decir, “Voy a cobrar lo que actúo; lo que no actuó, no”. Dejé de dar clases porque me dejó de representar ese teatro y esa forma de laburo. Si tuviera que dar clases, no sabría por dónde empezar. En algún momento lo voy a volver a hacer porque me gusta mucho la docencia de teatro.

– ¿Qué sentís cuando suena un celular en medio de la función?

–No pasa mucho por suerte. Una vez, estábamos haciendo el “Hamlet” de Szuchmacher en el que hacía de Horacio. Era el final trágico de la obra y tenía que decir “Lo último que queda es silencio” o algo así. Estaba de espaldas y justo antes de darme vuelta para decir la frase, sonó un celular. ¿Qué hago? Dos cosas. Primero, si creo que el teatro es «lo que es», una situación de presente donde tengo que ir solucionando todo, no puedo hacerme el boludo frente a ese celular. Pero tampoco puedo cerrar ahí la obra. Estuvimos tres horas haciendo este espectáculo. No dábamos más y cerrar con un paso de comedia. Todo en silencio ¿y suena el celular?

– ¿Qué hiciste?

– Me di vuelta y le dije a la persona “Dale. Apaga el celular y seguimos”. Lo apagó y terminamos. A veces ,no hace falta hacer esto. También depende de poner la oreja para ver qué está pasando. Una vez, en el CCSM, estábamos con Ziembrowski haciendo “Los hombres repulsivos” y empezó a sonar un celular. La pobre señora estaba muy preocupada y sorprendida. No sabía ni apagarlo. Entonces, paré la función y pedí que la ayuden a apagarlo. A ver, no me mata esta situación. Tengo una idea sagrada del teatro, de ese encuentro, pero eso está en un lugar diferente…

…que no dejarías que nada, ni un celular, se meta.

– Y si se mete, me excede y lo acepto. Casi como la sustancia de Spinoza. No tengo posibilidad, en ese encuentro que te propongo de teatro, de cambiar las condiciones de la contemporaneidad (que este celular suene). Si hay que parar la función porque éste es nuestro tiempo y el teatro del realismo sea así, se terminó este concepto de teatro que te digo. Se para y se sigue. Estuvimos haciendo una obra llamada “Tóxico”, en la sala chica de Ítaca. Allí, la gente entra y después no puede salir. En un momento, una piba jovencita se descompuso y tenía mucha vergüenza de parar la función. Lo importante era que se sentía mal. Después, la obra siguió. Hay algo por aceptar, que somos un modo de lo que está pasando en ese momento.

-Si no eras actor, ¿qué hubiera sido de tu vida?

– En su momento, quise ser músico pero no me salió. Me hubiera gustado ser León Gieco, un cantautor con guitarra y armónica cantando por todos lados. De hecho, cuando tenía 14, 15 años me compré la guitarra, la armónica y empecé a componer canciones como las de León. Eran patéticas obviamente pero era muy feliz con eso. Como no era muy bueno, fui a estudiar música. Estuve tres años en el Falla y en la academia de Malosetti. El día que se hizo la muestra final, improvisé y quedé flotando como dos horas. Me sigue interesando la música y siempre estuve estudiando algo, pero bueno, no concretamente. Otra cosa que también me gusta mucho es la carpintería. Me hubiera gustado ser carpintero.

– Ahora sí, la última. Sí por la puerta de este bar La Orquídea, entraste el Marcelo Subiotto que tenía 18 años, ¿qué le dirías?

– “Se te va a caer el pelo” (risas).

– ¿Algún consejo o recomendación?

– No. Que siga, no le queda otra

“Los pájaros”. Teatro del Pueblo. Lavalle 3636. Domingos 20 h

“Puan” en Cine Gaumont,  Av Rivadavia 1635, a las 14 h; y en Amazon Prime.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Translate »
Scroll al inicio