La Omisión de la Familia Coleman (Teatro)


Una resignificación constante

Dramaturgia y dirección: Claudio Tolcachir. Con Araceli Dvoskin, Miriam Odorico, Inda Lavalle, Fernando Sala, Tamara Kiper, Diego Faturos, Gonzalo Ruiz y Jorge Castaño. Asistencia de dirección: Macarena Trigo. Diseño de luces: Ricardo Sica. Diseñadora gráfica: Johanna Wolf. Fotografía: Giampaolo Samà. Producción: TEATROTIMBRe4,  Maxime Seugé y Jonathan Zak.

Paseo La Plaza. Avda Corrientes 1660. Viernes 22hs, Sábados 20hs y Domingos 19hs.

Hay acontecimientos teatrales que, con el paso del tiempo, vuelven a resignificarse. Tal es el caso de “La omisión de la Familia Coleman”. El estreno de la puesta en el Paseo La Plaza, conmemorando los diez años de su lanzamiento desde el teatro off de Capital, llama a la reflexión desde varios lugares.

La historia de esa familia desangelada, compuesta por la abuela, mamá Memé y los cuatro hijos, Marito, Verónica y los mellizos Gabi y Damián, calará de distinta manera, pero siempre de manera fuerte y contundente. La disolución silenciosa de una familia que la une el espanto y no tanto el amor, es descripta con humor, ironía y una gran dosis de realidad por la pluma de Claudio Tolcachir en el 2005. Ahora, vuelve a plantear las mismas preguntas pero con un cambio de época importante en lo referido al concepto “familia” y a las diversas composiciones de la misma asi como la caída de dicha “institución” bajo la lupa de la duda en su propia génesis. Una especie de “Should I stay or should I go”como planteaban los Clash, gritado de una manera más fuerte respecto de aquél alarido que salía desde el escenario y sorprendía a la platea.

Hoy en día, el que tuvo la suerte de ver la puesta con anterioridad –tal es el caso de quien estas líneas escribe-, puede establecer un enriquecedor diálogo con la puesta. Si bien aquellas preguntas/declamaciones que vomitaba el texto de Tolcachir en el 2007 serán similares a las del 2014, quien no será el mismo es el espectador. No es igual ver esa verba tan corrosivamente real a los veintipico que a los treinta y cinco años -o la edad que sea-. Será la experiencia de vida, en sus relaciones con otras familias como con la suya propia –y el propio cambio personal que implica lo vivido a través de los años-, la que establezca un nexo comunicativo y de alta reflexión. Porque la familia –y esa casa- será una especie de prisión domiciliaria de invisibles barrotes que es muy difícil de romper debido a aquello que muchos llaman “educación” en un mix de culpa y manipulación. El que no corre vuela y buscará salvar su propio pellejo pero ¿acaso está mal? La forma podrá ser diversa. Una venda en los ojos, el robo, el trabajo o directamente, una pareja como salida de emergencia frente una situación asfixiante. La huida es correr hacia adelante sin ver si hay agua frente al nuevo desafío que implica tirarse en una pileta nueva.

La lupa puesta sobre las relaciones humanas en el marco familiar es ilustrativa y crítica al tiempo que plantea el carácter cuasi “santo” de esos lazos tan estrechos que terminan ahogando. ¿Esta mal no querer a tu hermano? ¿Si o no? Y allí será donde la culpa del “victimario” y la manipulación de “la víctima” jugaran con las almas y los deseos de los involucrados. The Clash cantaba “you’re happy when I’m on my knees/one day is fine and the next is black” lo cual cuadra perfectamente con el living de los Coleman, donde la única persona que llevaba coherencia era la abuela. El patetismo y la violencia de muchas de las situaciones invita a la risa como salida fácil de una realidad por demás próxima a gran cantidad de personas. El crear un espacio propio, casi de supervivencia personal dentro de ese gran mundo homogeneizador, implica riesgos que, a menos de estar al borde del precipicio, no todos desean tomar. O lo que es peor, pueden llegar a tomarlo aunque tengan que caer en una extorsión lisa y llana de un ser próximo –no digo “querido”- sin dejar caer la venda de su propia mediocridad. Porque siempre es más fácil pedir que mejorar, ¿no?

El público que vea a la familia Coleman por primera vez, sentirá como un tren a gran velocidad, lleno de ideas, conceptos y realidad fácilmente reconocible, arrasa con su propia integridad como individuo al tiempo que permitirá la reflexión y la risa al mismo tiempo. Los que la han visto más de una vez, no podrán dejar de recordar esa cercanía extrema al teatro de operaciones que brindaba Timbre 4, pero también, la lejanía propia de un teatro de una mayor capacidad de espectadores, brindará la chance de observar con mayor distancia el devenir de los acontecimientos, que será otra forma de aprehender lo que ocurre sobre tablas.

De cualquier manera, “La omisión de la Familia Coleman” se impone como LA obra de teatro a ver en un complejo teatral en el que brilla con luz propia frente a un mainstream teatral que se alimenta de auspiciantes interesados en el dinero y no en la calidad artística y espectadores ávidos de diversión fácil, que no implique mayor esfuerzo.

-Esta crónica no está escrita para describir y/o recomendar una puesta que es un hito dentro del teatro off con absoluta justicia sino la sensación que implica la resignificación de una misma obra, a través de los años y con muchas vivencias encima-.

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