Ella está allí, al borde de un precipicio (que en realidad es un edificio). Sola, con su valijita y su naríz. ¿Y qué pasa si se cae? La puesta está basada en la ternura e inocencia de la protagonista (la muy alabada Victoria Almeida –“El trompo metálico”-) en sus dimes y diretes de una vida que no le ha jugado muy a favor pero a la cual, le pone el pecho a las balas.
Asi, transitará por distintos estadios en los cuales la utilización (quizás excesiva) de un exacto sistema sonoro y de multimedia, darán el marco para el desarrollo de los acontecimientos que irán desde una tierna balada pop hasta un homenaje a Buster Keaton. Esa parte técnica es la que permite, por un lado, desarrollar una puesta “moderna”, abriendo los horizontes de la obra pero también uno se queda con ganas de escuchar más a una clown que es llevada por el viento de la tecnología.
El desarrollo de la puesta es dinámico, basándose en la empatía que logra Almeida con una clown tierna y querible, en su derrotero. El vestuario fue diseñado por la propia Almeida, logrando junto con su manejo corporal un personaje que logrará entrar en el corazón del público presente, que seguirá ávido las circunstancias por las que pasará. Victoria Almeida dota a su clown de simpatía a través de aristas muy conocidas del lenguaje clownesco, que se reiteran a través de la obra, si bien después, dota de toques oníricos y poéticos para desarrollar una puesta interesante y amena.
«La última vez -que me tiré a un precipicio-» es una de esas puestas que llenan el corazón a partir de la ternura.