Esto se lleva a cabo a través de palabras y situaciones muy conocidas, que forman parte de cierto «manual de conducta para una sociedad habitada por hombres y mujeres», que aún sigue vigente.
El texto es bello, con una poética contundente, no exenta de humanidad. La actuación de Fernanda Pérez Bodria es excelente. Desde el primer momento que sube a escena, su fragilidad se basa (paradojicamente) en una fuerte presencia escenica. Carga con exactitud los variados matices de la puesta, a través de silencios y una voz medida a pesar de la tensión en la que se encuentra. O sea, la exactitud interpretativa es uno de los pilares de la puesta.
La escenografía y la iluminación constituyen el soporte adecuado para el lucimiento de las palabras a través del cuerpo (y alma) de Pérez Bodria. La música da cuenta de los momentos de intensidad siendo parte fundamental de la obra.
En tiempos de puestas costosas (o de poco dinero e ideas) o ruidosas que apelan al grito y al estruendo, «La Plaza del Diamante» se re-estrena en este 2010, revalidando la muy buena repercusión que tuvo dentro de la crítica. Es ese tipo de hiistoria sensible y humana, que va cayendo (y se va disfrutando más) una vez caído el telón.